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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cada consejería, un Vietnam en la Comunidad Valenciana

El último pulso en el Govern del Botànic ha sido entre Gabriela Bravo y Compromís a cuenta de la vuelta al trabajo presencial de los funcionarios

Amparo Tórtola
La vicepresidenta Mónica Oltra y la consejera de Justicia, Gabriela Bravo, el pasado año.
La vicepresidenta Mónica Oltra y la consejera de Justicia, Gabriela Bravo, el pasado año.Mònica Torres

El periodista catalán Josep María Huertas Clavería tituló sus memorias Cada taula, un Vietnam (La Magrana.1997), y en ellas rememoraba su estancia en la cárcel por investigar y escribir sobre asuntos alejados del gusto del régimen franquista. Solo un ejemplo: investigó las casas de citas supuestamente regentadas por viudas de militares. La teoría Huertas es sencilla y accesible: cada mesa de un periodista debe ser una trinchera frente al poder. Años después, el también periodista Enric González -articulista y corresponsal de EL PAÍS en Argentina- dirigió la edición de un ensayo sobre el periodismo y coordinó las reflexiones de más de una veintena de profesionales en torno al ejercicio de este oficio. Su título-homenaje a Huertas: Cada mesa, un Vietnam (Jot Down Books. 2017). En esencia, la misma idea: el periodismo como trinchera desde la que defender el derecho a la información.

No voy a escribir sobre periodismo, pero sí de la metáfora de Vietnam y la trinchera, pues en eso ha devenido el Gobierno valenciano tripartito, la administración del mestizaje político, la fórmula valenciana de gobierno que se puso como ejemplo de gobernanza en coalición la pasada legislatura. Cada Consejería, un Vietnam; cada mesa, una trinchera.

El último ejemplo de esta guerra de guerrillas en la que se desenvuelven con afán los miembros del Ejecutivo valenciano y sus altos cargos ha sido el pulso entre la consejera de Justicia, Interior y Administración Pública, Gabriela Bravo, y los titulares de otros departamentos -adscritos a Compromís, especialmentea cuenta de la orden de la primera sobre el abandono del teletrabajo y la reincorporación al puesto presencial de todos los funcionarios de la Generalitat valenciana. Que si Bravo no avisó a tiempo; que si sí que lo hizo, pero algunos subsecretarios se durmieron en los laureles; que si intervienen algunos comités de seguridad y salud para insistir en que mejor seguir con el teletrabajo; que, si la salud no está garantizada para los servidores públicos, es porque los responsables de cada Consejería no han sido diligentes en la adaptación de los respectivos planes de contingencia con motivo de la desescalada. Un pandemónium justo cuando los administrados -el conjunto de los ciudadanos- más requerimos que se nos transmita sensación de eficacia y rigor desde el otro lado de la barrera.

Las desavenencias entre los socios del Consell vienen de lejos y conforman un florido catálogo de desencuentros con origen en las más variadas materias. El adelanto electoral decidido por Ximo Puig para hacer coincidir los comicios autonómicos con las elecciones generales no fue del agrado de Compromís y la decisión marcó un punto de inflexión en las relaciones entre los principales dirigentes del PSPV-PSOE y la coalición nacionalista. La nueva legislatura empezó torcida y el mestizaje de las consejerías -convivencia de altos cargos de diferentes opciones políticas en un mismo departamento- ha resultado fallido, con excepciones, a decir de los propios protagonistas. Los diferentes niveles funcionan como compartimentos estancos, con falta de comunicación y ninguna fluidez en las relaciones interpersonales. Lo dicho: cada mesa, un Vietnam. Los medios de comunicación ejercen el papel de correos del zar para que los políticos diriman sus diferencias no cara a cara, la opción más saludable, sino a través de mensajes en forma de titulares periodísticos. No parece que los seminarios del Consell -convivencias de fin de semana hayan limado las desavenencias internas. Del mismo modo que los ejercicios espirituales escolares no sorteaban las trifulcas entre compañeros de pupitre y clase.

La pregunta es si en este contexto el Gobierno del Botánico II aguantará hasta el final de la legislatura o implosionará. Aguantará, creemos. PSPV-PSOE, Compromís y Unidas Podemos saben que no hay alternativa, aunque sus dirigentes analizan con fruición los análisis demoscópicos para desentrañar la fluctuación de las tendencias de voto y las potenciales transferencias de ídem dentro del bloque de la izquierda valenciana: en Compromís y Unidas Podemos inquieta que el fortalecimiento de los socialistas y una remontada electoral de Ciudadanos (C’s), merced a su nueva etapa como partido bisagra moderado, propicie en un futuro una minoría mayoritaria susceptible de alumbrar un Consell presidido por Puig y con Toni Cantó de vicepresidente.

Salvo adelanto imprevisto, faltan más de dos años para los próximos comicios autonómicos. El tiempo que resta hasta entonces no va a ser sencillo de gestionar porque las estrecheces económicas derivadas de la infrafinanciación y de la crisis pandémica agudizarán las tensiones preexistentes. El compromiso anunciado por Pedro Sánchez esta misma semana de presentar en noviembre el “esqueleto” de un nuevo modelo de financiación autonómica ha generado más escepticismo que ilusión en la clase política valenciana.

Los fondos europeos para la reconstrucción tras la pandemia, pendientes de aprobación, pueden ser balsámicos y ayudar a aligerar la agresividad reinante entre los socios del Consell. Pregunta básica: entre pulla y pulla, entre desencuentro y desencuentro, ¿hay alguien ahí que esté preparando proyectos para la Comunidad Valenciana que el Gobierno de España pueda defender ante Bruselas?

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