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MIRADOR
Columna
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Virgilio

Valoremos la actividad de los agricultores como lo que es: una de las más antiguas y necesarias para nuestra supervivencia

Julio Llamazares
Mi amigo criticaba a los que tachaba con ironía de 'virgilianos' por su idealización del campo sin conocer lo que supone realmente.
Mi amigo criticaba a los que tachaba con ironía de 'virgilianos' por su idealización del campo sin conocer lo que supone realmente.Getty Images

Tengo un amigo que, por enfermedad del padre, se vio obligado un verano a ayudarle en las labores del huerto y se quejaba de lo duro que era. Un cosa es imaginarlo —decía— y otra cultivar un huerto. Y eso que las tareas de la agricultura, gracias a la mecanización, no tienen nada que ver con las de hace algún tiempo.

Mi amigo, que es escritor, aparte de lamentarse de tener que doblar el lomo en el huerto paterno —él, que está acostumbrado a inclinarse sólo ante el ordenador o el folio—, criticaba a los que tachaba con ironía de virgilianos por su idealización del campo sin conocer lo que supone realmente. En eso creo que exageraba un poco, pues no trabajó tanto el huerto paterno, solamente algunos días, y, por otro lado, Virgilio tampoco tuvo la culpa. Al contrario, gracias al poeta de Mantua la vida campesina de la época romana llegó a nosotros vertida en versos excelsos que uno degusta con satisfacción. Como estos de la primera Bucólica que aprendió en el Bachillerato en latín y que aún puede recitar seguidos: Titire tu patule recubans sub tegmine fagi / silvestrem tenui musam meditaris avena / Nos patriae fines et dulcia linquimus arva / nos patria fugimus… (Títiro, tú, recostado bajo una frondosa haya, / silvestres sones con tu caramillo tocas / mientras que nosotros nos vemos obligados a dejar / los dulces campos de la patria…), que el soldado Melibeo, camino de la guerra, le dirige al pastor Títiro. Por no hablar de estos otros de las Geórgicas que describen la vida de los agricultores (la traducción en verso es de Fray Luis de León): “Lo que fecunda el campo / el conveniente romper del duro suelo, el sazonado / juntar la viña al olmo, y juntamente / cómo se cura el buey, cómo el ganado; y de la escasa abeja diligente / su industria, y saber mucho no enseñado, / aquí, Mecenas claro, comenzando/ por orden cada cosa iré cantando…”.

Sin idealizar la vida campesina, que por mis antepasados familiares conocí y sufrí (también disfruté, es verdad: cuando eres niño todo es un juego), pero sin darle la razón del todo a mi amigo, cuya falta de costumbre con la azada le hizo renegar de un mundo a cuyos poetas más prestigiosos lee con gusto a pesar de ello (Tranströmer, Berger o Seamus Heaney aparecen continuamente en sus libros), aprovecho que en las vacaciones muchos regresan al campo del que proceden o lo conocerán de cerca por hospedarse en casas rurales (esos alojamientos para virgilianos) para pedirles que, contemplando la actividad de los pocos agricultores que quedan en Occidente, la valoren como lo que es: una de las más antiguas y necesarias para nuestra supervivencia.

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