Siete superventas de Ámsterdam
Visitas que nadie quiere perderse en la capital holandesa. Y para evitar colas, mejor adquirir las entradas antes de salir de viaje
No abandono mis esperanzas por absurdas e irrealizables que sean. Continúo creyendo en la bondad innata del hombre. No se puede construir sobre la base de la muerte, la miseria y la confusión”. Ana Frank, una adolescente judía, escribió estas reflexiones en su diario entre julio de 1942 y agosto de 1944, en plena ocupación nazi de Holanda. Hoy la casa de la calle Prinsengracht, 267, donde vivió escondida con su familia hasta que un vecino los delató, es uno de los museos más populares de Ámsterdam.
La recreación de los espacios donde Ana se inspiró para escribir su famoso diario supone un viaje en la vida de una niña que tenía 13 años en el momento de esconderse y que dos años después salía con su familia camino del campo de concentración de Bergen-Belsen, donde murió. Al finalizar la guerra, su padre, Otto, el único superviviente, volvió a la casa, donde encontró el diario de Ana. La combinación de frases sencillas y pensamientos profundos provocaron un escalofrío en un mundo que aún se recuperaba del apocalipsis. Su mensaje pervive porque sigue siendo uno de los libros más leídos. El diario de Ana Frankes el eje en torno al cual gira la visita al museo, sin duda el más popular de Ámsterdam. Es habitual que se formen largas colas y que las esperas sean de dos o tres horas. Es recomendable comprar las entradas por Internet con antelación.
El Rijksmuseum
Con unos cincuenta museos, Ámsterdam es un potente destino cultural. Todos disponen de páginas web y, para los principales, es fundamental adquirir las entradas con tiempo para ahorrarse largas esperas. Es el caso del Rijksmuseum, que alberga la colección más importante de pintura del Siglo de Oro holandés. Entre los siete millones de piezas destacan La lechera, de Johannes Vermeer, La ronda de noche, de Rembrandt, o El alegre bebedor, de Frans Hals, junto a obras geniales de Ferdinand Bol, Francisco de Goya o Rubens. Recientemente restaurado por los arquitectos españoles Cruz y Ortiz, el Rijksmuseum luce espectacular en el número 1 de la Jan Luijkenstraat, en pleno corazón de Ámsterdam.
Al otro lado de la plaza, en la calle Paulus Potterstraat, 7, está el Museo Van Gogh, un festín para los devotos del genial pintor. El museo consta de dos modernos edificios que contienen 200 de sus pinturas de todos sus periodos de creación, de Los comedores de patatas a El dormitorio de Arles o el retrato de Camile Roulin. Son un pálido resumen de una muestra apabullante. Memoria indeleble del artista que se suicido a los 37 años después de cambiar la historia del arte.
La casa de Rembrandt
Si no se atreve a pedalear en medio del caos organizado de los cientos de miles de bicicletas que circulan por Ámsterdam, el tranvía es una buena alternativa para moverse. Cruza la ciudad de punta a punta y tiene parada en los sitios más interesantes. Como la Casa Museo de Rembrandt (Jodenbeestraat, 4), donde llegan las líneas 9 y 14. La casa, donde el artista vivió en el siglo XVII, está totalmente restaurada y conserva el aspecto original. Se puede, por ejemplo, visitar la sala donde el pintor creó sus obras maestras.
Visitando a Nemo
Al lado del gran canal, en Oosterdok, 2, se encuentra el Museo de la Ciencia Nemo. El nombre nada tiene que ver con el famoso pez payaso, pero es un espacio muy moderno y divertido. Obra del arquitecto Renzo Piano, se asemeja a la quilla de un gran barco y tiene cinco plantas en las que los niños pueden interactuar y realizar experimentos. Las vistas de la ciudad desde la azotea son espectaculares. Atracado al lado del museo está la réplica del Ámsterdam, el barco de la Compañía de las Indias Orientales que paseó el nombre de la ciudad por los mares del mundo.
El Barrio Rojo
Ubicado en el centro histórico, el Barrio Rojo no es un museo, pero sí el barrio más pintoresco y turístico de la ciudad por los escaparates donde las prostitutas se exhiben. Al anochecer, un hormiguero, la mayoría curiosos, se pasea entre las vitrinas bañadas de rojo incandescente. Muy cerca está Begijnhof, el beaterio donde se recogían mujeres solteras o viudas que ejercían de monjas seglares. Un remanso de paz en medio del bullicio.
La plaza Dam
Andando se llega a la plaza Dam, donde se recorta el edificio del palacio real y el monumento nacional en memoria de las víctimas de la ocupación alemana durante el nazismo. Decenas de restaurantes y, sobre todo, cervecerías ofrecen un respiro al exhausto visitante.
Visita al ‘coffeshop’
Para rematar el viaje, una visita a un coffeshop, populares bares donde aparte de tomar un café se puede comprar legalmente marihuana y fumar un porro. Lo que empezó como una reunión de amigos a finales de los sesenta en Utrecht es hoy un negocio extendido por todo el país. Regulados por ley, los hay de todo tipo y color. Los curiosos son habituales y en muchos casos disponen de wifi gratis. Quizá, con los barcos vivienda atracados en los múltiples canales de la ciudad, sean un último vestigio del Ámsterdam contracultural y libertario, paraíso de la creatividad.
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