_
_
_
_
IDEAS / UN ASUNTO MARGINAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La gomita y la bolsa

La bolsa de plástico, cuando se trata de billetes de curso legal, significa catástrofe.

Enric González
Protesta en Venezuela por la anulación de los billetes de 100 bolívares en 2016.
Protesta en Venezuela por la anulación de los billetes de 100 bolívares en 2016. Geroge Castellanos (AFP)

La primera señal es la goma. Uno va al banco a retirar dinero, digamos que el equivalente de 200 dólares, y le dan un fajo grueso de billetes atados con una goma. Hay que alarmarse cuando una cantidad con un modesto poder de compra adquiere un volumen físico tan notable como para requerir empaquetado. Ir al mercado se convierte en un calvario: los precios suben y la moneda vale cada vez menos. La inflación lleva a la devaluación y, en los casos peores, el desastre se remata con la recesión. Es lo que ocurre hoy en Argentina.

No debería parecernos exótico: es lo que ocurría en España hace 50 años. Por hacer memoria, un dólar costaba 60 pesetas en 1959; en 1999, último año de la divisa española, un dólar costaba 156. En 1977, la inflación rozaba el 30% anual.

La gomita puede ser el umbral de la catástrofe. En 2015 viajé a Venezuela. Cuando fui al ­aeropuerto para tomar el avión de vuelta llevaba dos fajos de bolívares atados con gomas. Era lo que iba a costarme, más o menos, una cerveza para entretener la espera. No pude conseguir la cerveza (sí pude ver al caballero que disfrutaba de la última) por un problema de escasez. Aún existía el bolívar y las operaciones de cambio, pongamos de nuevo 200 dólares, requerían el uso de una bolsa de plástico de supermercado.

La bolsa de plástico, cuando se trata de billetes de curso legal, significa catástrofe. O corrupción a lo grande, pero hoy no hablamos de eso. Ya no existe el bolívar, sustituido por el bolívar fuerte (cuando una moneda se apellida “fuerte” significa que es todo lo contrario), y por el bolívar soberano. Cien millones de los antiguos bolívares equivalen, en el nuevo papel, a mil soberanos. Estas cosas ocurren cuando el dinero no vale nada. En Zaire, actualmente Congo, hacia 1995, el equivalente de 100 dólares en moneda local no cabía en una bolsa de basura.

España fue un país de inflación fuerte y moneda débil. La cosa tenía sus ventajas. La economía crecía (partiendo de muy abajo) y resultaba fácil exportar. Durante el fin del franquismo y el inicio de la era constitucional, quienes contrajeron hipotecas a tipo fijo acabaron pagando muy poco por su vivienda: la inflación funcionó como impuesto redistributivo. Eso también ha pasado en Argentina.

En la Europa contemporánea reverdecen los nacionalismos y crecen los recelos hacia el euro. Aproximadamente un tercio de los franceses y de los italianos preferirían perderlo de vista. Es una moneda nacida con taras (la chapuza de Maastricht) y dominada por un solo país (Alemania), y durante la crisis ha ejercido un efecto perverso: como no era posible devaluar la moneda, hubo que devaluar el trabajo y en último extremo a las personas. Ha exigido terribles sacrificios y endeudamientos públicos colosales. ¿Valió la pena? Quizá no. Pero sin él existe el riesgo de la gomita, y de la bolsa de plástico.

Sobran los indicios de que el mundo se adentra en tiempos turbulentos. Y uno se sorprende al experimentar un sentimiento tan conservador como el apego por la divisa fuerte: que al menos exista algo sólido a que aferrarse si llega la tormenta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_