Avril Lavigne y los paradigmas
Tenía razón Twain cuando dijo que la comparación es la muerte de la diversión
“Comparar es juzgar y juzgar a alguien no define quienes son ellos sino quién eres tú. Todos amamos a nuestros fans. Así que dejémoslo y seamos positivos”. Esta es la respuesta que le dio Avril Lavigne en redes sociales a Taylor Swift esta semana. El asunto es que se publicó un estudio sobre cómo tratan las celebridades a sus fans y Taylor ganó. Inmediatamente, alguien colgó en Twitter unas imágenes a modo de comparativa en la que se enfatizaba lo mona que es la autora de 1989 con sus seguidores en contraposición al rancio comportamiento de Kanye West o la misma Avril Lavigne. Taylor le dio un “me gusta” al tuit. Y eso fue lo que provocó que la canadiense se aferrara a la teoría de la inconmensurabilidad de los paradigmas de Thomas Kuhn para mostrar su repulsa.
Defendía el filósofo estadounidense que distintos paradigmas poseen distintos lenguajes y metodologías, lo que hace fútil tratar de enfrentar sus verdades. Y si Avril me llevó a Kuhn, Kuhn me llevó inmediatamente al abismo emocional. Empecé a comparar como si mañana lo fueran a prohibir. Mi vida actual con la anterior. Mi cuerpo actual con el de hace 10 años. Mi realidad como hijo único con las demás realidades humanas. Empecé a aburrirme con la baja calidad de todas las derrotas que me estaba infligiendo, así que decidí llevar el ejercicio un paso más allá: comparé cosas que existen con otras que no. Mi vida actual con lo que sería si no lo hubiera arruinado con aquella muchacha. Mi cuerpo actual en mi mente hipocondríaca con mi cuerpo actual observando un atardecer. Mi hecho de ser hijo único con la fantasía de que este hecho no fuera relevante para todos los que intentan desmentir algo tan cierto como que todas las canciones hablan de mí. Y así pasé un rato insoportable, dándole la razón a Mark Twain cuando dijo aquello de que la comparación es la muerte de la diversión. Entonces, como no tengo fondo, decidí pasar de la comparación a la acción. Llamé a la muchacha para reclamar prórroga y penaltis. Cogió el teléfono. Se lo conté todo. “Típico de hijo único”, respondió.
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