De hienas, buitres y coleópteros
¿Hay más carroñeros? En efecto: comisarios delincuentes, políticos desalmados y periodistas canallas. ¡Extendamos la cochambre y que nadie pueda salvarse de la putrefacción que nos ahoga!
¿Será suficiente con una escafandra, quizá prestada por el Museo Naval? ¿Bastará con una máscara antigás, de fácil acceso en Amazon, un día de espera y en tu propio domicilio? Quiere José K. prepararse a conciencia para salir de su escueto tabuco y asomarse a su umbroso callejón, pero teme que tanta mugre y roña como percibe en estos últimos meses ahogue sus ya machacados pulmones, que tres paquetes diarios de Camel son muchos paquetes y mucho Camel.
Logramos salir vivos, aunque renqueantes, de esa atmósfera viciada que dejó la apestosa corrupción de un Gobierno y un partido, abrumados todos por la miseria y la grosería de tanta y tanta operación, que si Gürtel, que si Lezo, que si la madre que la parió. Un cadáver abierto en canal en la mesa del forense, que iba tirando a la palangana todos los órganos putrefactos que encontraba en su camino.
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Pero otra vez —la maldad siempre llama dos veces— las mefíticas miasmas generadas en los albañales por ingenieros del caos se han adueñado de nuestras avenidas, calles y plazuelas, infectando radios, televisiones y cualquier medio de comunicación. Como las hienas, los buitres y algunos dípteros o coleópteros, solo viven felices entre carroña, hozando en las interioridades, blandas y duras, de los cadáveres que se pudren al sol o en las aguas apestosas de las ciénagas irrespirables.
Elijan el buitre, que tenemos la colección completa. Y si conocemos 14 especies, de todas y cada una encontraríamos un ejemplar. Hay más alimoches y quebrantahuesos, cierto, pero en determinado despacho daríamos con algún orejudo y ante un micrófono hallaríamos, seguro, al de dorso blanco. Incluso si rebuscamos, nos toparíamos con ejemplares calvos o de cabeza negra. Pidan, que se los mostramos.
Y qué decir de los dípteros Calliphoridae y Sarcophagidae, o de los coleópteros Silphidae y Dermestidae. Menudos son, que siempre se adelantan a los Staphylinidae e Histeridae, y hasta a los Calliphoridae y Stratiomydae. Y eso que no queremos ser exhaustivos y no entramos en otros grupos igual de carroñeros, en los que se incluyen moscas, avispas u hormigas. Vistos como ejemplares solitarios dan mucha risa, apelotonados a millares se transforman en bestias temibles.
Pero son las hienas las que dan más miedo, sobre todo, y aquí está la madre del cordero, porque estos repugnantes bichos son capaces de comunicarse entre sí, y pueden organizar a 40 o 50 individuos de una manada para coordinar sus ataques. Son rápidos, tienen unos colmillos terribles y además actúan en grupo. ¿Verdad que dan pavor?
Desde que la derecha perdió el poder están hurgando en papeles. Os vais a enterar, esto es la guerra
Por eso está tan preocupado José K., de vuelta de casi todo, que en sus muchos años ha visto en demasiadas ocasiones cómo la maldad, amarrada a su formidable noray, siempre encuentra compañeros de viaje, y hoy contempla, aterrado, cómo en simbiosis perfecta, los comisarios delincuentes encuentran a los políticos desalmados, que enseguida hallan maneras para sumar a la alegre comparsa a lustrosos periodistas canallas.
Decimos comisarios, y con motivo, pero no solo, que hay fábricas de bulos y mentiras —José K. se niega a esa tontería de fake news— embutidas en ricos y elegantes gabinetes de análisis y fundaciones de postín. Decenas de hormigas —o escarabajos, o lombrices— llevan meses, desde que la derecha perdió el poder, hurgando en papeles y papelillos, os vais a enterar, que esto es la guerra, y aquí no hacemos prisioneros. Préstenos su lema, difunto Fidel Castro, dicen en la derecha, montaraz o sofisticada, y gritemos “Patria o muerte, venceremos”.
De uno en uno dan miedo; juntos, terror. Pero al igual que la fauna antes citada tiene acotados sus campos de actuación, aquí encontramos el mismo reparto en el trabajo, que ya se sabe que el que manda no aprieta el gatillo y quien paga se limita a contemplar y aprovecharse de la labor de sus sicarios. Y casi siempre es así, aunque algunos se reservan, por puro deleite, vigilar esos trabajos. Habrá que recordar, siempre hay que volver a los clásicos, lo que nos contaba Bertrand Russell, en su Por qué no soy cristiano: “La gente bien deja el control del mundo en manos de asalariados, porque piensan que ese trabajo no es propio de su clase. Pero hay un apartado que no delegan, el de la difamación y el escándalo”.
El político bribón conoce perfectamente que lo que tiene en sus manos es estiércol maloliente
Utilitaria cadena, que todos se necesitan de manera enfermiza, un calco de esa distribución animal tan bien organizada para acabar con la carroña, lo único que les gusta, hábitat natural en el que se mueven y del que comen y disfrutan. El caldo pútrido, que escribió Muñoz Molina. Culebreando en el fango, disertando en el lodo, escribiendo en el reboño, cada uno a lo suyo, que ya lo dijo el gran hombre: “¡De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!”.
No es difícil para José K. seguir la pista de los infundios, que la inmundicia, como la baba del caracol, deja un rastro imborrable. Por eso ninguno de los artífices de las grandes mentiras dispone de razón alguna que exponer en su descargo. Porque el comisario gustoso de las gorras y las gafas negras, atrezo ridículo, grabador traicionero, entre otros, de confiados pajaritos, sean fiscales o jueces lenguaraces y palabreros, sabe que sus babosadas son eso, babosadas, y que su oficio tiene un nombre bien conocido, e incluso castigado por las leyes: chantajista.
En el paso siguiente, el político bribón que se nutre de esa porquería también conoce, perfectamente, que lo que tiene en sus manos es estiércol maloliente. Pero le da igual. Encorbatado de Hermès o de sport de Ermenegildo Zegna, utiliza la bazofia a sabiendas de su procedencia intentando que la colonia de Loewe le tape el hedor putrefacto de la mercancía.
Todo ello valdría para poco, resume José K., si emplumados ejemplares de esta rica fauna que se autodenomina periodistas no pusieran al servicio de la mentira y la cochambre sus potentes altavoces en digitales de medio pelo, periódicos centenarios que se consideran respetables, o tertulias —¡qué horror!— en radios y televisiones, progres o carcas, que en todas tienen sus amplios espacios estos malandrines. ¡Extendamos la cochinería y cubramos de churre el terreno de juego, que nadie pueda salvarse de la putrefacción que nos ahoga!
Porque no hay nada peor que el arma deleznable y mortífera de la palabra. “Estaba convencido de que al inicio de cualquier acción estaba la palabra, que las palabras de odio conducían al odio; las de violencia, a la violencia; las de muerte, a la muerte”, escribe Zygmunt Miloszewski por boca de su fiscal Teodor Szacki.
Y José K., despacito, se vuelve a su cuchitril, aguantando, como puede, la respiración.
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