Juicio a Calatrava
Los defectos de obra y los sobrecostes convierten al arquitecto en un paradigma del despilfarro
Ningún arquitecto ha influido tanto en la fisonomía contemporánea de Valencia como Santiago Calatrava. La estética ciudadana perteneció al gótico hasta que la Ciudad de las Ciencias, que impulsó la Generalitat socialista de Joan Lerma, tomó forma y se convirtió en su más vistoso logotipo. Pero en ese valle monumental inspirado en estructuras óseas también están inscritas todas las tensiones políticas provocadas por el exacerbado boom del cemento en las que zozobraron las finanzas públicas de la Comunidad Valenciana y que han acabado poniendo en duda el crédito profesional del arquitecto.
Calatrava, ahora imputado por las irregularidades en el contrato de un edificio emblemático no realizado en Castellón, por cuyo proyecto cobró 2,7 millones, vio peligrar su trabajo en 1995 con la llegada del PP a la Generalitat, que paralizó su obra. Sin embargo, el PP necesitaba más al arquitecto de lo que sospechaba. Eduardo Zaplana anuló un proyecto de torre de comunicaciones con la fundamentación hecha y agrandó el proyecto con el palacio de Les Arts y L’Oceanogràfic. Ese fue el inicio de una larga relación. Luego, Francisco Camps le añadió L’Àgora e incluso tres altas torres en su entorno que no se han construido, pero por las que el arquitecto cobró 15 millones. Calatrava encontró un filón en un PP horrorizado por su propio vacío y desesperado por aplastar la impronta de los socialistas en la ciudad. Ahí fue donde el arquitecto se convirtió en el hombre de negocios que hoy requiere la justicia. Todas las ocurrencias capaces de ser concebidas por su desbordante imaginación encontraron acomodo en el Palau de la Generalitat, disparando el presupuesto y los sobrecostes, que en algunos casos llegaron hasta un 400%. Sus honorarios en el proyecto, que él mismo ha considerado “modestos”, alcanzaron los 100 millones.
Editoriales anteriores
La Ciudad de las Artes y las Ciencias se ha convertido en la zona cero de Santiago Calatrava. Ahí estaba todo lo que ha ido sucediendo en su trayectoria posterior. Sus graves defectos de obra, como las filtraciones, y los sobrecostes se han convertido en un recurrente ejemplo internacional de despilfarro, a menudo con réplicas en muchas de las ciudades en las que se han construido sus proyectos con resultados insatisfactorios. El hombre de negocios ha ido alejando cada vez más su nombre del ámbito de la arquitectura y ganando más presencia en la crónica judicial.
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