Kiko Rivera, la depresión que esconde una vida de altibajos
El hijo de Isabel Pantoja ha vivido toda su existencia sometido al escrutinio público y aprovechándose de él. Su vida de DJ le pasa ahora factura
Nadie cree a Kiko Rivera, el único hijo que tuvo Isabel Pantoja de su matrimonio con Francisco Rivera Paquirri. La boda entre el torero y la tonadillera, un tópico español cumplido, despertó la curiosidad por su vida y la de su hijo desde el mismo momento en que este llegó al mundo. Y la muerte de su padre mientras toreaba en la plaza de Pozoblanco, convirtió a Paquirri en mito, a su madre en viuda de España y al hijo de ambos, que entonces tenía solo siete meses de edad, en un huérfano escudriñado al milímetro, mimado por su familia y a veces cruelmente comparado con sus hermanos por parte de padre: Francisco y Cayetano Rivera.
Mal estudiante, simpático pero no especialmente agraciado físicamente y testigo de primera fila de la vida de artista de su madre, se dio cuenta pronto que explotar su vena celebrity podía resultar rentable y ese ha sido el ying y el yang de su vida. Los medios especializados avivaron la mecha de su fama y él se dejó hacer. Primero fueron las exclusivas a medida de otro ‘hijo de…’, después sus amoríos de ida y vuelta, muchos de ellos explotados por las novias, algunas de ellas confesas perseguidoras de elevar su caché y su nivel de fama explotando su relación con el hijo de Isabel Pantoja. Él volvió a dejarse querer, pero sintió (lo ha dicho en alguna ocasión) el aguijón de saberse utilizado cuando se creía enamorado. Al poco, creció su hermana adoptiva, Isa Pantoja, y ella misma se sumó al circo mediático y a airear las desavenencias familiares, incluidas las que le unían y separaban día sí, día no, de su hermano. Y se alcanzó el clímax con el juicio, condena e ingreso en prisión de Isabel Pantoja por blanqueo de capitales.
En paralelo, Kiko Rivera aprovechó la ola de esa extraña fama y surfeó en ella: se convirtió en Dj, explotó en televisión su papel de defensor de su madre y su nostalgia de padre, intentó ser concursante de reality, pero duró tan poco que casi se convirtió en objeto de mofa por su flojera, abrió un canal de Youtube propio y con 33 años y tres hijos de dos parejas distintas, decidió operarse para luchar contra la obesidad que además de agrandar su cintura le creaba serios problemas de salud. Cuando parecía que por fin, su vida estaba más centrada que nunca –había adelgazado tantos kilos como para presumir de tipín en sus fotos de Instagram; vivía una relación feliz con Irene Rosales con quien acababa de tener a su segunda hija; y había pagado sus deudas con Hacienda a golpe de exclusivas y bolos– saltaron las alarmas: él mismo anunció que se retiraba por depresión.
Personas próximas a Rivera atribuyen su estado a la presión mediática, a su entorno, a una vida desordenada debida a su profesión y a la ansiedad que le genera su dieta estricta que incluso le provoca vómitos. Un amigo suyo del entorno de la música ha dicho: “Él me decía que se le exigía mucho más por ser hijo de. Tenía días de bajones en los que decía que no tenía ganas de hacer nada”.
El resultado es que Kiko Rivera ha cerrado su cuenta de Instagram y ha acudido acompañado de su madre y de su mujer, Irene Rosales, a una clínica de Barcelona para afrontar sus problemas de salud. Los rumores que ha provocado este desplazamiento no se han hecho esperar y las especulaciones sobre los motivos de la depresión se han disparado y no han faltado los que los relacionan con su nocturno estilo de vida.
Otros siguen haciendo hincapié en la presión por su condición, sus viajes y la tensión de abrir sello discográfico, una actividad que le ha generado mucha ansiedad por las exigencias de los artistas que forman parte de él.
Probablemente con lo que no contaba Kiko Rivera era con que su problema de salud generara otros relacionados con incumplimientos de contratos que deberá renegociar, los de los bolos comprometidos y los que había alcanzado con algunas firmas por promocionar marcas mostrándolas en publicaciones de la cuenta de Instagram que acaba de cerrar unilateralmente y sin ponderar las consecuencias.
A la espera de volver a tener noticias en otra exclusiva, en un programa de televisión o a través de todos aquellos que hacen negocio de su proximidad a Rivera, sí se sabe que su familia está preocupada, que él ha llegado a un límite –sin poder determinar por qué motivo– y que parece que está dispuesto a hacerle frente por decisión propia o por imposición ajena. Pero mientras se refugia en su familia, en Cantora –la finca que Isabel Pantoja heredó de Paquirri–, y en los médicos que buscan remedio a su mal, todos siguen sin creer a Kiko Rivera porque ya hay demasiados empeñados en buscar otras verdades que rentabilicen aún más al personaje.
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