Queda inaugurada la nueva política
Lo que están diciendo desde que llegaron al hemiciclo no suena distinto a lo que llevan dicho sus antecesores
A Mario Benedetti le gustaba contar un descubrimiento que había hecho en una pared de Quito el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. Era un grafiti que decía: “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”. Vivimos en un tiempo así, creíamos tener las respuestas, o por lo menos nos las iban a dar, y resulta que ahora nos asomamos a un abismo que consiste en preguntas que repiten las preguntas viejas: ¿será capaz la nueva política de decir cosas diferentes de las que dice la política vieja?
Se ha inaugurado la nueva política, ahí están sus representantes mostrando sus carteras nuevas, a las que algunos auguran un porvenir de mochila. Pero no es seguro que lo que estén diciendo desde que se acercaron al hemiciclo sea distinto, en su aire conspirativo y en su altanería egocéntrica, a lo que llevan dicho hasta el cansancio sus egocéntricos y altaneros antecesores. Ahora los anteriores tienden la mano (o eso dicen): en realidad, la tienden y la retiran a la vez, como prestidigitadores o como trileros. Pero los que vinieron a tender la mano la rodean de tantas líneas rojas que no hay quien aprese ese abrazo distante e imposible.
Una de las respuestas que nos iban a dar los políticos nuevos era la frescura donde antes había aguas estancadas; pues el comportamiento que se advierte no difiere del de aquellos que representaron el papel de la política como si ésta fuera un coto cerrado; a ese coto ha sucedido un no-lenguaje que prolonga el idioma circunscrito de los que causaron (según ellos) el presente desastre.
La sensación es que se ha instalado una nueva mesa camilla donde los nuevos y los viejos se traspasan cromos como niños que ingresan en el colegio con lápices cuya brillantez o cuyo óxido comparan como si se midieran en la adolescencia. Sin la sensatez que provendría del trabajo en silencio, se aprovechan del argumentario para decirse lo mismo que estábamos cansados de escuchar en los debates viejos y en las viejas tertulias.
Se esperaba la nueva política. Al día siguiente de las elecciones coincidí en una tertulia de la televisión con uno de sus representantes; mientras hablaban los otros él consultaba su móvil, ávidamente, como si urgiera la opinión que viniera de fuera. Cuando era interpelado decía lo que ya había dicho su líder, y cuando regresaba al silencio de nuevo era presa del lugar común del móvil. A la salida supo no despedirse de nadie, pues seguía con el móvil como esa tercera mano que ahora tenemos para no estar con nadie sino con las nubes.
Lo nuevo es enemigo de lo viejo, se dice. Se pensó que de esa dialéctica iban a venir nuevas respuestas; ese aviso lo estuvimos escuchando, hasta que, como en el grafiti que le gustaba a Benedetti, nos dimos cuenta de que las preguntas y las respuestas siguen en su sitio porque, ay, siguen vigentes iguales preguntas: ¿serán los nuevos capaces de ser distintos a los viejos? Ya se ha inaugurado la nueva política. Pues se parece a la vieja, qué rabia.
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