Matanza en el Bardo
Europa debe ayudar a Túnez a defender su incipiente democracia del terror yihadista
La matanza terrorista en el museo tunecino del Bardo ha venido a poner trágicamente de relieve la fragilidad del país norteafricano, el único donde la primavera árabe,tras una dictadura interminable, ha sido capaz de culminar un proceso incipientemente democrático. El asesinato de una veintena de turistas, dos españoles entre ellos, señala también las limitaciones de Túnez, a tiro de piedra de Europa, para aislarse de la violencia y el caos político circundantes.
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No se conoce todavía la afiliación precisa de los autores de la masacre (cuyo relato es confuso y contradictorio), que ha sido reivindicada por el Estado Islámico (EI) y saludada con entusiasmo en páginas yihadistas afines. El primer ministro, Habib Essid, aseguraba ayer que los pistoleros muertos no tenían vínculo formal con grupos terroristas. No cabe duda, sin embargo, de que el más grave atentado desde la revolución de 2011 ha sido calculado con el doble objetivo de dinamitar la incipiente democracia tunecina y asestar a la vez un golpe decisivo a una economía dependiente en gran medida del turismo, europeo especialmente. No es casual la elección de turistas como blanco ni el momento elegido por los asesinos para golpear al Gobierno laico llegado al poder tras derrotar el año pasado a los islamistas moderados de Ennahda.
Descarrilar la democratización de Túnez es objetivo declarado de los fundamentalistas, desde Al Qaeda hasta grupos locales como el proscrito Ansar al Sharia o los salafistas que se declaran obedientes al EI. Tras el derrocamiento del dictador Ben Alí, el país norteafricano ha visto aumentar imparablemente el extremismo, hasta el punto de convertirse en vivero de yihadistas que combaten en Siria o Irak. En sus fronteras, un Ejército pequeño y poco preparado lidia con una creciente agitación islamista. Libia en particular, anegada en armas y desintegrándose, nueva plataforma del EI, constituye una vecindad tan porosa como explosiva.
Túnez, a las puertas de Europa, necesita en esta hora el apoyo decidido de la UE para combatir el terrorismo y mantener un Estado democrático, más que rara avis en la zona. Lo acontecido en el Bardo vuelve a demostrar, después de episodios similares en el corazón de Europa, que la lucha contra la variante más siniestra del fanatismo islamista es un combate de todos. Como tal, y por lo que nos jugamos en ello, no debe conocer fronteras.
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