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Así se fraguó el milagro industrial de Asia oriental

Esta región marginal en la posguerra se ha convertido en líder mundial gracias a grandes dosis de intervencionismo

Macarena Vidal Liy
Trabajador de la empresa china GalaxyCore.
Trabajador de la empresa china GalaxyCore.Wang Gang (China News Service via Getty Ima)

El “milagro de Asia Oriental”. El rápido crecimiento de países en esta región después de la Segunda Guerra Mundial se ha atribuido en buena manera a la política industrial que aplicaron países como Japón, Corea del Sur o Taiwán, que hoy día acapara la mitad de la producción mundial de semiconductores. De ser una región marginal en los años 70 en el terreno industrial, para 2015 constituía el principal núcleo de este sector en el mundo, y el mayor motor de crecimiento global. Aunque también jugaron otros factores, desde la intensa apertura al comercio exterior a, en Japón, el alto nivel de ahorro.

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Aunque la intervención estatal en los sectores preferentes ha variado en intensidad y en éxito según los países, la aplicación de una política industrial ha sido, durante décadas, una característica que ha aglutinado a las economías del este asiático y sus distintos modelos. Japón y Corea del Sur comenzaron desde el principio con una economía de mercado; China, con un sistema dirigido de economía socialista, pasaría treinta años tratando de eliminar el lastre de un rígido control del Gobierno antes de aumentar de nuevo su intervención.

China, el país que hoy día se ha convertido en la pesadilla de los políticos en Washington y al que Bruselas mira con inquietud, basó su despegue precisamente en la transformación de su economía de un modelo fuertemente centralizado a otro de mercado, en el que el Estado fue reduciendo gradualmente su intervención en los años previos a su ingreso en la OMC.

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Hasta la crisis financiera de 2008. Desde entonces, al tiempo que trata de desarrollar un modelo económico menos orientado a las exportaciones baratas y más al mercado interno, ha recuperado el interés en una intervención directa en los sectores preferentes, especialmente en el área tecnológica. “A medida que el cambio tecnológico se ha acelerado, la ambición de los planificadores y responsables de la política china también se ha expandido”, afirma el profesor Barry Naughton, de la Universidad de California-San Diego en su libro The Rise of China’s Industrial Policy, 1978 to 2020.

Mediante la concesión de subsidios, fusiones dirigidas por el Estado, la promoción de “campeones nacionales” en sectores como la inteligencia artificial o la transferencia forzosa de tecnología, China aspira a convertirse en un país líder en el terreno de la innovación. “Hacer la autosuficiencia tecnológica un pilar estratégico del desarrollo nacional” es una orden que llega del mismísimo presidente Xi Jinping.

Su 14 Plan Quinquenal, aprobado por la Asamblea Nacional Popular en marzo y que dirigirá la economía hasta 2025, prevé un crecimiento anual de un 7% en la inversión en I+D. Los sectores beneficiados serán, además de la inteligencia artificial, también la información cuántica, la neurociencia, la ingeniería genética, la medicina clínica y la exploración espacial, polar y oceánica. Y, por supuesto, los semiconductores, el maná de la economía digital, un sector que recibió una inversión de 35.200 millones de dólares en 2020, un aumento del 407% en un año, según la publicación especializada TechNode.

Si se trata de convertirse en una potencia económica mediante política industrial, Japón fue el pionero, e inicialmente el país de éxito más espectacular. En la segunda mitad del siglo XX, su PIB se multiplicó por 123, de 44.000 millones de dólares a 5,45 billones en 1995, convertida en la segunda economía del mundo. Entre 1960 y 1973, medidas como beneficios fiscales, subsidios, financiación preferente y proteccionismo comercial beneficiaron a los sectores identificados como estratégicos; aquellos con un mayor potencial de crecimiento en la productividad, como los ordenadores, los automóviles o el acero, y aquellos con capacidad de generar mayor número de empleos.

Su éxito inicial, que para los años ochenta le había convertido en una economía capaz de codearse con la de Estados Unidos, le generó los recelos de otros países competidores. Washington le acusó de adoptar medidas proteccionistas y tomó medidas de represalia. En una situación que evoca, hasta cierto punto, las tensiones actuales entre EE.UU y China, Japón se convirtió en el rival comercial a batir. Una situación que duró hasta los años noventa, cuando la presión externa y el cambio de ciclo que llevó al estancamiento de su economía llevaron al gobierno nipón al abandono de sus medidas intervencionistas. Tras aquella década perdida, el país ha vivido bajo la continua amenaza de la deflación y el bajo crecimiento económico.

Corea del Sur también adoptó políticas de intervención en su industria en las décadas tras la guerra (1950-1953) que la separó del Norte y la industria que allí se concentraba. Un éxito que le permitió transformarse por completo de una economía muy mayoritariamente agraria a otra industrial, y ver un continuo aumento de sus ingresos per cápita y un alto nivel de crecimiento.

Durante los años 60 y 70 desarrolló sectores como el automovilístico, el naviero, el acero o los productos electrónicos; los subsidios a su industria de los semiconductores le permitieron convertirse en uno de los gigantes mundiales en esta área. De aquella época data el surgimiento de los chaebol o grandes conglomerados familiares, que dominan desde entonces la economía nacional: Samsung representa el 15% del PIB surcoreano.

Taiwán también debe su prosperidad económica, al menos en parte, a una política industrial que en los años ochenta apostó por el desarrollo del sector de los semiconductores, mediante la contratación de ingenieros formados en Estados Unidos, la transferencia de tecnología desde ese país, y el fomento de inversiones en el sector. Hoy día, sus fabricantes dominan más del 60% del mercado mundial de los chips; su fundición estrella, TSMC, acapara el 54% de los ingresos del sector en todo el mundo.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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