Fin de un ‘youtuber’ de 19 años: sería hasta gracioso si tanta imbecilidad no diese directamente miedo
El vídeo que cargaba contra el 'influencer' James Charles alcanzó los 40 millones de visitas en un visto y no visto. Miley Cyrus y Kylie Jenner dejaron de seguirle. Su caída merece una reflexión
Siempre he envidiado a los periodistas de belleza, rodeados de olores agradables, coloretes sin estrenar y eternas sonrisas. En los días malos, darme una vuelta por la planta de cosmética de un gran almacén amaina mi desánimo. Quizá por eso me cuesta creer que en el paraíso de las bases de maquillaje exista también el barro. Pero existe.
James Charles, celebridad del sombra aquí y sombra allá, protagonizó recientemente uno de esos culebrones cibernéticos con juicio sumarísimo tan sintomáticos de este delirante tiempo. Yo, la verdad, es que no sabía nada de este gurú de la belleza de 19 años hasta ahora, cuando se ha precipitado al vacío desde su olimpo de influencer millonario. Su fama empezó en Instagram, donde sus trucos para transformarse (ojos de gato, ceja perfecta) empezaron a causar furor.
Su canal de YouTube le catapultó al estrellato con vídeos que alcanzan hasta 20 millones de visitas. Con 17 años se convirtió en el primer chico que era rostro de una marca de maquillaje, Covergirl. También lanzó su propia firma. Con su aspecto andrógino, los vídeos de Charles empiezan siempre con un histérico “¡Hola, hermanas!”, emblema de la casa. Vivió su minuto de verdadera gloria global en la pasada gala Met, dedicada al camp, donde con maquillaje que transfiguraba su rostro de niño se codeó con la élite de la moda. Aquel día tocó techo.
En pocas horas, tres millones de usuarios se dieron de baja en el canal del maquillador, las acusaciones de presuntos acosos afloraron, las firmas asociadas a él empezaron a rescindir sus contratos y famosas admiradoras apretaron al botón de “dejar de seguir”
Lo que vino después es un escándalo que intentaré resumir. Todo empezó cuando su vieja amiga y mentora Tati Westbrook, otra videobloguera, de 37 años, colgó un monólogo de 43 minutos titulado Adiós, hermana. En él, con tono de dulce gatita (“querido, lo hago por tu bien”), lo acusaba de no ser el mismo por culpa del dinero y la fama. Le seguía una interminable retahíla (“soy una influencer, una creadora, y tengo que hablar alto y claro”) que recoge una serie de malas prácticas entre videoblogueras (en su mayoría indescifrables para alguien ajeno a ese negocio) hasta llegar al meollo del asunto: en la fiesta de cumpleaños de Westbrook, James acosó a un hombre heterosexual. “Delante de todos, de mis hijos, tuve que disculparme al día siguiente… y eso no se hace… necesitas ayuda, James… Y, que quede claro, yo no odio a James Charles, le querré siempre”. Lo que no dijo es que se sentía traicionada porque Charles había promocionado las vitaminas de una marca rival.
En pocas horas, tres millones de usuarios se dieron de baja en el canal del maquillador, las acusaciones de presuntos acosos afloraron, las firmas asociadas a él empezaron a rescindir sus contratos y famosas admiradoras como Miley Cyrus y Kylie Jenner apretaron al botón de “dejar de seguir”. La debacle estaba en marcha. Charles respondió con otro vídeo, dramático, sin maquillar, con gafas y aire destruido. Pidió disculpas (falsas según el análisis facial realizado por otro canal) con el mismo sentimentalismo barato de su mentora: “Ella ha sido una madre para mí, su familia solo me ha dado amor y oportunidades, un hombro en el que llorar…”.
En el minuto final (esta vez la cosa, por fortuna, apenas duraba nueve), el maquillador se dirige a su madre y, bañado en lágrimas, remata la actuación: “Mamá, sé que quieres defenderme, estoy tan agradecido a ti y a todo lo que haces por nosotros, necesito que lo sepas”. Nada de esto debería hacernos perder ni un minuto de nuestro tiempo, pero es que solo el vídeo de Tati Westbrook recibió en poco tiempo 40 millones de visitas. Sería hasta gracioso si tanta imbecilidad no diese directamente miedo. Personalmente, seguiré confiando en las bondades de la planta de oportunidades de una gran superficie.
Esta columna apareció en el número de junio de la revista ICON.
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