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Tribuna
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No sirve pedir perdón

Recuperemos la verdad para no errar de nuevo. Urge elaborar ya nuestro propio informe sobre la guerra de Irak.

Baltasar Garzón
Foto, realizada con cámara de visión de nocturna, de un soldado británico durante la guerra de Irak.
Foto, realizada con cámara de visión de nocturna, de un soldado británico durante la guerra de Irak.JULIE JACOBSON (AP)

¿Sirve de algo pedir perdón ahora? El informe elaborado por John Chilcot refleja tras siete largos años de investigación que Tony Blair abordó la participación de Reino Unido en la invasión de Irak en 2003 “antes de agotar todas las opciones pacíficas” basándose en una “inteligencia defectuosa” y que la certeza con que se presentó “no estaba justificada”. El ex jefe de Gobierno británico pide disculpas hoy. Atrás quedan los 250.000 muertos, entre ellos nuestros ocho agentes del CNI, el reportero José Couso, el corresponsal Julio Anguita Parrado... tantos otros. Y el país destrozado.

Pero lo peor es la herencia. Una herencia maldita: la terrible situación que atenaza al mundo, el terrorismo yihadista, el miedo, el odio, la venganza, la locura.

No era necesario. El 27 de enero de 2003 firmé un artículo en este periódico titulado El ataque de los clones. Afirmaba: “Frente a una absurda dinámica de prisas y carreras, cual si estuviéramos en periodo de instrucción militar con un sargento de rostro terrible martilleándonos a gritos al marcar el paso, lo desconocemos absolutamente todo, aunque parece que ya poseyéramos todo el conocimiento por los miles y miles de párrafos escritos y hablados. Sin embargo, sólo el socio privilegiado de Washington, Tony Blair, la otrora esperanza blanca de la izquierda europea y su tercera vía ahora convertido en mero comparsa militarista del dios americano, parece saber algo. Y, ello suministrado por unos servicios secretos cuya efectividad deja mucho que desear, con licencia para matar, y, por tanto para mentir; faltaría más”. Y preguntaba: “¿Dónde está el derecho de defensa del pueblo de Iraq?”

Recuerdo después el 15 de febrero en Madrid, con mi familia, en la manifestación en que millares de ciudadanos reclamamos la paz. No queríamos esa guerra, ni aquí ni en país alguno. Nosotros no éramos ajenos. Allí estaba el Partido Popular con José María Aznar al frente.

A él me dirigí, el 4 de marzo de 2003, en otro artículo: “Señor presidente, ¿cómo puede usted hablar en referencia a la decisión iraquí de destruir los misiles Al Samud 2 como 'juego muy cruel con el deseo de paz de millones de personas en el mundo?' No se ha dado cuenta de que estos millones que usted cita están a favor de que no se intervenga en Irak, es decir, en contra de su postura, la del señor Blair y la del señor Bush.” Le recordaba que hasta donde yo conocía “no existe al día de hoy ni un solo indicio de que la implicación de Sadam Huseim con Al Qaeda existe. Quien acusa tiene la carga de la prueba y no puede desplazar esta obligación a otros, y ustedes no han aportado esa prueba”. Ese artículo tuvo un efecto inmediato. La apertura de diligencias informativas contra mí en el Consejo General del Poder Judicial.

Hablo del mismo Aznar que en el año 2007 aseguró en una conferencia impartida en Pozuelo de Alarcón que su Gobierno "tomó la decisión que tomó porque creía que era lo más conveniente para los intereses nacionales" y aseguró estar convencido de que "a pesar de las dificultades", el tiempo le "daría la razón".

Nunca se la dio. Se demostró que el eje del mal que señalaba Bush y las armas de destrucción masiva que según decía lo sustentaba, no eran más que fantasías, argumentos espurios para llevar adelante una acción que causó sufrimiento, dolor y rencor. Ni más ni menos. ¿Por qué? ¿Para qué?

¿Ahora qué hacemos con los muertos, con la destrucción, con la rabia, con la malversación de tantos millones invertidos en tanto coste humano? “Nos equivocamos. ¡Qué pena! Lo sentimos”. Ya está.

Pues no. No se puede permitir que los autores de tal desaguisado salgan incólumes y escuchar afirmaciones como la que con toda desfachatez ha proferido el entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, aseverando que España no estuvo en la guerra de Irak. Esta nueva mentira del hoy embajador en Londres tendría que suponer su cese inmediato, solo por la dignidad de las víctimas que parece despreciar.

Necesitamos conocer el alcance de la responsabilidad en que nos sumió nuestro jefe de Gobierno tan ufano tras aquel retrato en las Azores. Su vanidad le salió muy cara a España. Habrá que ver quién paga ahora los desperfectos desde la óptica penal y la económica. Aquí en casa una colección de políticos miraban con soberbia y malos modos a quienes estábamos en desacuerdo. Todos tienen que responder tras habernos embarcado en una aventura de sospechosos intereses y muy cruentos resultados. Empezando por el entonces vicepresidente Mariano Rajoy quien opina que ya han pasado 13 años. Olvida su vehemente alocución a favor en el debate en que el Parlamento con los votos del PP, dio vía libre a la intervención de España para gloria personal de su jefe Aznar. Dijo que los socialistas actuaban de modo "burdo, ridículo y mezquino" y que en contra de lo que la oposición defendía, intervenir podía ser un método de presión eficaz para "lograr el desarme pacífico de Irak”. Sin más opciones.

Sufrimos hoy los lodos procedentes de aquellos barros. Eludir el instrumento que supone la justicia sustituyéndola por la fuerza bruta y la violencia, solo sirve para ocultar intereses inconfesables y destruir la vida de generaciones de seres humanos condenándoles a la desesperanza. Si algo hay que aprender es que las armas no son la respuesta para todo. Reflexionemos: ¿Qué adultos hemos creado de aquellos niños que vivieron una invasión cruel y sin sentido y vieron morir a sus familias y a sus amigos? ¿Qué seres humanos se forjan en esos pequeños obligados a huir de sus hogares, acogiéndose a un inexistente refugio, sintiéndose rechazados y maltratados por una Europa supuestamente defensora de los Derechos Humanos?

Siento vergüenza, preocupación y una necesidad imperiosa de que hagamos algo sabiendo que el tiempo corre y la desazón es cada vez mayor. Recuperemos la verdad para no errar de nuevo. Urge elaborar ya nuestro propio informe Chilcot.

Baltarsar Garzón es jurista.

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