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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Black Art Matters (el arte negro importa)

<span >Kehinde Wiley</span>
Kehinde Wiley

Autora invitada: Beatriz Leal Riesco (*)

En 1999, el entonces alcalde de Nueva York Rudy Giuliani describió como "enfermo" el cuadro de Chris Ofili, The Holy Virgin Mary, amenazando con retirar los fondos públicos del Museo de Brooklyn donde se exponía. Meses después, un anciano la profanaba cubriéndola de pintura blanca mientras un acalorado debate entre críticos y detractores abarrotaba páginas de la prensa internacional. La obra del joven artista británico de origen nigeriano, uno de los exponentes de la generación Young British Artists y ganador del Premio Turner, formaba parte de la exposición itinerante Sensation, del coleccionista de arte Charles Saatchi, que abría sus puertas en Nueva York tras asistencias récord en su apertura en Londres y su recorrido por Berlín.

Una vez más desde su descubrimiento en un viaje de estudios a Zimbabue en 1992, el artista hacía uso de su material fetiche -las heces de elefante- en la representación de una figura femenina negra con el manto de color azul vinculado a la Virgen. Imágenes recortadas de revistas pornográficas de genitales femeninos y de películas blaxploitation la rodean a modo de querubines, superponiéndose a un fondo dorado de raigambre bizantina con marcas sugiriendo pinturas rupestres de los san africanos. Esta "versión hip-hop" de María, como la define su autor -él mismo católico- fue demasiado para la sensibilidad de ciertos creyentes.

Chris Ofili, Day and Night

Los marcados rasgos raciales de esta virgen negra, creando un fuerte contraste con la iconografía lechosa de vírgenes medievales y renacentistas, fuerza al espectador a reflexionar sobre el racismo inherente al discurso histórico cristiano cuestionando los límites que separan lo sacro y lo profano. En esa misma muestra, caracterizada por un afán de provocación, diluido hoy por el furor de la contemporaneidad, se incluían dos maniquíes del también nigeriano-británico Yinka Shonibare. Vestidos con unos trajes a la moda victoriana realizados con tejidos "africanos" (importados en realidad desde Indonesia por los colonos holandeses) y sin cabeza (concebidos de manera irónica por el artista en alusión a las muertes por guillotina de la Revolución Francesa), su belleza y gracia novecentescas los alejan de cualquier atisbo de iconoclasia. Dos artistas, dos maneras de comprender y hacer arte que han vuelto a la ciudad de Nueva York en meses recientes con motivo de sendas exposiciones individuales, propias del estatus de dos figuras ya consolidados en el mercado del arte mundial.

Day and Night, de Chris Ofili, cerraba sus puertas hace un par de meses en el New Museum del Bowery en la que ha sido su retrospectiva más amplia hasta la fecha y donde da un nuevo giro a su carrera, dando paso a la serie One-Way Ticket del artista afroamericano Jacob Lawrence, en el MoMA. The Migration Series, compuesta por 60 pinturas realizadas en 1941 con una clara intención pedagógica y de creación de memoria colectiva, nos adentra en las grandes oleadas migratorias afroamericanas en los EEUU en el siglo XX,las cuales reconfigurarían el país, sintiéndose con crudeza sus efectos en las desigualdades económico-sociales de amplias capas de la población así como en las altas tasas de negros desempleados y reclusos en las cárceles en la actualidad.

Este mes de mayo, se producirá una explosión de propuestas que confirman que, si bien habrá que seguir enarbolando la insignia de Black Lives Matter (las vidas negras importan), en el ámbito de las artes podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos: Black Art Matters (el arte negro importa).

Junto al Studio Museum de Harlem, el museo de Brooklyn se ha erigido como una de las instituciones dedicadas a dar a conocer al público americano e internacional lo más granado de la producción negra. Estos días, hace coincidir en sus salas en remodelación (lo cual, en un giro irónico recuerda el caos y organicidad de urbes africanas o barrios urbanos reprimidos de los EE.UU.) la retrospectiva hiperrealista y colorista del afroamericano Kehinde Wiley, A New Republic y de la fotógrafa sudafricana con más empuje en nuestros días Zanele Muholi, Isibonelo/Evidence, con la muestra intimista de los diarios del primer afroamericano en alcanzar fama mundial: Jean Michel Basquiat (The Unknown Notebooks).

En un gesto metafórico, Basquiat nos presenta a dos creadores negros quienes, gracias al impacto de sus obras y su persona en el panorama artístico mundial a mediados del siglo pasado, mantienen su legado décadas después. Yinka Shonibare había merecido tan alto reconocimiento con una retrospectiva en estas mismas salas en 2009, y desde la semana pasada, la isla de Manhattan le rinde su personal acogida con Colonial Arrangements, en la mansión Morris Jumel -la casa más antigua de Manhattan- y Rage of the Ballet Gods, en la galería James Cohan, en Chelsea, donde sus maniquíes se reapropian de espacios históricos o de salas contemporáneas proponiendo lecturas estratificadas en las que la herencia colonial, los mitos clásicos y su querida era victoriana contextualizan obras que se han llegado a criticar por estetizantes y repetitivas.

Puesta en paralelo con Day and Night de Ofili, el chascarrillo derivado de la traducción del título al español resulta oportuno para comparar la evolución entre el primero, siempre a la búsqueda de nuevas maneras de expresarse, y el segundo, quien tras conseguir una firma reconocible para coleccionistas y espectadores, parece haberse conformado con repetir el tic artístico que le ha convertido en un clásico.

Paradójicamente, mientras en Baltimore se suceden los levantamientos de oposición a la violencia policial ejercida contra jóvenes afroamericanos, a 300 kilómetros, en la cosmopolita y progresista ciudad de Nueva York, la escena del arte contemporáneo desenrolla alfombras y viste sus mejores galas para recibir las creaciones plásticas, audiovisuales y literarias de creadores africanos y afroamericanos no sin dejar de levantar controversias, como la que rodea al premio que el PEN World Voices Festival de literatura internacional -este año con África como invitado central- ha otorgado a Charlie Hebdo, provocando la negación de varios escritores a asistir al evento que se desarrolla hasta el 10 de mayo. Con un detalle de la obra plástica Roots of All Eves (2010) de la reconocida artista keniata Wangechi Muti como póster de presentación, el festival presidido por Colm Tóibín, quien ha tomado el relevo de Salman Rushdie, reúne a Chimamanda Ngozi Adichie, Teju Cole, Edwidge Danticat, Aboubakar Boris Diop, Achille Mbembe, Zanele Muholi, Ngũgĩ wa Thiong'o, Binyavanga Wainaina, entre otros, quienes traerán lo mejor de la literatura de ficción y ensayística de África y su diáspora. Mostrando una presencia en ascenso de hombres y mujeres africanos en los imaginarios reales y figurados de occidente con Nueva York como adalid, en las próximas semanas ocuparán múltiples espacios, creando un mapa de subjetividades y experiencias ligadas a África haciéndose con galerías, centros de arte, aulas universitarias, cines y museos.

Que sea fruto del hambre voraz de inversores de todo el planeta en los valores seguros del arte contemporáneo, de una apertura real a otras subjetividades y lugares de producción artística, o de la conjunción de ambas en este mundo interconectado adicto a la novedad y a paraísos exóticos por descubrir, lo cierto es que los creadores de África y su diáspora han encontrado su lugar en una de las mecas del mercado del arte global. La pujanza de todo lo que tenga olor africano lo demuestra que su comisario estrella, el nigeriano Okwui Enwezor, se haya convertido este 2015 en el primer africano en dirigir la Bienal de Venecia.

Consolida de este modo una meteórica carrera que lo ha llevado a dirigir muestras de arte contemporáneo tan prestigiosas como la documenta de Kassel o la Bienal de Johannesburgo y a detentar el cargo de director en la Haus der Kunst en Munich. Han sido las estrategias comunes de difusión y legitimación realizada en conjunto durante estos últimos veinte años por comisarios, artistas, críticos y divulgadores entre los que Enwezor se cuenta las que han llevado a este momento de eclosión de las artes africanas y afroamericanas en la que todas las artes participan por igual. No por casualidad este mismo mes el 22º African Festival de Nueva York (AFF) se une a la celebración de las Naciones Unidas de la "Década internacional de las poblaciones de ascendencia africana" reuniendo en un programa con más de 50 películas de más de 25 países, títulos de ferviente actualidad.

Obra de Yinka Shonibare

Como hilo de unión, la reflexión sobre el modo en el que la emigración o el desplazamiento forzado por razones económicas, socio-políticas o ecológicas moldea la realidad de una gran cantidad de hombres y mujeres africanos en el continente o en la diáspora. Esta movilidad creciente ha sido una de las motivaciones de toda una generación de cineastas jóvenes definidos como transnacionales, los cuales se sirven de las infinitas posibilidades del digital y de longevas tradiciones artísticas locales para dialogar con un público internacional a través de sus propuestas. Esta capacidad de comunicar a nivel universal tratando temas locales la demuestra el éxito fulgurante de la película de Abderrahmane Sissko Timbuktu. Le chagrin des oiseaux con su nominación a los premios Óscar, sus numerosos galardones en los César franceses y sus resultados en taquilla.

El AFF, que empieza su andadura en el Film Society of Lincoln Center y continúa en el mítico Maysles Institute de Harlem, echa el cierre por todo lo alto en el Brooklyn Academy of Music, uniéndose a la celebración anual de DanceAfrica, este año en su 38ª edición. Con Brasil como país invitado por su larga historia ligada a la afrodescendencia en las artes, ofrecerá a un público entregado un sinfín de actuaciones, películas, mercados, talleres y encuentros con bailarines y músicos, revitalizando el barrio en constante transformación por la gentrificación y los proyectos urbanísticos a ella aparejados.

Estas dinámicas entre lo local y lo global son una constante al escribir sobre artes africanos, en un mercado artístico internacional necesitado de relevos y ferviente de novedades de fácil clasificación. El año pasado, el cambio de rumbo tomado por la Bienal senegalesa Dak'art haciéndose más "internacional" dejó en evidencia su disposición a formar parte de las dinámicas compartidas por este tipo de bienales en todo el planeta. Con una exposición que respondía a las expectativas de sus visitantes extranjeros y se cerraba a los autóctonos, se favorecía un acercamiento universal con tintes locales que facilitaban el acceso a críticos y especialistas no africanos, en atención a aquellos sujetos que pondrían en circulación las obras con artículos, galerías o posibles exposiciones futuras en el mercado internacional.

Como todo lo que se mueve en torno al mundo de la Institución Arte, asistimos a un juego de malabares donde la más elevada mercadotecnia y conceptos tales como provocación, lo auténtico y lo novedoso son ingredientes esenciales en clara sintonía con una época en la que élites económicas capitalistas globales se dejan seducir por tradiciones locales si están bien embaladas y sin hacer por ello necesariamente caso a aquellos que las producen. Es de alabar que un público amplio como el que se reúne en cualquier momento en Nueva York tenga acceso directo a las obras en su más pura materialidad. Queda ahora en manos de cada uno el valorar su dimensión utópica, escapando del fetichismo y convirtiéndose en verdaderamente transformativo a nivel social, que, a mi parecer, debe mantener toda obra de arte para ser considerada como tal.

(*) Crítica, comisaria y programadora del African Film Festival de NYC

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