Nosotros y los otros
¿Cuáles son las principales motivaciones que un país rico tiene para ayudar a uno pobre?
En 1976, Leonard Dudley y Claude Montmarquette publicaron un estudio en The American Economic Review proponiendo un modelo para el análisis de las motivaciones de un donante bilateral para canalizar ayuda al desarrollo hacia países pobres. Este modelo, que poco después aplicarían McKinley y Little a la ayuda estadounidense, británica y alemana, inició lo que se convertiría en un cuerpo de literatura académica sobre las causas de la ayuda al desarrollo (uno de los objetos de estudio que más atención ha acaparado en los estudios del desarrollo y de la cooperación internacional).
Estos trabajos, y la gran mayoría de los que los sucedieron, identifican dos posibles motivos por los cuales un país rico se animaría a ofrecer su ayuda a un país pobre: los intereses propios del donante o las necesidades del receptor. Y esta visión, relativamente simple, de la economía política de la ayuda al desarrollo ha marcado fuertemente el debate no ya académico, sino también político, sobre la cuestión a lo largo de casi cuatro décadas. Es más, el debate se ha simplificado tanto por momentos que estos dos factores han podido llegar a presentarse como excluyentes por parte de no pocos analistas, responsables políticos del Norte y del Sur, y organizaciones de la sociedad civil: o se alimentan los intereses del donante rico o se atienden las necesidades del receptor pobre. Desde este punto de vista, esta relación bilateral o multilateral no podría entonces resultar beneficiosa (o perniciosa), simultáneamente, para ambas partes.
Cuando se publicó este primer trabajo sobre la asignación de la ayuda, el comercio mundial de bienes se situaba en un 29% del PIB mundial (según datos del Banco Mundial) y el de servicios ascendía según la Unctad, en la misma época (en 1980), a 396.000 millones de dólares EE UU corrientes. En el mismo año, y según esta última fuente, el stock mundial de inversión directa extranjera (IDE) apenas superaba el 4,5% del PIB mundial y el número total de migrantes se situaba en cerca de 94 millones de personas (según estimaciones de la División de Población de Naciones Unidas). En la actualidad, y a pesar del impacto que la crisis de 2008 ha tenido en todas estas dimensiones, el comercio mundial de bienes se ha multiplicado por casi 17, aumentando hasta representar el 45% de la economía mundial, el de servicios se acerca a los cinco billones de dólares EE UU corrientes (12 veces más que en el año 80), los stocks de IDE en el exterior representan un tercio de la economía mundial (siete veces más que en 1980) y el número de migrantes se eleva a más de 243 millones de personas (más del doble que hace tres décadas y media). Además, según un reciente estudio de McKinsey, los intercambios de datos se habrían multiplicado por 45 en sólo 10 años (entre 2005 y 2014).
En paralelo a la globalización han aumentado las desigualdades si no inter (lo que está en discusión) sí intranacionales
Este conjunto de fenómenos, que podrían venir a resumirse en la globalización, se ha acompañado de una recomposición geográfica de los intercambios. Por ejemplo, según datos de la OMC, la participación de las economías en desarrollo y emergentes en el comercio de bienes ha pasado de un 20% del total intercambiado en 1995 a un 44% en 2014. En cuanto a la IDE, la importancia del Sur global es patente ya no solamente en las entradas de capital –en la actualidad recibe un 45% de la IDE mundial– sino también en las salidas –en el top 20 de países inversores ya se cuelan no solamente China, sino también Singapur, Corea del Sur o Chile–. A esta lista de datos podrían sumarse otros muchos, como el hecho de que China ya gasta en I+D más que el conjunto de la Unión Europea.
Por supuesto, nada de todo lo anterior significa que la globalización haya traído consigo la convergencia mundial entre pobres y ricos o el final de la pobreza y, con él, de la pertinencia de la ayuda al desarrollo. De hecho, en paralelo a la globalización han aumentado las desigualdades si no inter (lo que está en discusión) sí intranacionales; lo que se ha convertido en un gran mal globalmente compartido. Pero ya no se puede dibujar con tanta facilidad la frontera entre el Norte y el Sur. En el mundo de Dudley y Montmarquette, el poder y el dinero eran de un Norte rico, manufacturero, productivo, competitivo y donante de ayuda al desarrollo mientras que un Sur pobre, débil agrícola e improductivo se repartía esa ayuda al desarrollo. En la actualidad, un Norte con proyección menguante (como indicarían los resultados del Índice Elcano de Presencia Global), renta relativamente decreciente, terciarizado y con problemas de productividad convive, de forma cada vez más integrada en lo económico, político, social, o cultural, con un gran y muy heterogéneo Sur global que controla la producción mundial de bienes, compagina la lucha contra la pobreza con el ejercicio de mayores o menores cotas de influencia y poder regional o global, o trata de transitar hacia producciones más innovadoras.
A pesar de esta revolución en la realidad, no es fácil encontrar una revolución equiparable en la forma de afrontar los estudios y debates políticos sobre el desarrollo. La literatura académica sobre la asignación de la ayuda se ha desviado muy pocos grados del camino marcado por McKinley y Little. Análisis más recientes asumen que puede haber más de un motivo guiando la ayuda al desarrollo en los donantes ya que no todos los actores de la cooperación, en un mismo país, estarían motivados por los mismos factores. Sin embargo, y a pesar de la fuerza política que han tomado agendas como la del cambio climático o, en mucha menor medida la de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el debate público sobre la asignación de la ayuda aún no ha terminado de romper la frontera que divide “los otros” de “nosotros”, para pasar a pensar en los intereses y necesidades comunes de una comunidad internacional con bienes y males globales compartidos. Quizás convendría entonces pensar la ayuda como una herramienta de gobernanza global.
Iliana Olivié es investigadora principal de Cooperación Internacional y Desarrollo del Real Instituto Elcano y profesora de la Universidad Complutense de Madrid.
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