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Tribuna
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Nuevo Gobierno o nuevas elecciones

El 20-D puso fin al sistema bipartidista y provocó un escenario en el que los acuerdos con los partidos periféricos ya no bastan. Volver a las urnas no es el fin del mundo, sobre todo si los votos son fruto de una mayor deliberación

EDUARDO ESTRADA

Está bastante extendida la opinión de que el tiempo transcurrido desde las elecciones del 20 de diciembre ha venido a dar una mala imagen de nuestra democracia en el exterior y es causa de inquietud en la ciudadanía. Creo, sin embargo, que ha sido un periodo del que podemos obtener muchas enseñanzas y que, en ese sentido, puede venirnos bien en este momento de cambio en nuestro panorama político. Concretamente, desde que Pedro Sánchez aceptó el encargo de formar Gobierno, todos los ciudadanos hemos podido ver, y los analistas comentar, la discusión, los argumentos, las negociaciones, las reacciones de unos y otros frente a las jugadas del oponente y, por supuesto, la escenificación de todo ello en el Parlamento a cargo de sus protagonistas más conspicuos. Decir que se trata de “una farsa”, “un ejercicio inútil” e incluso —¿a santo de qué?— un ejemplo de corrupción, como se ha permitido nuestro presidente del Gobierno en funciones, me parece un despropósito, máxime cuando la descalificación viene del que, después de haber recibido en primer lugar el encargo del Rey y haberlo aceptado, tras pensarlo mejor decidió rechazarlo.

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En contra de la postura del señor Rajoy creo que todos hemos tenido con este motivo ocasión de asistir a un debate del mayor interés y que los votantes del 20-D habrán podido apreciar, aunque sea a toro pasado, las consecuencias del voto que, sin tener tal vez entonces conciencia plena de sus efectos, depositaron en las urnas ese día. Aquellos comicios, en un momento de crucial importancia para el futuro de nuestra democracia, produjeron un resultado insólito: acabaron con el sistema bipartidista y dieron lugar a un nuevo escenario donde los acuerdos con los partidos periféricos o nacionalistas ya no bastan para formar Gobiernos. Lo cual, por cierto, no es la menor de las ventajas de la nueva situación. Pero hay otras, y la principal es que hemos asistido a un ensayo general de política abierta, a la vista de todos. Por primera vez en mucho tiempo y, desde luego, por primera vez en cuatro años, el Parlamento ha sido el centro de la política, el foro donde los actores han tenido que salir a dar la cara y donde se ha podido constatar la calidad de verdad y la intención real de las propuestas.

En estos días, los políticos han tenido que afinar mucho lo que podían prometer o comprometer y también, en el ardor de las discusiones y declaraciones, han aflorado los sentimientos y han tenido expresión los afectos, los rechazos, los talantes autoritarios o comprensivos, los odios y rencores, las ambiciones, los ideales. Hemos podido observar mejor a los que nos van a gobernar escuchando sus discursos, que, en este caso, no eran de mero trámite como ocurría mientras se gobernaba por decreto, sino con toda la carne en el asador y con el resultado incierto, que es como se ve de verdad lo que vale y lo que no. En resumidas cuentas, hoy tenemos una idea más clara, y si tuviéramos que votar de nuevo lo haríamos con mejor conocimiento de causa.

Hemos podido observar mejor a los que nos van a gobernar escuchando sus discursos

Por lo dicho, no me parece que tener que volver a las urnas sea el fin del mundo, sobre todo si los votos son consecuencia de una mayor deliberación y un mejor examen. Al día de hoy, comenzadas ya las esperadas reuniones entre los líderes de PSOE, Ciudadanos y Podemos, no creo que nadie pueda predecir el desenlace, esto es, nuevo Gobierno ya o nuevas elecciones. Si, como parece más probable, ocurriera lo segundo no estarán de más algunas consideraciones con ayuda de la experiencia de estos tres meses últimos a los que vengo refiriéndome. El PSOE y su secretario general salen muy reforzados de este episodio. Sánchez, dado prematuramente por muerto en diciembre, ha demostrado que sabe navegar contra los vientos adversos y que no pretende estar en posesión de la verdad, pero también sabe sostener sus posiciones. A diferencia de Rajoy, su actuación intentando formar Gobierno ha sido impecable con las instituciones, con los usos democráticos y con el electorado. Si, como cabe esperar, el partido le apoya ahora sin fisuras, me parece que mejoraría notablemente su resultado en relación con el obtenido en las urnas en diciembre. Si así fuera tendríamos una de las patas que podrían asegurar la gobernabilidad, cosa que seguramente tendrá en cuenta el voto moderado de izquierda y, tal vez también, el más alejado del centro.

Ciudadanos, muy mermado en cuanto a sus expectativas en el tramo final de la campaña pasada, ha recuperado en este trayecto gran parte del terreno perdido, y, seguramente, muchos de los que, tapándose la nariz, votaron al PP cuando su instinto y sus principios les pedían votar Ciudadanos no harán lo mismo si tienen la oportunidad de rectificar. Ello sería una excelente noticia porque querría decir que la derecha moderada se decide por fin a abandonar el reducto de la intransigencia, el inmovilismo elevado a la categoría de estrategia y el dogma como refugio de la ignorancia. Esta sería otra de las patas, y no parece que, a partir de ahí, fuera imposible lidiar con un PP que, ahora sí, tendría que invitar a Rajoy a que abandone la lucha por seguir en el poder a la que se viene dedicando; hay que decir que no es el único. Según The Economist, la razón de que Xi Jinping, presidente del Gobierno chino, no haya cumplido con las promesas que hizo tras su nombramiento es que, como repetidas veces se ha comprobado en la práctica de los regímenes no democráticos, keeping in power is a full time job, conservar el poder es un ejercicio a tiempo completo.

Por primera vez en mucho tiempo el Parlamento ha sido el centro de la política

El caso de Rajoy indica que el ejemplo sirve también para las democracias: nuestro presidente no solo está ahora en funciones; lo está desde que se inició la legislatura hace cuatro años. La conservación del poder le ha absorbido de tal manera que no ha podido ocuparse de nada más, ni de sus compromisos electorales (no ha cumplido ninguno), ni del problema de Cataluña, ni de nuestro lugar en Europa. Más recientemente, y superándose a sí mismo, ni siquiera intentó cumplir el encargo recibido del jefe del Estado de formar Gobierno, y, para rematar la faena, ha decidido ahora no someterse al control del Parlamento. Al considerar esta trayectoria, uno no sabe qué es lo más extraordinario, si el aguante del personaje o el de la ciudadanía que lo ha tenido que soportar.

La realidad esconde siempre algo que no se muestra en la apariencia. El PP saldrá beneficiado si, con este motivo, acomete en serio su regeneración. Esto es lo que deberían pensar sus fieles votantes tradicionales. Mejor que sus votos deben darle al partido una tregua. Porque, como ha sugerido Rubalcaba, si los ciudadanos amnistían a Rajoy, los socialistas tendrían que entenderse con él. Y eso sí que podría ser el fin del mundo.

Jaime Botín es alumno de la Escuela de Filosofía. Fue presidente de Bankinter entre 1986 y 2002.

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