La cuarentena imposible
Las ciudades han sido reconocidas como pieza clave para afrontar la covid-19, pero las africanas, con la urbanización más acelerada del mundo, no están recibiendo mucha atención científica o social. Un peligro para todos
Es primera hora de la mañana en Adís Abeba y un grupo de trabajadores públicos limpia y desinfecta con celeridad el que es el primer tren ligero de todo el continente. Los diplomáticos y trabajadores de organismos internacionales y ONG teletrabajan en la capital que alberga la sede la Unión Africana. Sin embargo, las calles distan de estar vacías a pesar de que desde el pasado 23 de marzo todos los pasajeros que llegan a Etiopía se someten a cuarentena obligatoria.
Las ciudades han sido reconocidas estos días como piezas clave a la hora de afrontar la covid-19, pero las africanas no están recibiendo mucha atención mediática, científica o social en todo el asunto del coronavirus. Aunque parece azotar en menor medida África, ya son más de 30.000 los casos detectados, según la OMS, se ha hablado mucho sobre el coronavirus como una pandemia más urbana que rural, las urbes africanas deberían estar en el epicentro de los debates y de las medidas que se toman.
La cuestión del avance de la pandemia en África subsahariana tiene muchos ángulos de abordaje. Estrategias gubernamentales dispares. Escenarios económicos y sociopolíticos diversos. Tradiciones culturales y creencias que, a veces, juegan en contra de la salud pública. Sin embargo, observar la cuestión desde la óptica urbana —donde confluyen todos estos aspectos— es imprescindible en la región subsahariana, que actualmente vive la urbanización más acelerada del mundo y donde la entrada de la covid-19 puede acarrear consecuencias devastadoras a corto y medio plazo.
A la hora de afrontar la actual crisis epidemiológica, el lienzo de las ciudades africanas es un polvorín para las poblaciones más vulnerables
Sabido es que la urbanización del continente tiene sus propias características, con más retos que oportunidades en toda escala posible. Pero a la hora de afrontar la actual crisis epidemiológica global, el lienzo de las ciudades africanas es un polvorín para las poblaciones más vulnerables. El avance del coronavirus a través de las áreas metropolitanas pone en riesgo cualquier objetivo alcanzado hasta la fecha en materia de desarrollo o mitigación de la pobreza, abriendo un escenario sombrío e incierto para los residentes urbanos más sensibles. Pero además, comprometiendo de forma muy profunda el devenir de todo el continente, y con él, del mundo.
Confinamiento, ¿un derecho?
Mientras los gobiernos africanos adoptaban distintas medidas para prohibir la circulación de personas en un intento de evitar la propagación del coronavirus a través de imposiciones "de arriba hacia abajo", la Organización Mundial de la Salud recomendaba a la población mundial normas de protección como lavarse las manos frecuentemente o mantener el distanciamiento social. Sin embargo, más de la mitad de hogares en las ciudades del sur global carecen de acceso a agua corriente y viven en condiciones de hacinamiento en barrios densamente poblados. La realidad aún es más compleja en las del África Subsahariana, donde en término generales el 42% de los residentes no cuenta con suministro básico de agua o el 72% carece de saneamiento privado dentro de los hogares.
Only 1 in 5 slum residents in urban Africa have access to clean and safe water which contributes to the spread of viruses and diseases.
— Cities Alliance (@CitiesAlliance) March 24, 2020
We need to recognize that investments in water infrastructure are investments in global health.#COVID19 #Coronavirus #SafeHands #Water pic.twitter.com/nRyVHz7rl5
Las desigualdades manifiestas entre Norte y Sur muestran como el distanciamiento social impuesto en Europa y otros continentes afectados es un derecho inasequible para una gran mayoría. Así, las diferencias de clase se hacen también manifiestas en esta crisis. Residentes urbanos socioeconómicamente acomodados de ciudades como Lagos reconocen públicamente como el confinamiento es solo posible cuando se está en posición de privilegio. Mientras, gran parte de los residentes urbanos, se ve abocada a decidir diariamente entre hambre o coronavirus.
Más de la mitad de la población urbana en las ciudades de la región reside en barrios informales con una alta densidad de población con una dependencia del 70% de la economía informal. Esto hace que los residentes urbanos deban salir diariamente de sus casas para conseguir comida y poder cubrir sus necesidades básicas, entre las que se encuentran el agua y el saneamiento distribuidos a partir de puntos de suministro compartidos. Mientras varios estudios argumentan que el coronavirus puede sobrevivir días en el acero inoxidable de un grifo, estos puntos de suministro podrían ser auténticos focos de propagación, infectando diariamente a miles de personas residentes en barrios empobrecidos.
Otro de los focos de contagio reconocidos es el transporte público. En la mayoría de ciudades del continente, la movilidad metropolitana no permite la distancia inferior a dos metros recomendada para evitar contagios. Minibuses y motocicletas que operan desde los barrios más humildes a los centros de las ciudades, donde se encuentran un mayor número de puestos de trabajo, se han convertido en peligrosos focos de contagio dentro de las propias ciudades subsaharianas y zonas periféricas.
Cuarentena, ¿un deber?
La fragilidad de los sistemas de salud del continente hace muy improbable una respuesta satisfactoria para los casos más graves si el contagio avanza con la misma rapidez que lo ha hecho previamente en Asia o Europa. Es por ello que los expertos piden poner a las ciudades en cuarentena. Si bien es cierto que la población de más de 60 años es la que sufre un mayor riesgo ante la covid-19 y la media de edad en el continente roza los 20, las patologías previas o la subalimentación —la más alta en el mundo según el último informe de la FAO— hacen que el horizonte para la lucha africana contra el coronavirus sea muy desesperanzador. Además, no se debe olvidar la profunda mella que la tuberculosis, la malaria o el VIH causan ya en el continente.
Con un punto de partida crítico, el pánico mediático ha multiplicado las imágenes del éxodo urbano de población que busca escapar tanto del coronavirus como del incremento de precios en productos básicos en muchas ciudades del continente como Nairobi, Kampala, Johannesburgo, Antananarivo o Rabat. La huida de miles de residentes que buscan refugio lejos de multitudinarias capitales, contribuye —a pesar del confinamiento impuesto en muchos países como Sudáfrica o Madagascar— a la propagación de un virus que ya se ha expandido por todo el globo.
Y la migración urbana no solamente contribuirá a un contagio más generalizado fuera de las ciudades. Como defienden los expertos, el éxodo urbano puede poner en riesgo la principal mano de obra agrícola del continente —las mujeres, a su vez, al cargo de la economía de los cuidados— y al sistema agrícola que abastece de alimentos el continente en un momento en que muchas importaciones se han visto frenadas a causa de la pandemia. Esto, unido a la desaceleración económica debido al cese repentino de exportaciones hacia China —que ha hecho que las predicciones de la UNECA hayan reducido el crecimiento de África para 2020 en casi la mitad— puede provocar una auténtica catástrofe sanitaria, alimentaria y económica.
¿Cómo confinar a poblaciones vulnerables en las ciudades del continente africano y protegerlas sin poner en riesgo su seguridad e integridad? Mientras ciudades nigerianas como Abuya y Lagos llevan semanas de confinamiento, otras como las kenianas Mombasa y Nairobi llevan días sufriendo brutalidad policial contra una población impotente ante un toque de queda nocturno impuesto como medida preventiva. Así, las urbes africanas avanzan con recetas dispares y acupunturas erráticas. Envueltas en la sombra apocalíptica de Wuhan, Milán o Barcelona; los residentes de Dakar, Uagadugú o Adís Abeba intentan adoptar cuarentenas imposibles en ausencia de ayudas económicas suficientes o medidas de protección social que amparen a las poblaciones más pobres, especialmente a aquellas que dependen de la economía informal y residen en barrios chabolistas que dominan el espacio urbano del continente africano.
La cuestión es: ¿puede permitirse el mundo que un solo residente urbano de cualquier latitud quede a expensas de una pandemia de estas características? Como alertaba hace escasas semanas el primer ministro etíope Abiy Ahmed en una tribuna para Financial Times: "Si la covid-19 no es derrotada en África, volverá a perseguirnos a todos".
Alcaldías y sociedad civil al rescate de los más vulnerables
Las respuestas ante la covid-19 son dispares y, a veces, sorprendentes. Mike Sanko, gobernador de Nairobi, ha trascendido los últimos días en los medios internacionales por repartir alcohol a los vecinos y asegurar que es un arma efectiva contra los virus. Mientras, en otro extremo, Yvonne Aki-Sawyerr, alcaldesa de Freetown —donde el 68% de la población reside en barrios informales y el 47% de la población carece de acceso al agua— explicaba en una entrevista reciente, como el Ayuntamiento de la capital sierraleonesa trabaja con las mujeres de los mercados para hacer pedagogía sobre la higiene y el distanciamiento social, mientras quiere repartir hasta 55.000 mascarillas. Además, Aki-Sawyerr también aseguraba estar invirtiendo en agricultura urbana para evitar el desabastecimiento. Muchos alcaldes y alcaldesas africanos como ella están trabajando a contra reloj para intentar frenar la propagación del coronavirus de forma seria y competente. Mientras en muchos casos, la carencia en infraestructuras y la enorme desigualdad urbana ahondan sus raíces más allá de sus actuaciones, como una losa del periodo colonial, alcaldías y sociedad civil se complementan para intentar tener impactos positivos a corto plazo. La respuesta de la sociedad civil parece dar resultados pertinentes casi siempre, dado que lo que propone son respuestas y soluciones inmediatas desde los puntos en los que habita. Así, encontramos como fuera de los focos mediáticos copados por Sanko, en distintos barrios de Nairobi, varias organizaciones lideradas por jóvenes están adaptando los barrios más vulnerables a la situación, con ongs como SHOFCO llevando tanques de agua limpia, jabón y comida, así como prestando apoyo emocional a sus habitantes.
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