Encuentro interminable con una pelirroja
No es que quisiera hablar con esa persona, pero me dejé llevar por la inercia de su verborrea, como el tronco que desciende por el río sin voluntad
Era un día tranquilo pero también, por qué no decirlo: aburrido. Caminaba con las manos en los bolsillos silbando Yo quiero bailar toda la noche, de Sonia y Selena, cuando me abordó una mujer pelirroja.
“Hola —me dijo—. Tú no sabes quién soy, pero tenemos un conocido en común”. No es que quisiera hablar con esa persona, pero me dejé llevar por la inercia de su verborrea, como el tronco que desciende por el río, sin voluntad. “Yo soy amiga de José Luis, el que tiene un bar en Tarancón que se llama El Patio”. “Ah, sí —dije—, ya sé de quien me hablas”. Y esto le dije porque realmente me acordaba de él.
A lo que contestó: “No, no sabes quien te digo. José Luis, que está casado con Marisa, que trabaja en la cooperativa del vino Adurriales”. “Sí —volví a decir—. José Luis de Tarancón, sé perfectamente de quien me hablas”. Pero ella seguía a lo suyo “No, no sabes de quien te hablo. José Luis, que tiene tres chiquillos: dos mellizos, más malos que el demonio, y una niña, que se llama Yoanna, escrito con i griega y dos enes”. “Sí, claro ¡José Luis! Lo tengo localizado, de verdad”.
“No, no —me repetía esa mujer pelirroja—. Yo te estoy hablando de José Luis, que su padre tocaba el bombardino en la banda municipal del pueblo y que su madre tenía un horno de pan, los dos muy buenas personas pero muy manirrotos”.
En ese momento, cambié de estrategia. “Pues la verdad es que no, no caigo de que José Luis me hablas”, pensando que así acabaría esa conversación bekettiana. Pero no, esa mujer era una profesional. “Sí hombre, cómo no te vas a acordar de este José Luis, que te digo…”. Y así seguimos, en lo que a mí me parecieron horas enteras.
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