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Varsavsky: el soñador de empresas vuelve al ataque y quiere traer muchos niños al mundo

Martín Varsavsky, fundador de Jazztel o Ya.com, apuesta ahora por la reproducción asistida y la gestión de flotas de coches

Miguel Ángel García Vega
Martín Varsavsky junto a su esposa Nina Wiegand y su hijo Ben, en su domicilio de Madrid.  
Martín Varsavsky junto a su esposa Nina Wiegand y su hijo Ben, en su domicilio de Madrid.  Santi Burgos

Martín Varsavsky (Buenos Aires, 1960) es emprendedor de emprendedores como Velázquez fue pintor de pintores. La entrevista que da lugar a este artículo viaja entre sus oficinas de Alcobendas y su casa de La Moraleja, uno de los ecosistemas favoritos de las élites económicas madrileñas. Ese día, la tormenta Elsa ha sustraído la luz y el sol. El frío y la lluvia caen en diagonal, al igual que alfiles, arrastrados por vientos que transportan agujas de hielo. La Casa Vars —muchas cosas en la vida de Martín, como los fondos a través de los que invierte, arrancan con sus apellidos— es un volumen horizontal de cristal, cemento y madera. Por momentos se pliega y se estira. Una propuesta, concebida en 2009 por el estudio aceboXalonso, entre la arquitectura brutalista y la elegancia de Frank Lloyd Wright. El espacio se reparte en 1.200 metros cuadrados, dos plantas y un techo habitable. Todo muy Varsavsky. Todo con su voz.

—¡Papá, papá, papá!

Ben, el menor de sus siete hijos, que ha sentido la llave en la puerta, corre hacia su padre dejando de lado un volquete de plástico naranja con el que juega. Su madre, Nina Wiegand, le deja lanzarse por la rampa de caoba que hace de pasillo con la rendición de las causas perdidas. Ben cumplirá tres años el próximo 24 de enero y es fruto, como el día, del frío extremo. Nació de esperma congelado y de ovocitos congelados de sus progenitores. Es uno de los últimos emprendimientos de Varsavsky. Overture Life. Un robot que permite congelar los óvulos y fecundar los embriones sin casi intervención humana. En Silicon Valley —donde el emprendedor ha vivido años— a esta forma de entender un negocio lo llaman dog food, comida de perro. Algo así como probar tu propia medicina.

Una semántica llevada al extremo cuando hablamos de vida y reproducción. ¿La placa de Petri a los bebés de diseño? “Si eso supone que vas a poder escoger un embrión para que no tenga una enfermedad genética como el Pearson, en la que no ha habido un niño con ese síndrome que haya vivido más de siete años; yo, a eso, no lo llamo bebés de diseño, lo defino como ayudar a la sociedad, ayudar a que la gente no pase por una experiencia tan terrible como tener un hijo condenado a muerte”, argumenta.

Varsavsky habla del final de los días. Como todo gran emprendedor es obsesivo y se desespera con la baja natalidad del mundo. “Hace 20 años me quiso conocer el actual rey emérito. Y me preguntó: ‘¿Cuál es el problema más grande de España?’ Le dije: la huelga de vientres. Aquí nadie tiene hijos. Usted se va a quedar sin súbditos. ‘Nunca nadie me había dicho eso antes’, me contestó”.

El valor de la palabra

Santi Burgos

Este es Martín Varsavsky. Lanza frases que se abren paso al igual que el viento helado entre los árboles. Conoce el lenguaje del dinero. Su cadena de centros de fertilidad Prelude Fertility (cuya técnica se usó también en la concepción de Ben) ya es la primera de Estados Unidos. Gracias, sobre todo, a la palabra, no a la tecnología. “Conseguí levantar 100 millones de dólares con una frase: ‘El sexo es genial pero no para tener bebés”, relata. Es una simplificación y es su personal marketing, pero hay que tomarse muy en serio a alguien que vendió el portal Ya.com, filial de Jazztel, por 550 millones de euros en septiembre de 2000 a Deutsche Telekom. Además, dio salida a la propia Jazztel y participó en Tumblr, que acabó en manos de Yahoo por unos 1.000 millones de dólares. También creó Viatel, Eolia Renovables y la tecnológica Fon. Desde luego, ni emprender ni invertir se le dan mal. Ha apoyado a cinco empresas —Viatel, Tumblr, 23andMe, Fon y Jazztel— que llegaron a alcanzar la categoría de unicornios. Compañías valoradas en más de 1.000 millones de dólares, en la jerga del dinero. A otra escala, en España su dinero ha respaldado a Verse, Menéame, Hipertextual, Reclamador o Todoexpertos. “Si me pregunta la diferencia entre ahora y cuando empecé, es que hoy si propongo una idea la escuchan y la apoyan”, lanza Varsavsky. Una diferencia en la que cabe una vida entera y el peaje entre el éxito y el fracaso. ¿Una carrera por el dinero? “¡Ni de coña!”, exclama.

Varsavsky ha impartido clases en las escuelas de negocio de Columbia, en el Instituto de Empresa (IE) y en la Universidad de Nueva York. Centros de formación que algunos académicos critican porque sus alumnos parecen haber aprendido solo a hacer dinero y se han olvidado de esa incordiante palabra que es sociedad. “Yo enseño a transformar una idea en una empresa. ¿Tendré alumnos mercenarios que lo único que quieren es ganar dinero? ¿Hay emprendedores mercenarios? Sí. Además se me ocurren algunos nombres [que no da]. Ahora bien. ¿Los emprendedores más exitosos del mundo son emprendedores mercenarios? ¡Ni de coña!”, defiende. “He tenido muchas charlas con Jeff Bezos [fundador de Amazon y una de las personas más ricas del mundo], y ni una sola vez hemos hablado de dinero; hemos hablado del Internet de la Cosas, de exploración espacial, de ciencia, de los problemas de la sociedad. He estado con Amancio Ortega y no le interesa para nada el dinero. Sé que la gente no me creerá”. Será por la realidad.

La misma semana de la entrevista, y de esas palabras, la desigualdad y la falta de futuro han llevado a la ira, al choque y a las calles a los jóvenes chilenos, argentinos, bolivianos.

—¿Dónde está el compromiso de los empresarios frente a una sociedad a la que le deben su prosperidad?

—Si esa pregunta es una crítica a los empresarios chilenos, argentinos o brasileños, estoy totalmente de acuerdo. En general, es sorprendente lo poco que los empresarios hacen por la sociedad.

Ben, que en hebreo significa “hijo” —Varsavsky, aunque no siga las enseñanzas de la Torá, es judío—, busca los brazos de su madre. Está nervioso. Esa noche la familia viaja hacia José Ignacio (Uruguay) por Navidad. Las maletas discurren ordenadas en el segundo piso. Estarán todos los hijos de Martín (Alexa, Isa, Tom, Leo, Mía, David y Ben) y muchos de los grandes problemas de nuestro tiempo. “Tenemos la costumbre de discutir sobre ellos en la mesa”, apunta. Quizá hablen de los 427.000 millones de dólares (382.000 millones de euros) que Estados Unidos dedica a la filantropía. Una actividad entre el día y la noche. “No me gusta que las organizaciones religiosas se puedan deducir el dinero de las aportaciones. Ahí tengo un problema. Porque muchas de estas asociaciones o religiones son activistas políticos. La reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos tiene bastante que ver con los evangélicos”, critica.

Entonces, tal vez hablen del nuevo negocio de su padre: Goggo Network. Una empresa de gestión de flotas de coches autónomos que quiere establecer en Europa un estándar parecido a lo que fue el GSM en el mundo de la telefonía. El mes pasado consiguió levantar 44 millones de euros en una ronda de financiación en la que participaron el grupo japonés SoftBank y Axel Springer Digital Ventures. Pero esa es la única cifra. No da ningún número más. Ni el dinero invertido por cada socio ni el reparto del capital ni la valoración de la compañía. “Puedo decir que SoftBank es minoría y que la mayoría del accionariado son los socios europeos”, aclara. “Es una empresa naciente y resulta difícil hablar de cuánto vale, mejor hablar de lo que hace”. ¿Y qué hace? Intentar tener éxito en una industria en la cual el vehículo cada vez tendrá menos peso y contará más la gestión de su inteligencia. Un cambio que en España, donde el 14% de su PIB en 2018 procedió del sector del automóvil, tiene severas consecuencias. Y riesgos. “Uno de ellos es que Google [que empezó a operar en noviembre pasado con su filial Waymo] y Baidu se queden con este mercado”, avisa el emprendedor de origen argentino. “Cada vez que una empresa de tecnología fracasa dicen: ¡Ah, fracasó! Y no se dan cuenta de que Amazon, Microsoft, Google, Facebook o Netflix se están llevando el pastel de todo el mundo. Basta de decir que las compañías tecnológicas fracasan. ¡El problema es que triunfan desenfrenadamente! Son pocas las que fracasan”, enfatiza.

El cielo se abre sobre la Casa Vars. Y el día, por un instante, recupera la tranquilidad del otoño.

—Quizá triunfan porque se han convertido en continentes económicos y políticos. Elizabeth Warren, candidata demócrata a la Casa Blanca, propone trocearlas.

“No estoy de acuerdo, pero estoy a favor de prohibir que las tecnológicas hagan cierto tipo de actividades en las que claramente los consumidores salimos perjudicados. Por ejemplo, resulta inadmisible que la publicidad de los medios de comunicación se la hayan llevado Facebook y Google”, asevera. “Y también lo es que le hayamos permitido crear agujeros fiscales por el que [los grandes grupos tecnológicos] se llevan todo el dinero sin pagar impuestos. Los ciudadanos, que mantenemos a los Gobiernos, tenemos que tapar esas grietas”.

Ben está cansado, pero se tiene que ir a comer. Aguarda un viaje de 9.900 kilómetros hasta San José. Feliz sobre los brazos de su madre despide al fotógrafo y al periodista con una palmada en la mano. “¡Choca!” Un día sus padres le contarán como llegó a esta era de tecnología e inequidad. Quizá se sentirá optimista y ya habrá leído los versos de Wislawa Szymborska (1923-2012). “La vida en la tierra sale bastante barata. Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo”.

En el exterior, la tormenta Elsa se ha calmado y Varsavsky, seguro, continuará soñando empresas bajo cualquier tiempo y adversidad climatológica.

Picasso, Rubens y un Ford Fiesta rojo

El Ford Fiesta rojo de Santi Burgos, autor de las fotografías de este reportaje, cuenta 285.000 kilómetros. Sus días de gloria quedaron en los años noventa. Pero aún transporta historias. Esta puede ser una de las últimas. Llevar desde sus oficinas a su casa en La Moraleja, embutido en el asiento del copiloto, al filántropo, millonario y portada de Forbes Martín Varsavsky, amigo de Sergey Brin (cofundador de Google), Jeff Bezos (dueño de Amazon) o del expresidente Bill Clinton. La idea es conocer, y fotografiar, su colección de arte. Picasso, Ed Ruscha, Rubens (taller), Eric Fischl, Joaquín Torres García, dibujos italianos del siglo XVII, Lolo Soldevilla, Degas, Chillida, Sol LeWitt. Una pasión heredera de su abuela Ora, quien creó la galería Galatea en el Buenos Aires de los años sesenta. La Moraleja es un cubo de Rubik de rotondas y viajar por ellas, un territorio sin mapa. Exige su tiempo y el pequeño Ford Fiesta impone su intimidad.
—¿No cree que el emprendedor tiene muchas similitudes con un artista? Es alguien que entendiendo su tiempo se adelanta a él.
—Sí… Pero respecto a su pregunta [lleva dándole vueltas desde el principio de la conversación] le diré que los emprendedores no se mueven por el dinero. Sin embargo estamos de acuerdo en que no tener dinero es un problema en la vida.
Uno de sus tres perros salta a su encuentro cuando Varsavsky baja del coche en la puerta de su casa. Dentro —y antes— se sucederán imágenes y palabras. Sobre las pérdidas millonarias de Uber y WeWork. "¿Son empresas falsas como las noticias falsas que anuncia Donald Trump? No. ¿Son rentables? Hoy por hoy, tampoco. ¿Agregan valor? Yo creo que sí". Sobre el vaciamiento de Europa. "En España se habla de la independencia de Cataluña, del País Vasco... Pero si estudias la pirámide de población ¡no quedará nadie! ¡No habrá vascos ni independentistas ni catalanes!". Sobre la emergencia climática. "Tengo la idea —aún no la he desarrollado— de utilizar la Antártida como un acumulador de agua, que evitaría la subida del nivel del mar, a partir de un sistema de centrales nucleares". Y sobre un desafío moral. ¿Ser madre es una circunstancia de la vida o un derecho? "Todas las personas que quieren ser padres deberían poder serlo", defiende el emprendedor, que promueve negocios de fertilidad. Egoísta, en 2020 solo quiere que atiendan sus plegarias.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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