Los dos salones de apuestas que son el balón de oxígeno de Carlos Aranda
El exfutbolista imputado por amaño de partidos es propietario de dos locales de juego en Málaga
“26, negro, par… ¡Señoras y señores, hagan juego!”, anuncia la ruleta americana que, tras varios días desconectada, vuelve a girar con sus llamativas luces en una de las dos casas de apuestas que el exjugador de fútbol Carlos Aranda Reina (Málaga, 1980) tiene en la capital malagueña. Horas después de estallar la Operación Oikos el pasado 28 de mayo, ambos negocios bajaron las persianas. Sin embargo, una semana después las puertas de estos locales —que a su vez son salón de juegos— han reabierto. El grueso de la clientela llega a partir de las seis de la tarde aunque desde la reapertura, y tras el escándalo de los supuestos amaños en las apuestas de partidos, ha bajado considerablemente.
Aranda abrió el 9 de febrero de 2018 el primer salón bajo el nombre C&E en el número 9 de la avenida Jane Bowles, en el barrio de La Virreina. Ubicación estratégica: a 10 minutos a pie del estadio de La Rosaleda donde juega el Málaga CF —el equipo que hasta en dos ocasiones estuvo a punto de ficharle para reforzar la plantilla—, y a unos pasos de la conflictiva barriada Palma-Palmilla donde viven algunos de los amigos íntimos del exjugador. La zona suele ser un foco de menudeo de estupefacientes y de peleas clandestinas de gallos, donde se apuestan importantes cantidades de dinero.
La segunda casa de apuestas abrió el 14 de mayo de 2018 en el otro extremo de ciudad, en el número 92 de la avenida Salvador Allende de la barriada de El Palo. Allí residen Aranda y su familia. Estos días resulta complicado recorrer este entorno que se ha convertido en una olla a presión tras la detención y puesta en libertad de uno de sus vecinos más conocidos.
De la facturación de estos dos negocios vive el exfutbolista, después de abandonar el Numancia en 2015 tras cumplir los 35 años. Entonces aseguró: “Mi cabeza está en Málaga, porque es donde está mi hijo y mi felicidad”. De regreso al sur, estuvo vinculado un tiempo al Centro de Deportes El Palo con el que entrenó, justo al lado de su casa.
Para entonces, Aranda ya había tenido problemas con la justicia. En 2014 declaró ante un tribunal de Málaga acusado de un delito de blanqueo de capitales por su presunta relación con una organización familiar encabezada por su tío Salvador Aranda, al que una investigación policial señalaba como jefe de una banda de narcotraficantes con sede en la Costa del Sol y ramificaciones en Senegal e Iberoamérica. En 2007, siendo jugador del Granada 74, pasó dos días en el calabozo tras ser detenido por un presunto delito de evasión de capitales. Y con tan solo 15 años fue atrapado por la Policía robando una moto que quería vender para comprarle una gafas a su novia. El incidente no evitó que Vicente del Bosque confiara en él para el Real Madrid. “Me enteré después de que había robado una moto, pero decidí mantenerlo en la cantera porque, si le hubiéramos echado, quizás habría sido un delincuente”, recordaba en 2004 en EL PAÍS.
12 equipos, 366 partidos como profesional y 87 goles son las cifras que le rodean. Fue campeón de Europa. Jugó un partido con el Real Madrid en cada una de las Champions que ganaron los blancos en 2000 (ante el Molde) y 2002 (ante el Lokomotiv). El Madrid le había pescado cuando llamaba la atención en los campos de juvenil del Málaga.
El exfutbolista tuvo problemas con la justicia desde muy joven
En los dos últimos años, Aranda ha estado centrado en su hijo y en sus negocios. Así lo explica su entorno. No suele acudir a las casas de apuestas pero le gusta controlar, casi al detalle, la caja. Los dos salones eran una franquicia de Luckia. En cuestión de horas, tras la detención del exjugador, las imágenes y los logotipos de la empresa desaparecieron de la fachada. “Seguramente en poco tiempo cambiaremos de dueño”, asegura una trabajadora.
En poco más de hora y media, unas 15 personas entran al local de La Virreina, jóvenes de entre 20 y 27 años que suelen acudir en grupo tras aparcar, en doble fila, su vehículo de alta gama a las puertas del local. La apuesta mínima para jugar es de un euro, lo mismo que cuesta un botellín de cerveza en la barra.
Seis cámaras de seguridad controlan el perímetro exterior y casi todos los rincones de los 90 metros cuadrados del establecimiento. En el interior, una decena de máquinas tragaperras, tres televisores —para seguir los programas deportivos del momento— y cuatro terminales para realizar las apuestas de fútbol que están apagados después de que la Policía registrara el salón una vez que llevó a cabo las detenciones. Todo el que entra al salón pregunta lo mismo: “¿Cuándo estarán funcionando?”, a lo que responde la empleada: “Espero que dentro de una semana. Es que hemos tenido un problemilla”.
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