El remedio está en el bosque
“Padecemos un analfabetismo natural. No reconocemos los estímulos de la naturaleza”
Somos los lugares que habitamos. Porque el entorno determina nuestra forma de ser. Así lo sostiene la psicología ambiental, en la que los urbanitas desencantados buscamos una disculpa teórica para huir a la naturaleza en cuanto podemos, sin complejo de domingueros. La vuelta a los paisajes naturales es una necesidad. Y no tiene nada que ver con esa idealización del campo que preconizaba el locus amoenus de nuestros antepasados renacentistas. “Con la llegada de la sociedad moderna, la ciudad representaba seguridad frente a las agresiones potenciales de la naturaleza”, explica José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología Ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid. “Hoy esa actitud nos resulta errónea, e incluso nos permitimos hablar del trastorno por déficit de naturaleza: incremento de la obesidad, enfermedades respiratorias, falta de vitamina D, estrés… La ciudad nos aporta protección y confort, pero nuestro sistema nervioso no se ha adaptado y echa de menos esa estimulación natural que nos ha dado la supervivencia como especie”. Por más que nuestros genes conserven esa información, no resulta fácil para los urbanitas reincidentes reconectar con la naturaleza. “Hemos caído en un analfabetismo natural, hemos perdido la memoria de reconocer los estímulos que proceden de ella”, asegura Corraliza.
El “verde que te quiero verde” lorquiano podría convertirse hoy en el eslogan de esa llamada hacia el escenario que vio nacer a la humanidad y que cura cuerpo y mente. Los sistemas sanitarios de algunos países comienzan a prescribirlo en las consultas médicas. En Japón, por ejemplo, es habitual recetar shinrin-yoku (baños de bosque), porque se sabe que pasear entre árboles reduce la presión sanguínea, el estrés y la glucosa, fortalece el sistema nervioso y hace que los linfocitos aumenten, evitando enfermedades y tumores. Y el Gobierno nipón, a través de su Agencia Forestal, acerca a los ciudadanos a los bosques, poniendo a su disposición coaches que les enseñan, in situ, cómo respirar, qué paso llevar o cómo vivir la experiencia de manera consciente.
Sí, convertir una escapada al campo o a la montaña en algo terapéutico es posible… siempre que estemos dispuestos a “asilvestrarnos”. ¡Abstenerse quienes sacan las sillas plegables del coche y se apoltronan entre pinos! “Se trata de ir con actitud de paseo, prestando atención, fijándose en los sonidos, los colores, las texturas, los olores…”, propone el profesor Corraliza. “Solo hay que dejarse impresionar por ellos y recuperar nuestra memoria atávica”. Que la sanidad pública española tome ejemplo de Japón no parece muy probable, al menos a corto plazo. Por eso, si necesitamos ayuda para redescubrir el paraíso verde, podemos apuntarnos a un taller de arbolterapia como los que imparte el terapeuta gestalt Michel Abriel, cuya iniciativa Encuentro con los Árboles nos permite conocer el mundo vegetal desde diversas perspectivas para mostrarnos lo que aporta a nuestro beneficio físico y emocional.
¿Y qué hacer si no podemos escapar al bosque? “La ciudad no tiene por qué aislarte de la naturaleza: los parques tienen una función igualmente terapéutica”, asegura José Antonio Corraliza. Y una última recomendación de Abriel: “Sabemos que entre las macetas que cuidamos y nosotros se crea un vínculo afectivo, así que tener plantas cerca es altamente positivo. Y tengamos en cuenta que la aromaterapia, los aceites esenciales e incluso las infusiones son una forma de relacionarnos con lo natural sin movernos de casa”. Naturaleza de bolsillo… ¡sin insectos ni agujetas!
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