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MIRADOR
Columna
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Series

Cuando irrumpe en las declaraciones judiciales un chulazo como López Viejo, se paran los relojes. Aquí hay personaje, se dicen los espectadores

David Trueba
Mariano Rajoy mira al cielo, antes de la llegada del presidente de Ecuador, Rafael Correa.
Mariano Rajoy mira al cielo, antes de la llegada del presidente de Ecuador, Rafael Correa.PHILIPPE MARCOU / AFP

El presidente Rajoy no sigue con demasiado interés el juicio de la trama Gürtel. El año pasado tampoco las series televisivas norteamericanas han seducido a los espectadores exigentes. Un poco como zombies, andan a la búsqueda de alguna a la que engancharse que merezca la pena de verdad, con calidad y márgenes para lo imprevisible. Así que la afirmación del presidente resulta comprensible. ¿Para qué dedicarle horas y horas a algo que ya te sabes? Sin embargo, se equivoca en lo esencial. Lo hermoso de un serial de calidad es que no te atrapa por su trama, sino por la riqueza de sus personajes. Y ahí Rajoy se pierde una oportunidad de oro. Porque es cierto que el juicio de la Gürtel no abunda en giros imprevistos. Todos nos sabemos el argumento. Un partido tiene dificultades de financiación, pese a las subvenciones, así que disfrutar del Gobierno es repartir contratos públicos, lo que le abre una oportunidad de negocio. Es en la gestión y el reparto del dinero que se acumula en esa caja paralela y opaca cuando entran en juego los feriantes, los mafiosos, los advenedizos y los jetas.

La más entretenida serie norteamericana del año fue el documental sobre el juicio de O. J. Simpson, Made in America. Por más que ya conocíamos el argumento, situarlo en su contexto político y social resultaba una lección sobre cómo funciona el subconsciente colectivo y la ausencia de justicia objetiva. Algo así sucede en esa corruptela de dinero público desviado a bolsillos privados de fabricación tan española. Cuando irrumpe en las declaraciones judiciales un chulazo como el profesional López Viejo, entonces se paran los relojes. Aquí hay personaje, se dicen los espectadores. Vaya pedazo de secundario, con sus frases antológicas, su desafío, su cuajo y su exhibición de amistad con Agag por si alguien quiere andarle tocando las cosquillas. Pensar que Rajoy se pierde eso da pena. Esperemos que los votantes del PP sí tengan en cambio curiosidad por saber qué personajazos fabricaron con la impunidad de sus mayorías absolutas madrileñas.

El periodista Carlos Alsina es de los que pone a bailar a sus entrevistados. No los abruma ni los destempla, pero les hace moverse en su azulejo, porque en el baile lleva él. Y Rajoy, que va a la emisora relajado porque es amiga, pisa todos los charcos. Eso es periodismo, no más. Cuando llegó el momento de explicar por qué los españoles están condenados a vivir hipotecados por el recibo de la luz, el presidente afirmó que tampoco veía esa serie. También se la sabe. Un día llueve y se acaba el drama.

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