Familias de clase media se unen para llevar a sus hijos a los colegios gueto que nadie quiere
Grupos de madres y padres de Manresa se organizan para matricular de forma conjunta a sus hijos en centros con un alto porcentaje de alumnos de origen inmigrante
―¿Verdad que te gusta tu cole?
Marc no contesta. Tiene cuatro años y se esconde detrás de las piernas de su madre, Anna Candel, de 36. Probablemente, Marc aún no sabe que su caso es especial y que sus padres han tomado una decisión sobre su escolarización que puede cambiar la historia educativa de Manresa. Su colegio es uno de esos centros públicos conocidos como gueto, en el que más del 95% de los alumnos son de origen inmigrante. Es una de esas escuelas de las que las familias de clase media catalanas huyen. Sus padres, ambos profesores, tenían claro que él no crecería en un colegio burbuja. Pero no querían hacerlo solos y se pusieron de acuerdo con otras seis familias con un perfil parecido al suyo para matricular a sus hijos de forma conjunta en Muntanya del Drac, una de las siete escuelas públicas de “alta complejidad” del municipio.
La segregación escolar, que se da cuando la Administración no interviene para conseguir un sistema equilibrado y los niños acaban divididos en diferentes colegios en función de su renta familiar, es un tema tabú en España. Los vecinos saben a qué escuelas no quieren llevar a sus hijos, aunque queden a menos de 100 metros de su casa. La Administración las tiene perfectamente identificadas, y los maestros y directores de centro prefieren guardar silencio.
España, con Madrid y Cataluña a la cabeza, es el tercer país de la OCDE con mayor número de colegios gueto, situación que se da cuando el nivel de concentración de alumnado con bajos recursos socioeconómicos en un mismo centro supera el 50%, según un estudio pionero publicado el pasado abril de la ONG Save the Children y el centro de estudios EsadeEcPol con datos de 64 países. Por ello, la Comisión Europea, el Comité de Derechos del Niño o la ONU han urgido en los últimos años a España a aprobar políticas que frenen la segregación escolar, que afecta al 46,8% de los centros educativos ―nueve de cada 10 son públicos―.
De forma anónima, una de las directoras de uno de los colegios de alta complejidad de Manresa habla. “Las familias de clase media catalanas no nos eligen porque pesa más la segregación que el proyecto educativo que ofrecemos… No vamos a esconder el tipo de alumnado que tenemos, basta pasar por la puerta para verlo”.
Para conocer el Muntanya del Drac hay que hacerlo a conciencia. Está en uno de los barrios más alejados del centro de Manresa, el Xup, que fue construido a finales de los 60 para alojar a las familias obreras recién llegadas, fundamentalmente andaluzas. Ahora, abunda la población musulmana. Ubicado en la parte más alta de la ciudad, a sus calles el alcantarillado llegó más tarde y para muchos de los vecinos del municipio, de 78.000 habitantes, sigue siendo una barriada. Frente al colegio hay varios bloques grandes de vivienda social y en la parte trasera solo hay bosque. “Es un entorno idílico, hacen muchas excursiones a la naturaleza”, dice María Ribera (psicóloga de 36 años), otra de las madres que matriculó a su hija junto a Anna Candel de forma conjunta. “Es una pena que los prejuicios tapen todo el potencial que yo le veo a este centro”, añade. “A la escuela van niños, el resto de etiquetas tienen que ir fuera”, comenta Candel.
Anna Candel, María Ribera, Sara Pio (maestra de 37 años) y Giorgina Bori (ingeniera agrónoma de 37) son madres de la generación milenial. Reunidas en el Jardí del Casino de Manresa para la foto que ilustra este reportaje coinciden en que no quieren ser vistas como heroínas, que les parece lógico llevar a sus hijos a un colegio con una representación real de lo que ven en la calle. No quieren que en su clase haya únicamente “catalanets blanquets” (catalanes blancos). Pero son conscientes de que son una minoría. En los últimos tres cursos, unas 15 familias han matriculado de forma conjunta a sus hijos en diferentes centros de alta complejidad del municipio, según datos del Ayuntamiento.
Muchas de esas familias se han sensibilizado con el tema gracias a unas jornadas que celebra desde hace tres años la Xarxa de Famílies d’Escoles Públiques (una plataforma de familias de los 13 centros públicos del municipio), en las que informan de los proyectos educativos de las escuelas de alta complejidad y animan a los padres a conocerlas en las jornadas de puertas abiertas.
Los investigadores consultados resaltan la “valentía” de estas familias, organizadas por su cuenta y riesgo al margen de la Administración para acabar con una sociedad fragmentada en la que no quieren ver crecer a sus hijos. Pero alertan de que la solución no puede venir únicamente de esa parte. Hacen falta políticas sólidas con nuevos criterios de escolarización, aunque gusten poco a las clases medias.
Aunque la nueva ley educativa, la Lomloe, aprobada el pasado noviembre, es la primera normativa estatal que aborda el problema de la segregación e incluye un paquete de medidas para frenarla, la decisión final está en manos de las autonomías, que son las que diseñan los procesos de admisión. Precisamente Cataluña ha sido una de las comunidades pioneras en aprobar en 2019 un pacto contra la segregación escolar, que este curso incluye por primera vez una reserva mayor de plazas para alumnos vulnerables en todos los centros, entre otras medidas.
Manresa está entre los municipios catalanes con un mayor índice de segregación escolar: allí el 41% de los alumnos de primaria tendrían que cambiar de colegio para que las escuelas reprodujesen la composición real del barrio (en secundaria, tendrían que hacerlo el 23% de los estudiantes), según un informe de la Fundación Jaume Bofill. En 2017, el Ayuntamiento de Manresa creó junto a la Inspección Educativa (dependiente de la Generalitat) una comisión para analizar la segregación escolar, después de recibir quejas por parte de las direcciones de varios centros afectados. Su reclamación: el grave perjuicio ocasionado a los niños de origen inmigrante al privarles de clases más heterogéneas.
Diferentes investigaciones muestran que las consecuencias de la falta de diversidad cultural y económica en las aulas perjudica al rendimiento de los alumnos con menos recursos. En caso de producirse una mezcla, se genera el “efecto compañero”, un contagio de las aspiraciones que influye en el éxito académico de los más desfavorecidos. ¿Y qué pasa con los niños de familias más acomodadas? Diferentes revisiones del informe PISA ―elaborado por la OCDE para medir las competencias de los alumnos de 15 años en matemáticas, ciencias y lectura― muestran que esos chavales sacan las mismas notas independientemente de si su centro está más o menos segregado, ya que lo que más les influye es el nivel educativo de sus padres, especialmente de la madre.
Este ha sido el primer curso en el que el Ayuntamiento de Manresa ha puesto en marcha medidas innovadoras. La prioridad es detectar cuántos y quiénes son los alumnos con menos recursos (revisan los datos de los servicios sociales para ver qué familias perciben la Renta Mínima de Inserción), los que presentan problemas de aprendizaje (a través de los informes prescritos desde pediatría) y los que no dominan bien el español o el catalán (preguntan a las escuelas infantiles municipales). Todos los centros, incluidos los concertados, están obligados a reservar cuatro plazas en cada clase para ese alumnado. “De esa manera nos aseguramos de que el reparto es más equitativo, aunque los efectos se verán a largo plazo, para acabar con la segregación no hay medidas drásticas”, apunta Marta Romeo, técnica de educación del Ayuntamiento.
Este mecanismo provoca, en ocasiones, el efecto contrario: familias de origen inmigrante que quieren llevar a sus hijos a los colegios gueto se ven forzadas a matricularlos en otros para cumplir con esa cuota de cuatro plazas. “Hay familias que no lo aceptan porque quieren que sus hijos vayan con sus iguales... Les pagamos el autobús escolar y el comedor porque algunos de esos centros están lejos de su domicilio”, añade.
En la clase de la hija de Mariam Berraha, que llegó a Manresa hace 30 años de Marruecos, no hay ninguna Laia ni José, todos los compañeros de aula tienen nombres árabes. “El 99% de los alumnos del colegio son inmigrantes, estamos excluidos, todos en el mismo sitio”, cuenta Berraha, de 33 años, que trabaja de traductora en centros públicos del municipio para facilitar la comunicación entre las familias recién llegadas, sobre todo de África, y los docentes del colegio. Le gustaría que hubiese más diversidad porque cree que así los problemas con el idioma se solucionarían y el ritmo de aprendizaje sería más rápido. “En el recreo hablan en árabe y a eso se suma que los profesores les tratan con menos cariño que en colegios donde solo hay catalanes”.
Nadia Lahchiri, de 45 años, ya tiene a dos de sus hijos, que fueron a otro de los colegios gueto de Manresa, haciendo Bachillerato. “En casa siempre hemos estado encima para que hagan los deberes, y los catalanes deben pensar que nuestros hijos lastran a los suyos, pero no es así... Los niños tendrían que estar mejor repartidos para que desde pequeños convivan y creen lazos”.
El rol del profesor
Albert Ramírez ha sido el inspector jefe de educación en Manresa durante los últimos cinco años. Él insiste en que la solución para acabar con los colegios gueto no pasa solo por distribuir de otra manera a los alumnos, sino por formar a los docentes para que pongan en los alumnos vulnerables las más mismas expectativas que en el resto. “La forma en la que el profesor se relaciona con sus alumnos y con las familias en estos centros es clave; no es lo mismo transmitirles que sus hijos pueden llegar a la Universidad que decirles que, al menos, tienen que sacar los estudios obligatorios, el efecto no es el mismo”, recalca. “Ya estamos trabajando este aspecto con el profesorado”.
Es lo que en psicología se conoce como profecía autocumplida. “El docente es el líder y, muchas veces de forma inconsciente, transmite un mensaje que tiende a cumplirse, ya que los niños carecen de pensamiento crítico y asumen lo que les dice su maestro”, indica Rafa Guerrero, psicólogo y autor del libro Educar en el vínculo. “El ser humano nace frágil, así son sus primeros años de vida, y en un contexto de protección, de relación vertical, en función de cómo interprete ese adulto de referencia lo que hace, le va a empoderar o ridiculizar. El impacto a nivel emocional es muy fuerte y determinante para su futuro”, zanja.
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