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Columna
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No han entendido nada

Si existían sospechas sobre la erosión del orden liberal en el mundo, lo sucedido esta semana en Bruselas permite abandonar cualquier atisbo de duda

Máriam Martínez-Bascuñán
Diego Mir

Si existían sospechas sobre la erosión del orden liberal en el mundo, lo sucedido esta semana en Bruselas permite abandonar cualquier atisbo de duda. La máxima expresión del poder geopolítico europeo, el eje franco-alemán, vuelve con toda su crudeza desdeñando el potencial democratizador del spitzenkandidateno sistema de “cabezas de lista europeos” que parecía inevitable. Hasta la cuota de género se ha instrumentalizado con cinismo para justificar el nombramiento al frente de las más importantes instituciones comunitarias de dos mujeres conservadoras de dudosa idoneidad para el cargo, permitiendo además que la hidra de mil cabezas del populismo jugase un rol determinante en el seno del Consejo.

Y ese es el drama: el proyecto europeo muestra sus límites en cada vez más lugares del continente y, para desgracia nuestra, también en el corazón mismo del sueño comunitario. El ideal de Europa como instrumento democratizador parece desvanecerse. Timmermans, valedor de los expedientes contra Polonia y Hungría, representaba esa promesa, pero la realidad es que el iliberalismo en auge ha determinado el reparto de poderes con la connivencia del liderazgo de vuelo gallináceo de Merkel y Macron y la inexperiencia de Sánchez como negociador en Europa. El problema no es tanto el resultado de la negociación, que también, sino la propia composición del Consejo.

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Quizás ahora, quienes miran con cínico paternalismo las denuncias de la izquierda al ascenso de la ultraderecha, entiendan el problema que supone que triplique su impacto electoral. En 1998, 12,5 millones de europeos vivían bajo Gobiernos con participación de fuerzas ultra; hoy, 170 millones, incluida Italia, tercera economía de la eurozona y firmante del fundacional Tratado de Roma.

Las elecciones no han cambiado mucho la composición de la Eurocámara. El Consejo es otra cosa: los ultras están más coordinados que nunca. Pero la decadencia del orden liberal no tiene tanto que ver con esto como con la connivencia de los conservadores, dispuestos a echarse al monte para no ver a un socialdemócrata en la cima, y con el beneplácito de los llamados liberales, decididos a sacar tajada de casi todo. ¿Será verdad, como señaló John Gray al hablar del Brexit, que la Unión está diseñada para evitar que encaje la socialdemocracia? A la luz de los nombramientos, el contrato social que necesita Europa ni está ni se le espera. Y, sin embargo, si algo nos enseña el último decenio es esa otra vieja premisa de Richard Rorty: “Los marxistas tenían razón al menos en una cosa: las cuestiones políticas centrales son las que tienen que ver con las relaciones entre ricos y pobres”. Las capitales del corazón de Europa no han entendido nada.

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