El delirio de una casa de muñecas para adultos y en tamaño real
'Blow up', en la galería neoyorkina Friedman Benda, reúne muebles de Gaetano Pesce, los hermanos Campana, Shiro Kuramata o Katie Stout en un juego de escalas y proporciones. Ojo: no todo es de color rosa
"¿Sabes que hice una casa de muñecas para mi proyecto final de carrera?". La estadounidense Katie Stout se graduó en la Rhode Island School of Design planteando el apartamento de sus sueños. Aunque el modelo, por desgracia, venía en miniatura. Hasta que se lo comentó a Felix Burrichter, director de la revista PIN-UP. Burrichter llevaba desde 2017 intentando montar una exposición que hablase de escalas y proporciones. Y de aquella idea sacó la siguiente: si todos los diseñadores empezaban a trabajar con maquetas, un piso parecido al de Barbie podría ser la excusa para lubricar su concepto. Que es, precisamente, lo que se puede ver hasta el 16 de febrero en la galería Friedman Benda de Nueva York. Blow Up amplía a escala real la típica casa de muñecas, desde el salón hasta el dormitorio. Sin olvidar la cocina, el despacho ni el cuarto del bebé.
Burrichter no está solo en este tinglado: hasta 27 artistas colaboran en la muestra. Las paredes de cartón, las ventanas falsas y el resto del atrezo 2D (alfombras, cortinas y chimenea) son obra del estudio de diseño y arquitectura Charlap Hyman & Herrero, que ha impreso acuarelas en vinilo para conseguir el efecto de cómic o de cuento infantil.
Los muebles, una selección de clásicos y contemporáneos, comparten piso distribuidos en habitaciones de color azul celeste, verde menta y rosa pálido. En el dormitorio, el armario Felt Cabinet, del italiano Gaetano Pesce, hace las veces de cajón de bragas y sujetadores. Y el escritorio Cloud Form Desk, de Wendell Castle, comparte salón con la butaca de papel de burbujas (1995) de los hermanos Campana, y un teléfono morado con forma de pene (2015), de la francesa Camille Henrot [que podría aparecer ya en próximo el listado de los horrores de la cuenta @decorhardcore, muy enfrascada últimamente en los salones violeta]. Quien se siente en el lounge de Leon Ransmeier podrá usarlo para llamar gratis solo por el esfuerzo que tendrá que hacer a la hora de levantarse.
Los sofás metálicos y huecos How High the Moon (1986), de Shiro Kuramata, reciben a los invitados abrazando la mesa fucsia del estudio Odd Matter, situada junto al fuego y a medio derretir. Resistiendo en la pared, sobre la repisa de la chimenea, un espejo hinchable con marco de resina plateado, de Misha Kahn, muy fiel a la extravagancia que el artista ha llevado en su casa a las últimas consecuencias.
Katie Stout aporta las dos sillas del comedor. Son una réplica exacta, a escala 1:1, de las que puso en su casa de muñecas de la universidad. Un dato curioso: están hechas con la misma madera que la de su escritorio Swipe Right Desk. "Lo llamé así porque me ayudó con los renderings de la mesa... alguien que conocí en Tinder", concretaba en el portal web Whitewall. El punto final, y quizá el más surrealista, lo añade la cuna motorizada del dúo Soft Baroque en el cuarto del bebé, que se mece sola como si bailara al hula hoop.
A simple vista, Blow Up puede parecer un delirio inexplicable. Charlap Hyman lo aclara en una entrevista para la edición estadounidense de AD: "Se supone que así ven los adultos la casa de muñecas de sus hijos, ¿no? Y la exposición tiene muchas cosas divertidas".
"Pero también está presente la oscuridad que hay en la vida real", subraya. Se refiere a la copa de brandi y el jarrón de flores marchitas que hay junto a la cama. Al número de PIN-UP entre las cenizas de la chimenea. O al pollo campero que aparece muerto sobre el prototipo de cocina de Wolfgang Laubersheimer. "Lo que hemos hecho, al final, es preguntarnos cómo influyen los objetos de la infancia en nuestra percepción actual del espacio doméstico y sus normas sociales", concluye Burrichter, a quien no le importa ir al fondo burgués de la cuestión: "Las casas de muñecas enseñan a los críos, sobre todo niñas, a mantener un hogar para que sea perfecto".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.