“Se producirá la colisión de todas las ciencias en una gran biotecnología”
El arquitecto madrileño Iñaki Ábalos desarrolla importantes proyectos en China y dirige el departamento de arquitectura de Harvard Prevé ciudades gigantescas dentro de cien años y está convencido de que la revolución en su profesión vendrá marcada por los nuevos materiales. “Será espectacular”, asegura Esta es una nueva entrega de 'Así pasen cien años', conversaciones en torno al futuro de la humanidad
Antes de empezar la entrevista como tal, Ábalos advierte que ve dos hipótesis de futuro: una optimista, en la que los grandes líderes mundiales acuerden la reducción drástica de emisiones de CO2 y conviertan las palabras en realidad, y otra negativa, en la que no se haga nada para preservar el medio ambiente, y el yihadismo, por ejemplo, se haga con el mundo y volvamos a la noche de los tiempos. Acordamos quedarnos con la primera hipótesis porque con la segunda no habría entrevista.
¿Qué será más moderno en el año 2150, una ciudad llena de puentes, túneles y coches voladores, o una ciudad de parques, huertecitos y bicicletas? Espero que esa ciudad de 2150 tenga las dos cosas: estaremos obligados a vivir con una combinación de ambas. No hay otra salida. Por un lado, será imposible prescindir de la absoluta necesidad de densificación y de urbes o metrópolis más y más grandes. Y a la vez será obligado entender que un medio así, si no hay un equilibrio con la naturaleza, será una prisión infernal. De hecho, ese es el camino que han transitado las metrópolis de más de un millón de habitantes desde principios del siglo pasado hasta donde estamos ahora. Había entonces muy pocas ciudades que sobrepasaban o se acercaban a los dos millones y todas estaban en el norte frío, por decirlo de alguna manera, salvo Tokio, la primera ciudad verdaderamente grande situada en una zona más o menos tropical.
Eso ha cambiado notablemente… Y tanto. Ahora el cinturón tropical está lleno de metrópolis de 20 millones de habitantes. Una naturaleza más exuberante ha tenido un papel importantísimo en la relocalización de las metrópolis a lo largo de 200 años. Pero en alguna medida, con la problemática del cambio climático, la elevación de las aguas y el incremento de monzones, huracanes, katrinas y tsunamis, se está poniendo un poco en cuestión ese modelo de “vamos todos al trópico”. Ya se está entendiendo por qué la civilización humana había sido muy cuidadosa en decidir cómo y dónde se ubicaba…
Juan Luis Arsuaga, en esta misma serie de entrevistas, afirmaba que las ciudades seguirían creciendo de manera implacable. Él decía que dentro de un siglo habrá ciudades de 50 millones de habitantes o más… Yo creo que mucho antes. Las ciudades-país ya existen y crecerán de forma clarísima. No acabamos de notarlo porque tienen nombres distintos por cuestiones históricas o administrativas, pero si tomas todo el conglomerado de los diferentes deltas, de los grandes ríos de China, por ejemplo, esas masificaciones de 40 millones de personas ya existen. Toda el área de Hong Kong y Shenzhen es una buena muestra. Y si además le unes Guangzhou, con otros 20 millones, y que está interconectada con Shenzhen, lo mismo que esta ciudad con Hong Kong, pues ya superamos de lejos esos 50 millones, más habitantes que España. Yo creo que no muy tarde estaremos cerca de tener ciudades de 80 millones, mucho antes de llegar al siglo XXII.
Pero hay dos tipos de estas ciudades superpobladas. Existe Londres y existe Delhi, y no parece necesario señalar las diferencias… La chabolización, por así decir, de algunas ciudades es espantosa. Una superdensificación. Hay dos factores que se unen. Uno es la riqueza, la energética y de recursos, no solo monetaria. Pero por otro lado está el clima. Los sitios calurosos no son necesariamente densos por pobres, sino por la búsqueda de un mínimo confort.
Explique eso un poco, por favor. En Sevilla no se puede –o no se debe, al menos– hacer un urbanismo como el de Inglaterra porque te abrasas simplemente para cruzar una calle. O sea, hay una sabiduría en la sombra, en el arbolado y en las corrientes de aire, que en otras latitudes pasa a ser la sabiduría de saber captar el sol, evitar el viento frío. Y por eso en esos lugares las chimeneas van en medio y las casas están llenas de cristal. Mientras que en Sevilla lo que hay en medio es un pozo y un patio para que ventile toda la casa; y en las calles, bueno, casi puedes tocar con las manos los dos lados para que no entre el sol. Yo creo que la densidad está bastante ligada a la economía, por supuesto, pero también a la cultura y al clima, que van unidos. No hablo, claro está, de la miseria de algunas zonas…
Estamos muy cerca de tener ciudades con 80 millones de habitantes”
¿Serán entonces los temas de medio ambiente, de gestión de residuos, del agua, de las energías renovables, los primeros que se tomarán en cuenta en 2150 para hacer crecer las ciudades? Hombre, siempre lo han sido de una forma más o menos efectiva. Digamos que Madrid, según algunas narraciones históricas, es una ciudad que se elige por estrategia militar geográfica porque se encuentra en el medio. Pero también porque una serie de médicos de la época, según narran los cronistas, vieron que la dentadura de los de Madrid era mejor que en el resto de España, que la longevidad de los madrileños de 1500 era mucho mayor que la de otros pueblos, y todo eso se lo adjudicaron a la cercanía de la sierra y su correspondiente viento, a la calidad y caída del agua… Descubrieron, pues, que es un sitio estupendo. O sea, los recursos naturales han sido siempre un factor evidente para elegir los asentamientos urbanos. Lo que pasa es que ahora deben tener una escala tremenda.
Pero eso se ha olvidado durante mucho tiempo… Totalmente, por supuesto. Pero es que ese optimismo, tan maravilloso por otra parte, de la mecanización modernista pensábamos que nos iba a salir gratis, que daba unas cosas, unos gadgets que nos gustaban y nos gustan a todos y que no iban a tener coste alguno. El aire acondicionado en el coche, por ejemplo. Pero hay que intentar por todos los medios, para que lleguemos con el necesario confort al siglo próximo, que seamos capaces de inventar unos placeres equivalentes pero sin esas hipotecas sobre el medio ambiente que tiene la mecanización modernista. Y yo creo que hay muchísima gente que está en eso. No solo arquitectos o urbanistas.
¿Y en un siglo habrá conciencia suficiente en la sociedad, en los Gobiernos, en las personas? Hay dos formas de adquirir conciencia. A base de aprender a palos puede ser una. O reaccionar cuando ya la situación sea realmente irreversible. Los problemas no solo vienen por los lobbies o las presiones de las industrias, que las hay y potentísimas; también por la cultura que hemos ido adquiriendo durante todos estos años de desarrollo tecnológico y de la que nos cuesta mucho desprendernos. Es decir, no quiero estar sudando con 40 grados por la noche en un día en verano en Madrid y, si puedo, lo evito. Como todo el mundo. Por eso digo que es muy importante desarrollar las nuevas tecnologías que pueden ayudarnos en esa tarea de conseguir un bienestar sensato sin poner en peligro el mundo. Y para ello la sociedad debe entender que hay que invertir en estos aspectos para realmente preparar un futuro, un futuro decente.
Oiga, ¿y cómo será el tráfico en el siglo XXII? Ahí sí que hay muchas, muchas hipótesis. Para mí es impredecible. Desde luego, puedo imaginar que tendremos un sistema con muchos subsistemas mejor articulados que ahora. Hay innovaciones que pueden modificar profundamente la forma de la ciudad. Por ejemplo, los aeropuertos. El aterrizaje vertical para los aviones ya se está investigando en muchos sitios. Yo acabo de dirigir una tesis final en Harvard maravillosa sobre esto. Ya es posible utilizar esa tecnología…, aunque tardemos el tiempo que sea en ponerla en marcha. Ya hay muchas compañías estudiando este tema muy seriamente. Parece una tontería, pero eso cambiará, modificará profundamente el desarrollo de las ciudades. Actualmente, los conos de aproximación a los aeropuertos son enormes, para evitar los problemas acústicos que generan los aviones, y extienden muchísimo las ciudades. Si se pueden implantar cinco aeropuertos en puntos clave y conectarlos con estaciones de alta velocidad o con cualquier otro tipo de estación intermodal, estamos cambiando todo el sistema de dispersión y de movimiento de la ciudad.
¿Y los automóviles? Yo espero que la idea de automóvil se quede tan anticuada como la del carruaje de caballos…
¿Y con qué se sustituirá? ¿No estará pensando en obligar a los ciudadanos a moverse en bicicleta? No, claro que no. Me encanta ver el Tour y el Giro, soy un fan de Contador, pero no uso semejante medio de transporte, y menos en el hielo de Cambridge, que es mortal. Es peligrosísimo. Y en Madrid la bicicleta también tiene demasiados riesgos… Lo que está claro es que se pueden racionalizar las velocidades, se puede conseguir un buen funcionamiento en una ciudad muy grande en la que distintos medios van bajando de velocidad desde la gran distancia a la corta distancia. Puede haber desde trenes de alta velocidad hasta transporte público relativamente veloz en metro o en tren, en superficie o aéreo, que lleguen a grandes estaciones intermodales o satélites en los centros periféricos en los que conectes con autobuses locales, pero también con aparcamientos con coches eléctricos municipales, además de las bicicletas. Y desde allí te transportarás a otro lugar a 200 o 300 metros de tu destino, una distancia para andar. No es nada revolucionario lo que estoy diciendo, por supuesto, porque en las grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Londres ya se da algo muy similar. Pero el coche privado…
¿No es usted partidario del automóvil? No tengo nada a favor o en contra. Pero mucho tendrían que avanzar las técnicas de funcionamiento del coche privado para que siga siendo tan atractivo como para hipotecar todo el desarrollo de la ciudad. Eso es lo que pienso. Creo que hay muchos jóvenes que ya no sacan el carné de conducir como nosotros a los 18 años, muchísimos, porque no lo necesitan y encuentran en muchos sistemas de transporte modos más alternativos de moverse. No es que se queden en casa, se mueven por todo el mundo sin tener que conducir. Y yo creo que ese es un modelo natural al que tenemos que atender porque, si no, el coche privado será el suicidio de la ciudad. El automóvil, que ha permitido la expansión de estas urbes, es a la vez la mayor hipoteca para una ordenación sensata de esas megaciudades de las que estamos hablando. En un futuro, yo espero que el motor que más emisiones produzca sea la actual bicicleta eléctrica de algunas ciudades…
Calidad de vida… Claro, ¿pero cómo definimos la calidad de vida de las metrópolis futuras? Si la definimos con nostalgia de la casita de mi abuelo en el campo, vamos mal. Y si la definimos en plan robots y ciencia-ficción, vamos mal también. Yo creo que habrá un término medio en el que seguiremos teniendo –como ha tenido siempre el hombre– casi, casi el mismo medio físico. O sea, habrá casitas, habrá edificios monumentales, habrá parques… Creo que eso no cambiará porque es la esencia de la ciudad. Pero sí cambiarán los materiales, cambiará cómo se utiliza la energía, entenderemos que el confort no es apretar un botón, sino que el propio edificio se adapte…
Hay un debate permanente, y seguro que también estará presente en el siglo XXII, que es el del conservacionismo. ¿Qué edificios conservamos? ¿Cuáles derruimos? Tendemos a irnos a los extremos, y en una época de histeria preservacionista nos empeñamos en conservar cualquier balconcillo que no tiene el menor interés y en otros momentos históricos tiramos monumentos enteros de gran valor. A mí me parece importante preservar la identidad, el origen o las narraciones de la identidad de los sitios.
Pero en el siglo XXII… Es que casi es cíclico. Fíjese lo que está pasando en China. Allí las ciudades se han hecho a golpe de destrucción, pero en estos momentos el incremento de programas de preservación y conservación y regeneración histórica en las escuelas de arquitectura es exponencial. Una vez que ya se han cargado cientos y cientos de centros históricos de una arquitectura maravillosa para edificar estos adefesios que construyeron en los años setenta, ahora hay un verdadero resurgir de la consciencia de la memoria. En todos los procesos de civilización hay una tensión entre la parte tecnológica y la parte cultural, la memoria y el progreso. Es un pulso y unas veces ganan unas u otras. Claro, lo ideal es un equilibrio. El dogmatismo tecnológico ya sabemos todos a lo que ha podido conducir al siglo XX, y el cultural es absolutamente ciego a la necesidad de cambio y de evolución. Esperemos que en el siglo XXII seamos más inteligentes.
Vayamos a las viviendas. Una pregunta equivalente a la del inicio de la entrevista: ¿una casa con enchufes de toda la vida, chimenea y una terraza con flores, u otra con grandes espacios blancos llenos de pantallas que solo funciona gracias a que el robot te prepara el café? Yo creo que ninguno de los dos. Pero, vamos, si se me obliga a decir cuál, prefiero la primera, aunque es cierto que la tecnificación será cada vez más invisible y más inmaterial. Es como los teléfonos actuales, todo tiende a estar a la mano y a ser tan pequeño e instrumental que ni siquiera hace falta tener conocimientos técnicos. Hay un acercamiento de toda la tecnología a una especie de biotecnología, de adaptación a nuestra psicología, a nuestra forma de ser, que evidentemente hace que cada vez tengamos mayores accesos a más cosas con menos repercusión en el espacio. Así que pienso que las casas pueden ser maravillosamente acogedoras, de acuerdo con el gusto de cada cual, sin tener que rechazar los avances tecnológicos…
Que la cafetera te haga para desayunar el café que tú quieres a la hora que prefieras. Exactamente, me hace café y me gusta. Y, por supuesto, que el ascensor me espere, porque tendrá memoria y te esperará a la hora que te levantas, como un perrito fiel. Los rascacielos pueden tener muchos menos ascensores, porque los ascensores son listos. Sobre todo los residenciales…, el señor de la planta 27 siempre sale entre las 7.10 y las 7.15 a trabajar, así que estará ahí. Yo creo que son esas cosas, las que podemos llamar smart cities, las que sin duda llegarán, y me parece bien, porque eso es eficiencia, pero…
Iñali Ábalos
San Sebastián, 1956. Estudió Arquitectura en Madrid, donde se tituló en 1978, ejerció de profesor y se doctoró en 1991. En 1985 creó con Juan Herreros el estudio Ábalos & Herreros, que durante más de 20 años llevó a cabo importantes proyectos. En 2006 terminan su colaboración y funda un nuevo estudio con su mujer, Renata Sentkiewicz, desarrollando una obra reconocida internacionalmente y recogida en 11 monografías. Otros 12 libros se han ocupado de su trabajo teórico. Su estudio cuenta con proyectos en Europa, Latinoamérica y Asia. Fue comisario del Pabellón de España en la Bienal de Arquitectura de Venecia (2014). Es catedrático en la Escuela de Arquitectura de Madrid y dirige el departamento de arquitectura de la Universidad de Harvard.
Volvemos a la calidad de vida… Claro, ese seguirá siendo el problema. Por ejemplo, ¿qué tamaño tendrá la vivienda? Eso sí es importante.
¿Y qué tamaño tendrá la vivienda? Pequeña.
¿Cómo de pequeña? En estos momentos yo creo que la vivienda tipo, que es universal, es la que encuentras en todas las culturas, la de entre 50 y 70 metros, dos dormitorios, un baño, un aseo, una cocina y un salón. Parejas con uno o dos hijos, y ya está. Y bueno, unos tienen terraza, otros tienen vistas, otros tienen doble altura, otros tienen un dormitorio muy bonito. Ese paquete está en todo el mundo. Es el gran estándar, y cuando hablamos de culturas distintas miro el parque residencial que está construyendo nuestra generación y el 99,9% es absolutamente intercambiable en casi todos los países. Creo que dentro de un siglo eso se mantendrá, lógicamente con los añadidos tecnológicos que hemos dicho y otros muchos para los que solo hace falta echarle imaginación.
¿Y materiales? ¿Se construirá con ladrillo? No. Se construirá con las cerámicas que se irán mejorando constantemente. El hormigón técnicamente es una cerámica, es un aglomerado de varios componentes.
¿Sí, con hormigón? Sí. Un ingeniero en materiales entiende que el hormigón es una cerámica, está catalogado en los libros de materiales como cerámica. Quiere eso decir que hay muchos tipos de cerámicas. Los materiales ya se diseñan en muchas áreas casi con criterios de ciencia-ficción. Basta visitar una tienda de alguna de las zapatillas deportivas más conocidas para darse cuenta de que estamos a años luz de lo que era un zapato hace 30 años. Los materiales son ahora proyectados de acuerdo a las necesidades. Es decir, para determinadas condiciones queremos unas prestaciones mecánicas, ambientales, etcétera, distintas de unos casos a otros. Podemos definir unos parámetros de conductividad, de invisibilidad, de textura, y así diseñar ese material específico. Y todo esto se puede hacer ya en mobiliario, en la ropa, y también está entrando en arquitectura. Son materiales que ellos mismos son capaces de abrirse, cerrarse…
Dijo usted en una entrevista que “los conocimientos de hoy hacen que la forma en la que entendíamos la arquitectura hace tres lustros haya quedado obsoleta. Necesitamos poder integrar imaginación y ciencia”. Por supuesto. Y en esas estamos. Digamos que en arquitectura, la idea de la piel que respira ha dejado de ser una metáfora, porque es en lo que se está trabajando en muchos centros de investigación con resultados fantásticos. Estamos ya en una situación en la que los robots son antiguos. Es decir, toda esta robótica que es maravillosa y que ha hecho y sigue haciendo cosas increíbles, para los investigadores punteros es todavía pensar la materia de una forma que es incapaz de tener memoria de la forma. Pero ahora somos capaces de diseñar sin moldes, o sin ensamblaje podríamos decir. Cosas que sean capaces por sí mismas de coger la forma. Los nuevos materiales son cócteles que, sometidos a una acción externa, que puede ser radiación solar, humedad o de otro tipo, desarrollan su forma ellos solos y se convierten en un diván o se pueden convertir en una fachada, en un elemento de fachada. El escenario de investigación es mucho más biotecnológico. Se producirá la colisión de todas las ciencias en una gran biotecnología. Genética, matemática, domótica, información. Pero también las neurociencias, porque todo será una sola cosa, porque las formas de pensar empiezan a no estar divididas entre lo mecánico y lo orgánico, sino que una informa a la otra. Ya casi todas las investigaciones punteras no saben distinguir si están en uno u otro paradigma.
Si ya hacemos eso, qué no conseguiremos el siglo próximo… Por supuesto. Hace nada he estado en unos laboratorios de la Universidad de Harvard llenos de bañeras de agua, porque casi todos estos materiales son capaces de ensamblarse ellos mismos de distintas maneras en un medio acuoso que se pueda activar. Puedes calentar o enfriar, mover más o menos. Los laboratorios se han convertido en una especie de saunas, llenos de bañeras, con unos mocos que están flotando por ahí. Y de repente los ves, los sacas y se convierten en una esfera perfecta o toman cualquier otra forma. Es increíble. Están trabajando ya con la geometría de la naturaleza hecha por ella misma. En cuanto a los materiales, nos encontramos en un territorio que yo creo que sí va a cambiar. Ahora en Chicago se va a celebrar una bienal de arquitectura y uno de los temas será la transformación de materiales. Algunos, por ejemplo, leen el clima y se transforman dependiendo de si es verano o invierno. En un siglo vamos a ver cosas extraordinarias en este sentido.
¿Más cambios en un siglo? Muchos más. Los cables serán una antigualla, todo se abrirá y se cerrará solo, tendremos nuestro propio microhuerto y, sin ser un hippy irredento, comerás el tomate producido en tu misma cocina, el cuarto de baño será un auténtico gimnasio –al estilo romano– al tiempo que banco de pruebas médicas. Y tendremos en cuenta los avances para los niños, pero también para los mayores si cada vez vamos a vivir más años.
¿Necesitaremos a los arquitectos en el siglo XXII? Estoy convencido de que el arquitecto seguirá siendo imprescindible. Ni que decir tiene que cada vez hay que integrar a mayor número de expertos de distintas materias: el clima, la energía, el transporte, informática, materiales, salud. Pero sigo creyendo que el papel del arquitecto como director de orquesta, el que mueve la batuta y dice “por aquí”, es absolutamente imprescindible. Y si no existe eso, las ciudades son una mierda. Por mucha ciencia que haya y mucho smart technology y aunque los semáforos estén todos coordinados. Son un infierno. O sea, el director de orquesta no sabe tocar el piano como el pianista, ni como el primero ni como el segundo ni como el tercero, ni como el violinista ni el clarinetista. Pero hay alguien que ha de desempeñar esa labor. Y esa persona es la que ha de tener ese balance entre la memoria y el progreso, entre la cultura y la tecnología. La belleza es la quintaesencia de la ciudad, y eso es lo que hace que la ciudad sea tan humana. Francamente, no hay nadie más que esté especializado en la belleza que nosotros, los arquitectos. Lo siento mucho, porque queda como muy presuntuoso, pero es un problema de profesionalidad.
elpaissemanal@elpais.es
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