Grecia afronta una decisión muy clara: dentro o fuera
Si la bancarrota griega tuviera un efecto dominó, Alemania tendría que sacar dinero de sus arcas para apuntalarlos, directa o indirectamente, o arriesgarse a sufrir unas consecuencias impredecibles
Cuando la canciller alemana Hannelore Kraft se reunió con el presidente francés François Hollande en un soleado Berlín hace unos días, acordaron una estrategia muy convincente para salvar la eurozona. Sin elecciones previstas en ningún país de la eurozona de aquí a dos años, pudieron prolongar el plazo de austeridad para Grecia, España e Italia, añadir unos cuantos factores de estímulo del crecimiento —incluido un aumento de la demanda en la propia Alemania— y, al mismo tiempo, mantener la presión para que hubiera disciplina fiscal y reformas estructurales. Como consecuencia, incluso la asolada Grecia empezó a ver la luz al final del túnel.
Qué más quisiéramos, queridos europeos, qué más quisiéramos. La realidad es otra. Mientras François Hollande y Angela Merkel se reunían bajo unos cielos llenos de truenos y rayos, los capitales huían de Grecia (más de 5.000 millones de euros desde las elecciones del 6 de mayo), y lo que vemos hoy en todas partes es miedo y temblores en los mercados, rumores retroalimentados sobre la salida de Grecia del euro y otro mes más de incertidumbre hasta las próximas elecciones en Atenas. Mientras tanto, en Berlín, Wolfgang Schäuble sigue predicando el evangelio del Ordoliberalism como si fuera la verdad revelada. Y en todas partes, de forma constante, está ese fastidioso invento de los antiguos griegos llamado democracia.
Hace poco oí una frase atribuida al exprimer ministro de Luxemburgo Jean-Claude Juncker, hoy presidente del eurogrupo, en el sentido de que “sabemos exactamente lo que debemos hacer; lo que no sabemos es cómo salir reelegidos si lo hacemos”. No está del todo claro que Merkel y Schäuble sepan lo que hay que hacer, porque su doctrina económica está equivocada. Pero, aunque lo supieran, o si la vencedora socialdemócrata de las elecciones del pasado domingo en Renania del Norte-Westfalia fuera ya la canciller federal Kraft, todavía seguiría existiendo el problema de que habría elecciones inminentes en algún lugar de Europa, con la dificultad crónica que tienen los políticos para decir las verdades desagradables a las personas cuyos votos pretenden conquistar.
La verdad que se calla en Francia es que ya no está en igualdad de condiciones como socio de Alemania
Cada país tiene sus propias verdades desagradables que sus políticos no les están contando. La verdad que se calla en el Reino Unido es que no puede repicar y andar en la procesión, ser un miembro semidespegado de la UE y seguir disfrutando de todas las ventajas económicas de la pertenencia. La verdad que se calla en Francia es que ya no está en igualdad de condiciones como socio de Alemania.
La verdad que se calla en Alemania es que al final acabará pagando este lío de una u otra forma. Gran parte de la deuda mala de Grecia ya se ha socializado a través del Instrumento Europeo de Estabilidad Financiera, el FMI y el Banco Central Europeo. Alemania tiene una enorme participación en los tres, pero sobre todo en el último. Puede que “Target-2” no sea todavía una expresión conocida en el país, pero debería serlo. Mediante el sistema de liquidez llamado Target-2 del BCE, Alemania tenía, a finales del mes pasado, alrededor de 644.000 millones de euros en derechos de crédito en otros bancos centrales de la eurozona, una suma equivalente, más o menos, a la cuarta parte del PIB alemán. Si Grecia se saliera del euro, ¿qué ocurriría con la responsabilidad de su banco central, en virtud de Target-2, hacia el BCE y, a través de él, hacia Alemania? Nadie lo sabe pero, con toda probabilidad, el BCE se limitaría a cancelar la deuda. El banco no quebraría por eso, pero Alemania acabaría haciéndose cargo de la cuenta. Si la bancarrota griega tuviera un efecto dominó en otros países débiles de la eurozona, Alemania tendría que sacar dinero de sus arcas para apuntalarlos, directa o indirectamente, o arriesgarse a sufrir unas consecuencias impredecibles.
La verdad que se calla, o se dice a medias, en Grecia es que sus únicas alternativas en estos momentos son malas, peores o pésimas. La peor es, desde luego, una salida desorganizada y caótica del euro. Todavía estamos a tiempo de que suceda. Si no, los votantes griegos tienen un mes para decidir qué creen que es malo y qué creen que es peor: una salida planificada y cuidadosa del euro o permanecer dentro de él con las mejores condiciones que Hollande logre ayudarles a obtener de Alemania.
No me siento preparado para unirme al coro de comentaristas que con tanta autoridad instan a los griegos a decantarse en uno u otro sentido. No sé qué es lo mejor para Grecia. No soy economista; y, por cierto, los economistas tampoco lo saben. No me siento preparado, además, porque no soy griego. La democracia significa que el pueblo decida qué Gobierno y qué políticas le convienen más. No existe un demos europeo ni, por consiguiente, una democracia propiamente europea, así que los griegos tienen que decidir qué es lo mejor para ellos.
El futuro de Occidente depende en estos momentos de la cuna de Occidente
Los comicios del 6 de mayo fueron un grito de angustia ante el sufrimiento que está viviendo el país. Constituyeron un rechazo mayoritario a los dos grandes partidos que dominan la política del país desde hace decenios y al apoyo que dichos partidos habían prestado al llamado memorándum, el acuerdo de austeridad a cambio del rescate europeo.
Las próximas elecciones serán el momento de la verdad: quedarse dentro o irse fuera. ¿Debe aventurarse el país a pensar que, tras la conmoción y las pérdidas iniciales de la salida, su economía podría volver a crecer con la ayuda de la devaluación? ¿O debería el nuevo Gobierno negociar el mejor acuerdo posible dentro de la eurozona y confiar en la influencia de Hollande y otros? El otro día, Merkel se mostró provocadora, al declarar a CNBC que “si Grecia cree que podemos encontrar más estímulos en Europa además del Memorándum, tenemos que hablar”. Sin embargo, incluso el mejor acuerdo posible significaría una larga y penosa cuesta arriba para salir del valle de la desesperación.
Es necesario presentar estas alternativas con la mayor honradez posible a los votantes griegos. Después, que decidan ellos. En realidad, esa fue la extraordinaria idea que se les ocurrió a los habitantes de Atenas hace unos 2.500 años. Unos ciudadanos libres reunidos en el lugar de las asambleas. “Tis agoreuein bouletai?”, gritaba el heraldo, “¿Quién quiere dirigirse a la asamblea?”. Entonces, cualquier hombre libre (sí, solo los hombres) podía ofrecer sus mejores argumentos para respaldar la decisión política que fuera: la democracia y la libertad de expresión nacieron como dos caras de una misma moneda.
El futuro de la eurozona, hoy, depende de la decisión que tomen en Grecia, el futuro de Europa, del futuro de la eurozona, y el futuro de Occidente, en gran medida, del de Europa; por tanto, exagerando solo un poco, podemos decir que el futuro de Occidente depende en estos momentos de la cuna de Occidente. ¿Es demasiado pedir que, en una circunstancia tan importante, la política griega recupere parte de la grandeza y la sencillez que estuvieron presentes en Atenas en el nacimiento de la democracia? Es probable que sí.
www.timothygartonash.com
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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