Perdón
Si no podemos aspirar a que precisamente ahora la oposición le ofrezca al Gobierno una lealtad auténtica, sin amenazas ni limitaciones, no lo lograremos nunca
Hoy tengo que empezar pidiendo perdón. No me tomé el coronavirus en serio y me equivoqué. Tengo la esperanza de que, en este caso, la ignorancia me exima parcialmente del delito, pero no culpo a nadie por mis propios errores. El nivel de espectacularización que impera en los medios de comunicación me indujo a dudar de la veracidad de las alarmas, pero no puedo compartir con nadie la responsabilidad de no haberme guardado mis dudas para mí misma. Es difícil encontrar una postura justa en este momento. Todos los días recibo mensajes apocalípticos y, de vez en cuando, recomendaciones que entiendo mejor. Estas provienen siempre de médicos y científicos, que son los únicos a los que he decidido hacer caso de ahora en adelante. Cuando la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid hicieron públicas unas medidas que han cambiado radicalmente mi modo de vida, las acepté sin rechistar, incluso cuando Ayuso afirmó, después de haber negado una y otra vez que Madrid se pudiera cerrar, que cerrar Madrid no era responsabilidad suya, sino del Gobierno. Pero, aun comprendiendo muy bien la ignorancia, las vacilaciones, la incertidumbre que todos compartimos, y conociendo aún mejor el tradicional estilo de la derecha española, la actitud de Casado me ha parecido muy triste. Si no podemos aspirar a que precisamente ahora, en una situación tan grave como la que estamos viviendo, la oposición le ofrezca al Gobierno una lealtad auténtica, sin amenazas ni limitaciones, no lo lograremos nunca. Por otra parte, me pregunto cuánto habría tardado un Gobierno del PP en decretar el estado de alarma. Si de verdad hubieran sido capaces de tomar una decisión como esa en una hora escasa, creo que somos muy afortunados por tenerlos en la oposición.
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