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Tribuna
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La obligación de decidir

Los problemas de Cataluña no se pueden esconder debajo de la alfombra

Aunque Mas y sus socios lo invoquen todos los días, el “derecho a decidir” no existe. Lo que, en cambio, sí hay es la “obligación de decidir” y ésta, consecuencia de la libertad del hombre, es la que da carácter moral a sus actos. Es precisamente por estar obligado a decidir entre bienes o valores opuestos y a asumir las consecuencias de la decisión por lo que el hombre es responsable de lo que hace. Sartre se dio cuenta de lo que ello significa cuando en El existencialismo es un humanismo escribió: “El hombre está condenado a ser libre”.

La filosofía moral, desde Aristóteles, ha elaborado diversos sistemas éticos. Hay éticas formales y materiales, individualistas y sociales, autónomas y heterónomas. Todas, por caminos distintos, tratan de averiguar la manera de obrar bien y el que sigamos discutiendo sobre ello demuestra que —contra lo que se suele opinar— la filosofía aún no ha terminado su larga andadura, lo cual es otra manera de decir que hay que seguir pensando. Lo que sí parece que se puede descartar, es que la solución a los problemas éticos pueda encontrarse en fórmula, método o código alguno. Porque, en efecto, la suprema dignidad de ser libre es a la vez una condena que hace al hombre responsable de sus decisiones y si se equivoca no le sirve de disculpa ni la ley de Dios ni la de los hombres. Pero sí está obligado a intentar acertar utilizando las luces de la razón y el esfuerzo y reflexión de que sea capaz, bien entendido que nada ni nadie le garantiza que su decisión será la correcta.

En Europa nuestro futuro va a depender de las decisiones de unos cuantos líderes que más vale que acierten

Todos los días tomamos decisiones y, con frecuencia, en el curso de la vida recordamos, para nuestra tranquilidad o nuestro remordimiento, lo acertado o equivocado de las elecciones que hicimos. Pero hay momentos esenciales en la vida de todo individuo, como los hay, sin duda, en la historia de los pueblos, en que una decisión trascendental cambia por completo el rumbo, con consecuencias de largo alcance. La historia está llena de ejemplos: Sócrates, frente a la opción de escapar a lugar seguro o aceptar la condena dictada por su ciudad decide morir y, además, explica por qué, en una de las grandes lecciones de ética de la historia de la filosofía y de lo que significa ser libre. Dos mil doscientos años después, Heidegger, tal vez la mente más poderosa de la filosofía contemporánea, conocedor como pocos del pensamiento griego, de la moral kantiana, de la nitscheana, educado en el rigor de un maestro ilustre como Husserl, cuando tuvo que tomar la decisión más importante de su vida se equivocó y, para su eterna ignominia, decidió apoyar el régimen y acatar las órdenes de unos nazis enloquecidos. Con él, la gran mayoría del pueblo alemán, incluyendo notables personalidades del mundo intelectual, optó por seguir a Hitler y sus verdugos. Como puede verse, ni los títulos académicos son garantía de buen juicio ni las sociedades más cultas e ilustradas responden siempre como cabría esperar.

La necesidad de tomar decisiones cuyas consecuencias pueden alterar de manera dramática el curso de nuestras vidas ofrece hoy un panorama inquietante aunque no se puede negar que, también, del mayor interés como objeto de análisis y conjeturas. En Reino Unido, Cameron se enfrenta a decisiones en relación con Europa que definirán el futuro de su país. Lo mismo sucede en Francia, donde los socialistas se juegan el ser o no ser de su partido y, en gran medida, de la Francia que hemos conocido. También en Alemania y, en definitiva, en Europa nuestro futuro va a depender de las decisiones de unos cuantos líderes que más vale que acierten. Y, por supuesto, podemos ampliar el foco e incluir a las demás naciones del mundo más y menos civilizado. Pero nos referiremos, para terminar, a nuestro país, donde sería deseable que la Generalitat de Cataluña dedicara sus recursos a exhortar a los ciudadanos en la dirección de cumplir con sus obligaciones en lugar de calentarles la cabeza con el dichoso derecho aludido al principio. Exhortación que, además de en Cataluña, vendría bien en todo el territorio nacional y sobre todo a los políticos, no precisamente la clase mejor valorada hoy por la ciudadanía. Para que no todo sean malas noticias cabe reseñar un cierto aire de renovación en el PSOE, y no sólo en las personas, después de la oportuna jubilación de Rubalcaba. Por el contrario, en la derecha no pasa nada. Ellos ya han tomado todas las medidas necesarias en relación con la corrupción, no tienen nada que decir sobre el problema catalán salvo que fiat iustitia pereat mundus y que la economía va muy bien. A lo mejor es que no han visto las encuestas de opinión y la valoración que merecen sus jefes. ¡Como son tan raros...! En cuanto a la obligación de decidir y en lo que se refiere a Cataluña, no digo que la táctica de no moverse no sea la mejor, o la menos mala, frente a un personaje como Mas. Pero el problema catalán es algo más que Mas. Y los demás problemas seguramente requieren algo más que meterlos debajo de la alfombra. Una cosa es segura: a plazo de un año habrá que hacer frente a todos ellos porque los ciudadanos decidirán quién creen que los puede resolver mejor. Eso sí, la batalla se dará en términos y con reglas de juego democráticas, mediante el voto libre de los españoles, no constreñido desde el poder político ni influido por la propaganda oficial como han tenido que sufrir los catalanes en ese lamentable esperpento de hace unos días.

Jaime Botín es es alumno de la Escuela de Filosofía. Fue presidente de Bankinter entre 1986 y 2002.

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