El diseño de esta casa es una ‘frikada’
Visitamos el apartamento neoyorquino del diseñador Misha Kahn. Aquí todo es posible: un bofetón a la realidad
“La basura me fascina. Va acumulando marcas de las cosas con las que se encuentra. Adopta formas que casi hacen que se te olvide el objeto original. La basura del mar es alucinante”. Misha Kahn (Duluth, Minnesota, 1989) lo dice muy en serio, vestido con una sudadera Nike con perlitas bordadas, pantalón estampado, zapatillas peludas y bajo la mirada protectora de una lámpara de pie con forma de serpiente. Este es solo uno de los muchos muebles que podrían saltarte encima para que los acaricies en el apartamento de Greenpoint, Brooklyn, que Kahn comparte con su pareja, Nick Haramis, director de la revista Interview.
Un espacio pintado en rosa y azul donde diseños animalescos de los hermanos Campana (un aparador cubierto de piel de pez y un sofá de peluche) conviven con piezas propias, como mesitas bulbosas de hormigón, un espejo de brillante resina amarilla que parece la cabeza de un fraggle o un globo de helio.
Kahn pertenece a la nueva generación de creadores que ha emergido en las lindes del arte con el diseño, aunque más al calor del segundo. “En Nueva York hay un muro que separa el arte de todo lo demás, y no creo que yo encaje dentro. Por alguna razón, la definición de artista contemporáneo no contempla la idea de hacer obra terminada”, dice.
Se graduó en 2011 en diseño de muebles en la Rhode Island School of Design y, una vez en Nueva York, empezó a experimentar con telas y materiales baratos “que no ocuparan mucho” en su estudio compartido. Lo hacía durante las horas libres que le dejaba su trabajo de diseñador de figuras mecánicas para los grandes almacenes Macy’s, primero, y luego creando atrezo para cine y teatro. En pocos años, y con dos exposiciones en solitario en la galería Friedman Benda, todo ha cambiado rápidamente para mejor. “Tengo clientes fieles. Creo que sacio la sed de friquismo de alguna gente”, dice con una risita.
Emplea a tres personas en su estudio de Bushwick y allí ya no solo usan trastos y vinilo de cortina de ducha para construir las fantasías de Kahn. “Estamos haciendo muchos proyectos, incluso una pieza de bronce enorme y carísima. Quiero meter más materiales, que cada vez todo se parezca más a un collage. No hacemos más que ver imágenes en la pantalla del teléfono con el mundo detrás, nos hemos acostumbrado a mirar una cosa con otra de fondo”, explica.
Kahn refleja en su obra la fragmentación de la realidad típica de los millennials, pero no cae en otros tics generacionales, como el fotogénico, pero inocuo revival del estilo Memphis de los años ochenta. “Es frustrante, porque es menos inteligente que el original. Resulta demasiado familiar. A mí me atraen las imágenes que me gustan pero me repelen”, dice, y me enseña en el teléfono la foto de una pitillera de latón dorado cuajada de piedras verdes.
“Alguien la subió a Instagram y todavía no sé si me gusta o me horroriza. Tiene joyas, pero no están muy bien colocadas. Es un poco bonito, pero también un poco estúpido. Llevamos tiempo haciendo globos amorfos que inundan cosas y esto es como la versión saturada, anticuada y ostentosa”. Por supuesto, está buscando la manera de hacer algo con ello.
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