Sánchez lleva a Feijóo al rincón de la ambigüedad
El presidente del Gobierno amplía su mensaje de las clases medias “a la inmensa mayoría”
Esta vez no iba a dar pie a que le llamaran arrogante y déspota. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha hecho un infinito ejercicio de contención para no responder de la manera que lo hizo el mes pasado al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóó. Las tornas se cambiaron. El líder popular no abandonó el tono fuerte, altísimo, a la ofensiva, ni un solo minuto.
Ninguno de los dos se saltó su guion. Pedro Sánchez quiso llevar a Feijóo al rincón de la ambigüedad por el método dialéctico y convencional de las preguntas sin respuesta. Qué hubiera dejado de hacer Feijóo de todo lo que llevó a cabo el Gobierno de coalición durante la pandemia. A la vista de las encuestas, al margen de la intención de voto, un porcentaje de ciudadanos superior al 80% aprueba las medidas que ahora se están adoptando para paliar las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania. Otro tanto ocurre con el despliegue de acciones para atajar desesperadamente los estragos de la covid. Eso sí, el reconocimiento de lo hecho durante la pandemia lo tienen las comunidades autónomas. De la pandemia a la guerra de Ucrania. Sánchez establece un hilo conductor entre ambas catástrofes.
El Gobierno, entonces y ahora, en mancomunidad con la Unión Europea, hará todo lo posible para levantar diques que protejan ”a la inmensa mayoría”. Sánchez amplía cada vez más el concepto de “clase media y trabajadora”. Es toda la sociedad española, salvo un ínfimo 0,2 % de ricos, muy ricos.
El altavoz del Senado lo aprovechó Pedro Sánchez para recalcar que solo pretende amortiguar los efectos demoledores para la inmensa mayoría. Las cosas no están bien, reconoció con reiteración, a sabiendas de que cualquier atisbo de triunfalismo no tiene cabida en España desde 2020, cuando la pandemia detuvo al país.
Son tiempos de cogobernanza en la España autonómica. Este fue otro de los argumentos en los que Sánchez se recreó. Todo lo contrario a la carrera de los presidentes autonómicos por anunciar rebajas de impuestos. Su intención era pedir a todos corresponsabilidad fiscal. ¿Quién se atreve a oponerse a crear impuestos, con carácter temporal, a empresas energéticas y al sector financiero solo en sus beneficios extraordinarios? ¿Y a las grandes fortunas? Nadie o casi nadie. El jefe de Gobierno no esquiva el debate fiscal a sabiendas de que a la inmensa mayoría de la sociedad le parece adecuado ese recargo. La manera de alejarse de los sambenitos de radical, alejado de la socialdemocracia, es ponernos ejemplos de recargos similares en países europeos. Impuestos y Estado del bienestar potente. Esta ecuación la despejan con solvencia los países escandinavos. Y ese es el modelo al que aspira Sánchez.
¿Cuál es el de Feijóo? O, mejor, ¿qué opina sobre esas subidas concretas de impuestos a las energéticas, al sector bancario y a aquellos que sobrepasan los 300.000 euros anuales? No hay respuesta. No consiguió el presidente sacar a Feijóo de su carril. Probablemente no lo pretendía. Tampoco él se salió del suyo. Su discurso de esfuerzo para proteger, junto al de tratar de emprender las siempre aplazadas reformas pendientes. Un tono altisonante hubiera podido poner en peligro el inminente acuerdo con el PP sobre la renovación del Consejo del Poder Judicial y, además, parece haber tenido en cuenta que un exceso de agresividad con Feijóo le perjudica. Sin subir el tono sí espetó al líder popular que dejara de negar el amor suyo y de los socialistas por España. Malos españoles, el mismo reproche que cuando gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero, recordó.
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