Babi, la última víctima de un reincidente
El homicida confeso de la mujer desaparecida en Jerez alardeaba de haber cometido un crimen anterior, mientras acosaba a otra de sus vecinas con cartas de amor
La última de las tres cartas de acoso que Miguel M. M. escribió a su vecina de la calle Milagrosa de Jerez de la Frontera (212.730 habitantes, Cádiz) ya no era tan paciente como las anteriores. Tras presentarse primero, pedirle abrazos, declararle su amor e incluso regalarle unas bragas y ver que la mujer, asustada, optaba por no prestarle atención, el hombre de 78 años le escribió una última misiva. “Llevo tiempo preguntándome en qué te he ofendido”, decía ese texto al que ha tenido acceso EL PAÍS. El pasado domingo un escalofrío recorrió a la jerezana cuando vio el precinto policial en la casa de su vecino. No dudaba de que Miguel, el mismo que hace cuatro años llegó al barrio jactándose de haber estado en prisión por matar a una persona, era capaz de hacer algo terrible. Resultó que el anciano había matado y descuartizado en esa misma vivienda a una mujer, cuyos restos arrojó a un pozo. La policía espera los resultados de las pruebas de ADN para confirmar que la víctima es Buran F., de 64 años, desaparecida apenas un mes y medio atrás.
Miguel confesó su crimen este lunes a los agentes de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) Central y de Jerez “con frialdad, sin arrepentimiento”, según fuentes cercanas a la investigación. La misma actitud que mostró en la recreación de los hechos, realizada durante la noche de ese día para que la oscuridad dejase al luminol marcar en intenso azul los rastros de sangre que quedaban en la terraza de la primera planta de la vivienda. En aquel soberado del que asoman dos grandes plataneras desde la calle, el anciano golpeó en la cabeza a la mujer, con la que mantenía relaciones esporádicas, “por un arrebato” —según defiende su abogado defensor, que no quiere dar su nombre—, después de que él se molestase porque ella “no paraba de fumar y beber”. Tras noquearla, siempre según su relato, la remató con un hacha, la desmembró y tiró los restos del cuerpo, envueltos en plástico, en un pozo en la zona norte de Jerez.
Todo aquello ocurrió el 6 de julio, momento en el que se pierde la pista de Babi, como la conocían sus amigos, en las inmediaciones del albergue municipal, donde llevaba viviendo desde la primavera. Buran, originaria de Irán, aunque con asilo en España por motivos políticos desde hace más de tres décadas, acabó en ese albergue después de una tormentosa ruptura con su pareja, un vecino octogenario con el que residía desde hacía años en la barriada rural de Mesas de Asta, según fuentes de la investigación. La mujer manifestó a su entorno haber conocido a Miguel M. a mediados de junio y afirmó que “no se fiaba” del todo de él, según apunta una persona que la conocía. Babi buscaba un lugar en el que empadronarse, según apunta la misma persona, para poder realizar unos trámites, aunque aquello no cuajó y terminó por fijar su residencia en el albergue, en el que el Ayuntamiento asegura tener constancia de sus estancias temporales.
Sin embargo, la policía sospecha que la relación esporádica con Miguel M. continuó. La hermana de la víctima, residente en un pueblo de Toledo, denunció la desaparición días después de que se le perdiera el rastro. “Nada más hacer las primeras indagaciones, supimos que tenía mala pinta”, apunta una fuente cercana al caso. Resultó que la última señal del móvil de la mujer estaba en la casa de Miguel M., así que los agentes decidieron “redoblar la presión sobre él”. Fueron semanas de seguimientos —el hombre viajó a su Almería natal, incluso— e interrogatorios al sospechoso y su entorno para que diese un paso en falso. Una noche, el anciano cogió la paquetera Seat Inca blanca que este martes seguía aparcada cerca de su casa y acudió al pozo en la trasera del Cortijo de Ducha en el que había arrojado el cadáver, seguramente para cerciorarse de que seguía ahí. Fue la pista que faltaba para detenerlo.
Al fondo de la profunda oquedad seca, los policías encontraron los trozos del cadáver ocultos con piedras. El estado de los restos, desde el domingo trasladados al Instituto de Medicina Legal de Cádiz, ha obligado a realizar una prueba de ADN que confirme la identidad de la víctima. Sin embargo, el paso ya es solo un formalismo necesario para unos agentes que, además de la confesión del sospechoso y las diversas pruebas, tienen “efectos personales” que dejan poco margen al error, según fuentes policiales. “Es un caso de manual. Ha sido una investigación laboriosa, pero muy clara”, añaden.
Antecedentes
Miguel M. había llegado a la barriada de Picadueña Baja años atrás, alardeando de haber pasado 15 años en prisión por haber matado a un hombre en el pueblo de Almería en el que nació. No iba de farol: el crimen ocurrió en un bar de esa localidad una noche de mayo de 1997, cuando Miguel M. asestó de forma “sorpresiva y súbita” varias puñaladas mortales a un conocido, según recoge la sentencia de apelación penal 17/99 de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. El suceso ocurrió cuando Miguel estaba en trámites de divorcio de su mujer, a la que según fuentes policiales maltrató, y acarreó a la madre de tres hijos tener que hacer frente a la indemnización de 180.000 euros a los familiares de la víctima.
Con esa carta de visita, Miguel transcurrió su existencia de más de cuatro años en Jerez sin apenas tener trato con sus vecinos de barrio. “Siempre salía temprano en la furgoneta, cargado de garrafas de agua para dedicarse a un campito que tenía por ahí y volvía por la tarde o por la noche”, explica el residente Adolfo Sánchez. Pero los escasos ratos que echaba en el número 6 de la calle Milagrosa también le daban para acosar a sus vecinas con continuas cartas. “Ahora me he enterado que fuimos tres las que recibíamos las cartas. Yo decidí hacer como si nada porque me daba miedo que se pusiese peor conmigo, pero me daba mucho miedo. Intentaba no coincidir con él y le mandé las cartas a un amigo policía por si alguna vez me pasaba algo”, cuenta una de las vecinas acosadas, mostrando las misivas.
La noche de este pasado lunes, la jerezana vio a Miguel por última vez desde su ventana. Fue ya con los grilletes puestos, durante la recreación policial del crimen. “Lo único que quiere es volver pronto a prisión”, resume su abogado. Allí acabará previsiblemente este miércoles, tras pasar a disposición judicial. Solo entonces su vecina volverá a respirar aliviada tras descubrir que ese hombre que decía amarla y que le escribía que “el mejor hermano es el vecino más cercano” era un homicida.
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