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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La verdadera Europa

Merkel y Hollande aciertan al denunciar el populismo xenófobo

Angela Merkel y François Hollande, ayer en el Parlamento Europeo.
Angela Merkel y François Hollande, ayer en el Parlamento Europeo. Michele Tantussi (Getty Images)

Europa no puede ni debe olvidar —tras haber dejado atrás el impacto inicial de las dramáticas fotografías de hace algunas semanas— el desafío que supone la llegada de miles de personas que a diario siguen tratando de cruzar las fronteras para huir de la guerra o simplemente buscar una vida mejor. Por eso fue un acierto que ayer abordaran el problema en el Parlamento Europeo la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande. La historia demuestra que cuando las dos locomotoras europeas empujan en la misma dirección, las posibilidades de superar con éxito cualquier problema se multiplican.

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Ambos subrayaron que lo primero es garantizar la vida de los que huyen. Por muy eficaz que sea para algunos, en términos electorales, hablar de la Europa de los mercaderes, la Unión Europea tiene una base humanista y unos valores claros, entre ellos el derecho de asilo y la voluntad de integración. Esos valores sufrieron ayer serios ataques cuando tanto Merkel como Hollande fueron insultados y calumniados —en el hemiciclo de Estrasburgo— por diversos exponentes del populismo que avanza en algunos países europeos.

Tal y como ha advertido esta semana en Madrid la excomisaria europea y exministra de Exteriores italiana Emma Bonino, es urgente combatir las enfermedades del nacionalismo, la xenofobia, el populismo y el racismo que se extienden como una mancha de aceite por diversos países de Europa; enfermedades muy difíciles de combatir y erradicar una vez que están implantadas.

La solución a la inmigración masiva es compleja y larga. No hay fórmulas milagrosas, y menos en ausencia de una política común europea, y sí gestos de coraje político y de inteligencia económica. Así ha demostrado entenderlo Merkel cuando decidió no cerrar las puertas de Alemania a los refugiados, y lo ha confirmado asumiendo —con el riesgo que ello implica— el control directo de la crisis. Y así lo ha entendido Hollande, que, con un panorama interno más complicado que el de la canciller —como demostró el desprecio con el que ayer le habló en la Eurocámara la ultraderechista Marine Le Pen— respalda una política de acogida que, con sus dificultades y limitaciones, responde básicamente a lo que es la esencia de la Europa democrática. Solo con el impulso de Berlín y París se podrá, como apuntó ayer Merkel, establecer un nuevo sistema de reparto de refugiados y, lo que es más importante, “luchar contra las causas” que llevan a millones de personas a abandonar sus países.

El asunto de los refugiados está entre los principales y más urgentes de los que tiene Europa. Mal gestionado, puede poner al continente en graves dificultades. Pero el verdadero problema es el avance del nacionalismo y el populismo, que amenazan con destruir Europa. Merkel y Hollande lo dejaron claro ayer.

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