El ‘infiernillo’ de elegir colegio
Confesiones de una madre profesional de las jornadas de puertas abiertas
Si has pinchado es que probablemente seas padre de alguno de los 412.266 niños nacidos en España en 2014 que el curso que viene entrarán en el segundo ciclo de Infantil. Yo también. Y, como tú, no sé qué hacer. Dentro del drama en el que hemos convertido esto de ser padres, según mi madre porque cada vez lo somos más viejunos, tengo la sensación de tener todo el futuro de mis hijos en mis manos ahora mismo. Y no es nada agradable. En consecuencia, he dedicado a buscar colegio más horas, neuronas y energía que a ninguna otra cosa que recuerde. Desde luego, mucho más que al hecho de tener hijos.
Para empezar, las visitas a los coles. Entre marzo y abril, florecen las jornadas de puertas abiertas por las que los padres deambulamos como buques sin rumbo con libretitas y folletos en busca de un buen puerto donde matricular a los niños. Yo me he convertido en una auténtica profesional de la jornada abierta. Fui a la primera con mis mellizos dando patadas en la barriga. Cuando me preguntaron en Secretaría qué edad tenían los niños y señalé mi tripa, que desafiaba la ley de la gravitación universal, no daban crédito. Lo mismo de alucinados se quedaron en el instituto de mi pueblo cuando fui a olisquear y tuve que confesar que mis retoños tenían... dos años. En total, habré ido a unas 10 de todos los palos, desde colegios públicos a privados pasando por concertados, laicos, religiosos, antiguos, modernuquis... no le hago ascos a nada.
Estas jornadas suelen empezar con una charla que ríete tú de las TED, que incluye una cita inspiradora y un vídeo del cole que te deja al borde de la lagrimilla, aunque, en otras, te endiñan un powerpoint de consejo de administración rancio. Las palabras más repetidas son amistad, convivencia y juego, que de estudiar y de suspensos ya si eso hablamos luego. Conviene no pasarse de transparente, como aquella directora que empezó hablando de su código de convivencia y su protocolo contra el absentismo y terminó confesando que había mandado a la Policía Local a buscar a cuatro niños el año pasado. La misma que, en un alarde de honestidad, asumió como si tal cosa que en septiembre tendría solo la mitad de los tutores.
O aquella otra directora que, preguntada por su política respecto a los deberes, soltó: "Aquí ponemos un porrón, nuestro nivel de exigencia es muy alto". En ese cole, los niños de cinco años dan un poco de miedo, todos impolutos y sentados en silencio en sus pupitres escribiendo, mientras que en otros las clases parecen un Ikea en domingo tras el paso de una horda de vikingos.
Yo me paso la jornada con la cabeza en el director —ese que no paraba de decir que le daba igual si nuestros hijos no sabían hacer raíces cuadradas, que lo importante era que aprendieran a convivir, como si en lugar de a un colegio fueran de campamento—, un ojo en el cole y otro en los padres. Al fin y al cabo, mis hijos se van a criar con los suyos y hay mucho loco suelto, empezando por mí. Los miro y pienso, ¿me iría con ellos de copas o a tomar café? Así, tienes padres a los que solo les preocupa que la comida no sea casera sino de catering y lleve dos días refrigerada (me encantaría saber qué les dan de cenar a sus hijos) y otros que cuando abren la ronda de dudas lo único que se les ocurre es preguntar al profe nativo que de qué parte de Texas es. Pero mi top ten lo tiene el padre francamente informado que, en la clase de extraescolares, después de dos horas y media de visita, ya reventó y preguntó "esto de los cursos cómo va, a qué edad empiezan ahora BUP". Pero la mayoría, y es una pena, lo que más preguntan es por los horarios.
Para seguir, me he hecho una tesis doctoral sobre metodologías educativas que me ha dejado con más dudas que certezas y para terminar, pido consejo a todo padre juicioso que se me pone a tiro. Indago entre mis amigos con hijos mayores cuál es el criterio para elegir un buen colegio y siempre me contestan "depende de lo que quieras y de lo que busques". Claro, qué listos. El problema es que uno no sabe ni lo que quiere ni lo que busca y que lo más importante no es el nivel del colegio, ni la metodología, ni la distancia, ni la orientación, ni si es "gratis total" como decía aquella o hay que empeñar los dos riñones para pagarlo, ni si tiene instalaciones de equipo de primera o de cuarta regional. Lo más importante son los profesores, pero ay, no los conoces hasta que empieza el curso.
A un día de que se cierre el plazo de matriculación en la Comunidad de Madrid, las negociaciones en mi casa están al nivel de cumbre de la ONU. Encima de la mesa tengo un Excel casero con los pros y contras de cuatro colegios que miro todas las noches y que no me dice lo esencial, que es en cuál de ellos mis hijos van a ser felices y les van a ayudar a ser personas de provecho, como pedían las abuelas. En Andalucía se dice que estás "más perdido que el barco del arroz" cuando no sabes por dónde tirar. Pues eso.
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