Escarnio
Los políticos están ahí para que la burla que volcamos en ellos dé salida franca a la frustración social
Desayunarse con un sapo cada mañana, es la dieta que suele seguir quien aspira a dedicarse a la política. Tampoco le viene mal tener la cara de cemento, porque, si bien Maquiavelo no dijo nada sobre esto, el político es un ser que nace, crece y se presenta ante la sociedad solo para ser insultado. Cada cuatro años los votantes eligen a los que van a zaherir, despreciar y hacer objeto de sus chanzas. Ganar unas elecciones significa ocupar el primer puesto en el barracón del pimpampum de esta feria de la democracia. Tampoco la oposición se libra de esta granizada de humor y desprecio. Detrás de los políticos de cualquier bando están los que mandan de verdad: entes económicos difusos e intocables cuyo armamento invisible desarrolla una contundente capacidad de fuego cuando las circunstancias lo requieren. En la Gran Depresión del 29 del siglo pasado los banqueros y grandes industriales se arrojaban al vacío por la ventana, porque su ruina era personal e intransferible. Hoy solo se suicidan los pobres. Puede que un obrero en paro al que han desahuciado se queme a lo bonzo en la puerta de la empresa, pero detrás de la razón social que se exhibe en la fachada no existe ningún rostro concreto, imputable. Los políticos solo son la sábana de estos fantasmas. El poder económico que gobierna el mundo desde el otro lado del espejo necesita que en cierto modo los políticos sean corruptos porque la corrupción política encubre la suya propia, el desprecio con que se sacia el público a los intocables les sirve de parapeto. ¿Quién es Barak Obama sino un ser que ocupa la Casa Blanca con la única misión de vender con voz de blues las órdenes que recibe? En teoría se trata del hombre más poderoso del planeta que no ha podido eliminar la cárcel de Guantánamo, que da por bueno que en nombre de la seguridad haya una red de espionaje mundial y acepta que en el Despacho Oval pueda haber un grillo detrás del retrato de George Washington. Los políticos están ahí para que la burla que volcamos en ellos dé salida franca a la frustración social. En su espejo mediocre se refleja nuestra mediocridad, por eso es tan excitante romper ese escaparate tan frágil, mientras el poder, a salvo del escarnio, se permite mover los hilos impunemente en la oscuridad.
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