La última cena de Dani García
Secuencias de una vanguardia que asombró al mundo
Los invitados a la Última Cena comenzábamos a llegar alrededor de las dos de la tarde a Lobito de Mar en Marbella. En el exterior, abrazos, sonrisas y gestos de complicidad, mientras las copas de champaña y los vasos de cerveza rodaban en espera de algunos rezagados. En ausencia del gran anfitrión, y sin apenas protocolos, tomamos acomodo para disfrutar de un almuerzo informal que se ajustó a lo esperado. En las mesas, un derroche de proteínas marinas que fuimos compartiendo en medio del general alborozo: gambas crudas de Motril, tartar de atún rojo con caviar, cigalas a la brasa, angulas a la bilbaína, conchas finas, gambas al ajillo, coquinas…
Cumplíamos con la primera etapa de la convocatoria antes de asistir al acto en el que Dani García iba a solemnizar el cierre de su restaurante con tres estrellas Michelin, justo un año después (16 de noviembre de 2019) del momento en el que la Guía Roja le otorgara el tercer galardón en la gala de Lisboa.
Aun hoy, pocos han terminado de entender aquella decisión, extraña, arriesgada e incomprensible. Ni tampoco la celeridad con la que anunció su propósito al poco de recibir el tercero de los macarrones. Ninguno de sus compañeros de profesión, ni los colegas de la prensa especializada, ni la mayoría de sus colaboradores, ni siquiera su propia familia, encontraron razones que lo justificara. Hay que tener una enorme confianza en el futuro de uno mismo para dar un paso semejante. ¿Acaso era perjudicial poseer un restaurante con los máximos galardones para el desarrollo de cualquier nuevo proyecto? ¿Tan pesada era la losa? No ha sido el primer caso en la historia, pero ningún otro, que yo recuerde, se ha conmemorado de forma semejante.
Acababan de dar las 19.30 cuando accedimos a uno de los salones del hotel Puente Romano. Por el escenario desfilaron centenares de asistentes, primero sus colaboradores y, enseguida, sus amigos cocineros llegados de lugares dispares. Más tarde, familiares y amigos. La intervención de Dani, breve pero emotiva, dejó en el aire más mensajes intuidos que los propios de un acto de despedida.
Micrófono en mano, balbuceante y visiblemente emocionado, interrumpido por los aplausos y gestos de afecto de sus colegas, se explayó con frases cortas que dejaban entrever sentimientos de alegría, sufrimientos y recuerdos.
“Es difícil resumir 20/25 años de trayectoria. No ha habido una generación de cocineros que haya conseguido lo que estos señores”, afirmó con la mirada puesta en sus amigos. “Dimos todo a cambio de nada. Viajábamos, íbamos a los congresos a San Sebastián y a Madrid, lo que hiciera falta, la pasión nos podía. Yo acudí a El Bulli por primera vez en 1997. Nada de lo que logramos habría sido posible sin la figura de Ferran Adrià que nos abrió las puertas a nosotros y a todos aquellos que quisieron escucharle. Me siento feliz de que nos acompañe. Quiero dejar claro que me apeo del carro de la alta cocina, pero no de la amistad ni del cariño. Mi gesto no es heroico”, recalcó con frases entrecortadas. “A partir de ahora, en lugar de dar de comer a cientos de clientes cocinaremos para miles y cientos de miles de personas. Solo puedo dar las gracias a mi equipo, a mi familia, a mi socio Javi Aranda”.
En plena vorágine y de forma súbita dio un paso al frente Quique Dacosta, como es habitual, convertido en uno de los líderes de los autorretratos digitales. Procedía inmortalizar la ocasión con uno de sus famosos selfis, al estilo de aquella renombrada autofoto que Ellen Degeneres, actriz y presentadora de televisión en Estados Unidos, tomó en los Oscar de 2013, pionera en el género.
Más allá de las apariencias, la Última Cena dejó abierta la puerta a interpretaciones e interrogantes. García cumplió con lo prometido, solemnizó el cierre de su restaurante y, al mismo tiempo, rindió homenaje a Ferrán Adrià, artífice intelectual de un movimiento —la cocina española de vanguardia—, ya concluido, del que él mismo fue protagonista destacado. De paso, testimonió su admiración por sus compañeros, la generación más brillante de profesionales que jamás haya existido en España, según sus propias palabras, cocineros, presentes o ausentes en el acto, que asombraron al mundo. Entre gestos de euforia, pañuelos al aire, canciones y abrazos de rutina, la cena, increíblemente buena dada la cantidad de comensales, transcurrió con el trasfondo de una inconfesada y generalizada nostalgia.
Sin pretenderlo, recordé vivencias desordenadas de una historia jamás escrita o siempre relatada de forma incompleta. Tras el acto fundacional de la Nueva Cocina Vasca (1977), liderado por Juan Mari Arzak y Pedro Subijana, el Congreso Nacional de Cocina de Autor de Vitoria (1984 a 1998) germen de ideas estratégicas. Después, la explosión de los congresos: Fòrum Gastronòmic de Vic (1999), Lo Mejor de la Gastronomía en San Sebastián (1999) y MadridFusión (2003). Y por supuesto, lugares y personas: Manolo de la Osa, que a partir de 1981 transformó en alta cocina recetas tradicionales; El Bulli y los hermanos Adrià, un hito mundial por su pensamiento y portentosa capacidad creativa; Martín Berasategui, el trueno que no cesaba; Santi Santamaría, con su radical defensa de la cocina clásica; Andoni Aduriz, la vanguardia que generó su propio universo; Ángel León, o el mar en tres dimensiones; los hermanos Roca o la leyenda, lideres del mundo a partir de la casa de comidas de sus padres, y por supuesto Dani García que entre 1998 y 2004, renovó en Ronda (Tragabuches) las sopas frías andaluzas.
Seguía escudriñando en mi memoria cuando Dani interrumpió mi sueño con el micrófono: “Los dos últimos platos que van a salir de este restaurante merecen disfrutarlos antes que nadie Ferran Adrià y mi madre”. Ferran le respondió: “En nuestra profesión, somos una gran familia. Este evento representa 30 años de amistad que es lo más importante. Enhorabuena a Dani y todo su equipo. Esto no acaba aquí nos vais a tener que aguantar 15 o 20 años, por lo menos”, afirmó dirigiéndose a las brigadas de jóvenes cocineros.
Termina una historia y comienza otra, pensé al despedirme y abrazar a Lourdes Muñoz, uno de los pilares del éxito de Dani. Nunca en España el nivel de la cocina —popular, tradicional, moderna y creativa— ha alcanzado cotas semejantes a las que ahora disfruta. Dani y sus amigos tienen cuerda para rato. Muchos de los que han llegado después y no están en la foto de La Última Cena ya han dejado constancia de su enorme talento. El relato que habrá de seguir está en sus manos. Sígueme enTwitter: @JCCapel y en Instagram: jccapel
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