Falta de sal, falta de oxígeno y falta de escrúpulos en el mar Menor
La albufera de agua salada de Murcia sigue enferma y esperando las consecuencias de la próxima gota fría
La mañana es gris y el mar Menor, inmóvil, apenas brilla. Desde hace años sufre estertores casi agónicos por falta de sal, falta de oxígeno y falta de escrúpulos. En agosto pasado se produjo la enésima convulsión: más de 15 toneladas de peces y algas murieron de un día para otro y quedaron flotando en la superficie. La agricultura y la ganadería intensivas, el frenético desarrollo urbanístico y el cambio climático están acabando con un prodigio de la naturaleza. El gobierno murciano admite que la situación es crítica y que el mar Menor sobrevive “en tiempo de descuento”.
El culpable del desastre es lo que solíamos llamar progreso. Empezó con el trasvase del Tajo al Segura, una obra hidráulica ideada durante la República, iniciada en el franquismo y completada bajo la actual Constitución: el campo de Cartagena, una de las comarcas menos lluviosas de España, abandonó los tradicionales cultivos de secano y se volcó en el regadío para convertirse en “la huerta de Europa”. Siguió con el turismo y la construcción. La región hizo fortuna. Pero la mayor laguna salada del continente no pudo soportar tanto éxito.
“Todo es compatible si invertimos en infraestructuras”, afirma Antonio Luengo. Este hombre, ingeniero y empresario agrícola, sabe de compatibilidades, porque en el gobierno murciano es consejero de Agua, Agricultura, Ganadería, Pesca y Medio Ambiente: maneja casi todos los factores que intervienen en la crisis. Luengo dice que la agricultura y la ganadería están transformándose y haciéndose más limpias.
Puede ser. Pero la Rambla del Albujón, al sur de la localidad de Los Alcázares, no deja de verter millones de litros de agua dulce (más o menos limpia, según las circunstancias) a un pequeño mar salado con una extensión de 170 kilómetros cuadrados (el lago Leman, en Suiza, es tres veces más grande) y muy poca profundidad. La Rambla del Albujón es el desagüe de la huerta. Incluso controlando los vertidos, la capa freática está tan alta que desborda. Y cuando llueve, el agua arrastra hacia el mar Menor toneladas de fertilizantes agrícolas que matan la flora y la fauna.
La lista de las enfermedades del mar Menor es casi interminable. Plantas desalinizadoras sin ningún control, ayuntamientos que cuando llueve demasiado vierten sus residuos en la laguna, regadíos clandestinos… En resumen, sobreexplotación.
Acercarse al mar Menor desde lo que los pescadores locales llaman el mar Mayor, el Mediterráneo, resulta sobrecogedor: la manga, la estrecha (menos de un kilómetro) franja de tierra que separa un mar de otro, parece una muralla de rascacielos conectada sin interrupción con otras murallas (Benidorm, Santa Pola, Torrevieja) que ofrecen la cara más agobiante del litoral español. Pero es aún más impresionante acercarse desde el interior y atravesar kilómetros y kilómetros de huertas, invernaderos, factorías y almacenes. Esa franja verde llega prácticamente a la laguna.
“En verano casi se puede recoger melones sin sacar los pies del agua”, dice Encarnación Vergara, más conocida como Nani, presidenta de la Asociación de Vecinos de Los Nietos. Nani lleva medio siglo bañándose en el mar Menor. “Antes salías con la piel crujiente de tanta sal; ahora casi no hace falta ducharse, es agua dulce”, comenta. Los Nietos y la localidad vecina, Los Urrutia, solían tener las playas más hermosas de la zona. Ahora hay barro, cieno y una arena que es en realidad piedra molida de las canteras almerienses y que, con la humedad, forma una pasta parecida al cemento. “Una desgracia”, suspira Nani.
A la lista de enfermedades antes citada cabe añadir otra: los conflictos entre administraciones. La tutela del mar Menor corresponde al gobierno regional, según confirmó en 2021 el Tribunal Constitucional al respaldar la ley murciana de “recuperación y protección” de la laguna frente a un recurso de Vox. Pero la gestión de la cuenca hidrográfica, de donde surgen gran parte de los males, compete al gobierno central. En Murcia reclaman que se interrumpan completamente vertidos como el de la Rambla del Albujón. En Madrid dicen que no es posible. Y las acusaciones van y vienen.
La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, viajó el viernes a la zona y anunció más presupuesto para salvar el mar Menor (de 382 millones se pasa a 484), mejoras en las infraestructuras de drenaje y máxima vigilancia sobre los agricultores desaprensivos. El presidente de Murcia, Fernando López Miras, anunció a su vez la creación de un Comité de Seguimiento como el establecido para vigilar la evolución de la pandemia, con la misión de pulsar día a día la salud de la laguna.
Escepticismo y anoxia
La gente, en general, se muestra escéptica. “Aquí manda el PP, en Madrid manda el PSOE y claro, no se entienden”, argumenta un pensionista en una terracita de Los Alcázares. “Pues cuando en Madrid mandaba el PP tampoco iban mejor las cosas”, replica otro. “Da igual, en cuanto vuelva la DANA todo se va otra vez al carajo”, concluye el primero.
La DANA, siglas que corresponden a algo tan técnico como Depresión Aislada en Niveles Altos, aparece en cualquier conversación. Lo que en otros lugares suele llamarse “gota fría”, es decir, las lluvias torrenciales cada vez más frecuentes en la costa mediterránea, aquí no acepta expresiones coloquiales. Quizá porque hace más daño que en ningún otro sitio. La inundación arrastra fertilizantes a la laguna, prolifera el microplancton, el agua se vuelve verde y espesa, la luz solar no llega a las algas del fondo, se interrumpe el proceso de fotosíntesis, desaparece el oxígeno y todo muere. Como en el verano pasado y en varias ocasiones anteriores. A esto se le llama anoxia, otra palabra común en la costa murciana y poco habitual en el resto de España.
¿Realmente es posible recuperar el mar Menor? Tanto el gobierno central como el regional aseguran que sí, a largo plazo. El consejero murciano Antonio Luengo, que nació a orillas de la laguna y antes de consejero polivalente fue director general del Mar Menor, hace algunas precisiones sobre el futuro. “Tenemos que decidir cuál es el objetivo. ¿Volver al mar Menor de hace 50 años? Por entonces no había arena y para llegar desde el balneario hasta el agua había que atravesar un barrizal. Creo que lo esencial es conseguir un equilibrio razonable que restaure el ecosistema, permita la explotación agraria y mantenga el sector turístico”.
Ese futuro, posible o no, aún está lejos. De momento el mar Menor permanece muy enfermo, expuesto a la próxima DANA y con la práctica seguridad de sufrir nuevos episodios de anoxia.
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