Epidemiología del altruismo
Si le dices a la gente que se ponga mascarilla porque les protege (lo que no es cierto), se las pondrán. Si les dices que es para proteger a los demás (lo que sí es verdad), no lo harán
Ayer me cerraron el chino de abajo. Se veía venir. Me llevo muy bien con la pareja que lo lleva, que seguramente son las únicas personas a las que veo a diario. Hará una semana que la mujer me pidió mirar la pantalla de su teléfono. Me acerqué y vi una sopa de ideogramas, y ella me vio tan confuso que me indicó con el dedo adónde tenía que mirar. La única palabra en alfabeto griego que había allí era “Covid-19”, pero eso me bastó para entender la inquietud de mi amiga. “Muchos en Madrid, muchos en Madrid”, dijo. Yo respondí que tampoco eran tantos, pero no me creyó. “Muchos, muchos en Madrid”. Al día siguiente la vi con guantes, al otro su marido llevaba una mascarilla y ayer echaron los dos la chapa, como también hicieron los establecimientos de Usera, el barrio chino de Madrid, por todo lo que sé.
Es cierto que los chinos están hipersensibilizados sobre estas cuestiones. La mayoría de los virus emergentes y de las crisis pandémicas de este siglo se han originado en mercados de animales vivos de ese país, donde las aves y los mamíferos que se venden, y las personas que los compran, tienen la oportunidad de intercambiar, mezclar y recombinar sus virus hasta generar, de manera ocasional e impredecible, un nuevo agente infeccioso que acabará propagándose por todo el planeta. También es cierto que el Gobierno chino tiene la capacidad de propagar un mensaje entre todos sus emigrantes, y causar por ejemplo el cierre de todos los chinos de Madrid. Que lo intente Giuseppe Conte con las pizzerías de Nueva York. El caso es que los chinos, que empezaron estigmatizados como focos infecciosos, han acabado cerrando las tiendas para protegerse de nosotros, que somos el nuevo epicentro. Qué mal lo estará pasando algún racista.
El lector sabe que, si el médico le receta un antibiótico, tiene que tomárselo los días que le diga el doctor, aun si su malestar desapareció en unas pocas horas. Hasta ahí llegamos todos. La mayoría de la gente, sin embargo, cree que hacer eso es por su propio bien, no le vayan a crecer resistencias en su sagrado cuerpo. No es así. Si uno se toma un par de pastillas y se le quita la cistitis, es porque el antibiótico ha matado a la mayoría de las bacterias que infectaban su tracto urinario: justo a las más débiles. Las que echará después fuera de su cuerpo serán, por tanto, las más resistentes al antibiótico, que son exactamente las que pretendemos evitar en el entorno y contaminando al resto de la gente. Si te tienes que tomar los antibióticos cinco días no es por tu bien, sino por el de la sociedad que te rodea. Pero ¿sería sensato transmitir ese mensaje racional a la población? ¿Y si dejan de tomarse las pastillas y lo ponen todo perdido de superbichos?
Lo mismo ocurre con las mascarillas. Si le dices a la gente que se las ponga porque les protege de los coronavirus que flotan por el aire (lo que no es cierto), se las pondrán. Si les dices que es para proteger a los demás (lo que sí es verdad), no lo harán. Los humanos no somos el epítome de la generosidad. Además de las medidas adecuadas, la autoridad sanitaria debe promover una epidemia de altruismo. Y eso no lo saben hacer ni los chinos.
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