El valor de lo inútil
El 1-O era una ocasión única para que todo el mundo saliera mínimamente satisfecho. Los poderes del Estado podrían haber ignorado una votación y los soberanistas podrían haber expresado su sentimiento de pertenencia al grupo
Hacemos las cosas por motivos instrumentales y expresivos. Las acciones nos sirven como medios para alcanzar objetivos, pero también para expresar nuestros valores. Cuando compramos un coche, un teléfono móvil o un reloj, saciamos una necesidad práctica, pero también queremos afirmar con qué tipo de gente nos identificamos.
En teoría, el voto es un instrumento. Votamos al partido que nos ofrece el mejor paquete de políticas públicas para nuestros intereses. Pero, en realidad, esta lógica economicista no siempre se cumple. Los ciudadanos votamos en gran medida para decir al mundo quiénes somos. Esta voluntad de comunicación es más aguda aún en otras formas de participación política, como acudir a manifestaciones. Al recorrer las calles no aspiramos tanto a cambiar una política concreta como a profesar lealtad a un grupo social.
En pocos momentos la distinción entre acción instrumental y expresiva ha sido tan clara como en el 1-O. La mayoría de ciudadanos que acudió a los locales precintados era consciente de que, faltando las garantías básicas de un referéndum, los efectos de la consulta no serían vinculantes. Pero querían insertar la papeleta en la urna como acto expresivo, para señalar su compromiso con la causa soberanista. De hecho, sus ganas de expresarse eran tan grandes que muchos pasaron el fin de semana encerrados en colegios y centros cívicos.
Mirado con perspectiva fría, el 1-O era una ocasión única para que todo el mundo saliera mínimamente satisfecho. Los poderes del Estado podrían haber ignorado una votación que, por su propia naturaleza, jamás podría concitar reconocimiento interno o externo. Y los soberanistas podrían haber externalizado libremente su sentimiento de pertenencia al grupo.
El Estado español se hubiera ahorrado tanto el despliegue policial como los costes de reputación, nacional e internacional, derivados de la represión. España podría haber salido reforzada con una actitud elegante de laissez faire. Ahora, guste o no guste, la marca España se ha resentido tras los altercados del domingo.
El voto inútil servía a todos. El lío inútil, a nadie. @VictorLapuente
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