El bar de copas ya estaba moribundo antes del coronavirus: así llegó la crisis de un símbolo de la noche española
El ocio nocturno es uno de los sectores que más están sufriendo las consecuencias de las medidas, pero algunos de sus locales emblemáticos ya estaban heridos antes de esta pandemia: crisis anteriores y cambios de hábitos sociales desdibujaron unas noches que ya no eran como las de nuestros padres
En los bares de copas se han urdido parejas y tramas corruptas, se han roto amistades y piernas, se ha arreglado el mundo muchas veces y se ha hecho el ridículo. Se han llorado muertes y rupturas. Se han montado empresas, movimientos políticos y familias. Los bares de copas han estado en la vanguardia de la Historia. Pero ahora, junto con discopubs, clubs, discotecas y otros locales de ocio nocturno, parecen apagarse poco a poco. Con ellos se va la memoria etílica y canallita de generaciones. ¿Qué pasa en la noche?
En aproximadamente una década, desde la crisis financiera, han cerrado el 64% de las discotecas. Los bares de copas han pasado de 20.000 a 16.000, según la Federación de Asociaciones de Ocio Nocturno
No es solo la pandemia. Es sabido que un local nocturno, dadas sus características (baile, conversaciones cercanas, gritos, alcohol, drogas, flirteo, exaltación de la amistad), es donde más fácil se puede producir el contagio y a los que más difícil se los están poniendo el virus y el gobierno para recuperar la normalidad. Pero, antes de la irrupción de la Covid-19, ya se estaba operando un cambio en las costumbres, un cambio cultural y generacional.
En aproximadamente una década, desde la crisis financiera, han cerrado el 64% de las discotecas. Los bares de copas han pasado de 20.000 a 16.000, según la Federación de Asociaciones de Ocio Nocturno (España de Noche). Curiosamente, el efecto ha sido asimétrico, concentrándose los supervivientes en las grandes zonas urbanas: también hay una España Vacía de las noches festivas. Esto sin contar los efectos del coronavirus.
“La crisis de 2008 impactó en la juventud, reduciendo su capacidad de consumo y eso provocó un cambio en las prioridades: los adolescentes dejaron de ir a las discotecas, la alternativa fue el botellón, mientras que los jóvenes adultos priorizaron otro tipo de ocio”, explica el antropólogo social Carles Feixa, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y experto en juventud. Las nuevas generaciones son, además, cada vez menos proclives a este tipo de ocio nocturno, mientras que las generaciones que van cogiendo años, si bien quieren alargar su juventud, lo hacen de un modo más compatible con las responsabilidades y el aguante del cuerpo propios de la edad. La población envejece en edad, pero no en su afán de alternar.
La vida, además, se ha digitalizado: “Parte la socialización y la diversión no se lleva a cabo cara a cara, sino a través de la tecnología. Esto también supone un cambio en la temporalidad: la ‘fiebre del sábado noche’ se ha diluido en el resto de la semana”, señala Feixa. En efecto, el ligoteo ya no precisa de un garito oscuro y humeante (hay Tinder, Grindr y similares). El contacto con los amigos se mantiene de manera continua a través de mensajería y redes sociales, y abunda la oferta de entretenimiento en forma de videojuegos y plataformas audiovisuales. “Salir de noche ya no es como ir a misa una vez a la semana a una catedral laica”, añade el antropólogo.
Al fin y al cabo, eso de explorar los últimos confines de la noche (y, según la audacia, de las mañanas siguientes) no es una cosa tan común fuera de España y algún que otro país mediterráneo. La juerga está cambiando de forma… o incluso dejando de ser juerga.
“Se detecta un cierto cansancio respecto al ocio clásico basado en ‘salir de copas’ (heredado de la década de los ochenta), donde los jóvenes son meros consumidores; y una búsqueda de formas más autogestionadas y baratas, donde ellos se sientan protagonistas”
Luis Ruiz Aja, autor de 'Noche y jóvenes'
¿Qué hacen los jóvenes?
“Ahora preferimos ir a un parque con los amigos, tomar allí una cerveza y escuchar algo de música”, dice Maia Robles, de 18 años, “y si vamos a la discoteca es específicamente a bailar”. Fue una de las participantes en un proyecto realizado por la fotógrafa Laura Ortega para el Ayuntamiento de Madrid en el que retrataba a la juventud actual 25 años después del estreno de la película Historias del Kronen, de Montxo Armendáriz, basada en la novela homónima de José Ángel Mañas. En efecto, si los jóvenes retratados en el Kronen eran ratas de bar, las cosas han ido cambiado con el tiempo. En el intermedio buena parte de la juventud se ha dedicado a beber en la calle, debido a la falta de dinero o al recorte de los horarios de los bares. Allí dónde les han dejado, claro.
Pero no solo eso: el ocio basado en noche, alcohol o drogas, va eclipsándose. En 1999 había un 64% de jóvenes que salían todos o casi todos los fines de semana, según estudios de la Fundación Santamaría y el Instituto de la Juventud (Injuve). Ese porcentaje ha caído al 21%. A la inversa, un 23% de los jóvenes no sale nunca o casi nunca, cuando en el cambio de siglo solo era un 3,5%.
“El ocio de los jóvenes es muy diverso y está cambiando”, dice el sociólogo Luis Ruiz Aja, autor del libro Noche y jóvenes (Ned Ediciones) y responsable técnico de Juventud en el Ayuntamiento de Santander. “Se detecta un cierto cansancio respecto al ocio clásico basado en ‘salir de copas’ (heredado de la década de los ochenta), donde los jóvenes son meros consumidores; y una búsqueda de formas más autogestionadas y baratas, donde ellos se sientan protagonistas”.
Entre los ejemplos que pone el sociólogo están el alquiler compartido de locales de ocio (un lugar donde tener una nevera, unos sofás, una consola de videojuegos, música), llamados “lonjas” o “bajeras”, o las fiestas espontáneas en los macroparques de Barcelona o Madrid, “que tuvieron su auge en los primeros años del S. XXI, hasta que fueron prohibidas por el Ayuntamiento, e incluían mercadillo, percusión, capoeira, malabares, etc, sin que el alcohol jugase un papel central”, dice Ruiz Aja. O las “raves sanas (wake-up parties)”, donde el objetivo no es cogerse un colocón sino bailar limpiamente.
¿Qué hacen los adultos?
El concepto de juventud se ha venido alargando y uno ya puede ser joven a cualquier edad. Más que ver con la fecha de nacimiento, tiene que ver con la actitud vital. Si bien eso que llamamos cultura juvenil nació en los años sesenta de la mano de los baby boomers (un gran mercado que se abría) ahora la cultura juvenil cada vez es consumida por un segmento más amplio de población. Véanse como ejemplo los videojuegos o los festivales de música indie. “Hoy la cultura juvenil incluye todas las etapas de la vida, hasta a los mayores que viven un ‘envejecimiento activo’ en el que no se renuncia a los viajes o las nuevas experiencias”, señala Feixa.
Muchos adultos actuales siguen haciendo vida nocturna, aunque no sea de noche: “Surgen otras posibilidades como conciertos matinales, experiencias familiares o el 'tardeo' que se ha ido extendiendo de Albacete, Murcia o Alicante a otras ciudades españolas"
Así que muchos adultos actuales siguen haciendo vida nocturna, aunque no sea de noche. “Surgen otras posibilidades como conciertos matinales, experiencias familiares o el tardeo (salir por la tarde) que se ha ido extendiendo de Albacete, Murcia o Alicante a otras ciudades españolas”, explica Vicente Pizcueta, portavoz de la federación empresarial España de Noche. Pero un momento… si no es de noche, ¿cómo puede ser ocio nocturno? “Eso es una pregunta interesante a la que le damos vueltas”, contesta Pizcueta que, no en vano, tiene estudios de Filosofía: “Digamos que lo que se mantiene es ese espíritu canalla y creativo que tiene la noche. Además, en invierno anochece más pronto”. En los barrios “de salir” de las ciudades cada vez es más raro que un empresario abra un bar de copas: se imponen, para tratar a público más talludito, opciones como la vinoteca, el gastrobar, el restaurante hipster, vaya, la cena, una copita y para casa.
“Los estilos cambian, los espectáculos, lo lúdico, todo muta a una velocidad muy rápida, casi generacional: cada generación busca sus señas de identidad”, dice Pizcueta. “Eso hace que a la legislación le cueste adaptarse a esos cambios”. Defiende que el ocio nocturno es un pilar del turismo, a su vez, pilar de la economía española (el ocio nocturno representa el 1,8% del PIB y da empleo a 200.000 personas, según España de Noche). Las regulaciones, señala, no suelen ser favorables a este tipo de negocios en cuestión como horarios, licencias o la prohibición de fumar. “En lugares como Berlín o Singapur ha entendido mejor lo que puede significar este tipo de ocio”. Así, el ocio de música y copas se va transformando en otra cosa, más basada en espectáculos, gastronomía, etcétera. “Hoy no son formatos tan agitados, ya no es el maratón de la pista de baile, y no es extraño encontrar a gente de sesenta años disfrutando de la noche”, dice el portavoz.
El ciclo vital está cambiando, según señala el Feixa. Antes los jóvenes estudiaban y se divertían, los adultos trabajaban y criaban, y los mayores descansaban. Ahora todos hacemos de todo todo el rato, es una nueva forma de ver la vida. La industria del ocio nocturno (o de espíritu nocturno, vaya) se enfrenta a un cambio cultural acelerado por la pandemia, pero puede que la tarta resultante sea aún más grande, al diversificarse las opciones y los horarios. “Hay muchas empresas que no van a resistir”, concluye Pizcueta, “pero el sector, con sus transformaciones, tiene un gran futuro”. Brindemos por ello, aunque no brindemos muy tarde.
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