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La tormenta racista escampa en Villaquilambre

La creación de un centro de refugiados africanos en la provincia de León desató una ola xenófoba, ahora contenida, entre bulos y acusaciones infundadas

Un grupo de jóvenes migrantes camina por las calles de Villaquilambre.
Un grupo de jóvenes migrantes camina por las calles de Villaquilambre.Emilio Fraile
Juan Navarro

La gente los mira porque son negros. Tres chavales pasean junto a la carretera que conecta Villaobispo con Villaquilambre (León, 18.700 habitantes). Visten con sudaderas coloridas, pantalones cómodos y llevan chanclas. Ríen. Escuchan música. Nada raro a su edad. Los viandantes giran el cuello y los conductores desvían la mirada de la carretera ante el caminar tranquilo de los tres africanos, instalados desde hace unas semanas en el Chalé del Pozo, complejo hotelero abandonado y reconvertido en centro de refugiados para 180 refugiados ante la saturación de la acogida en Canarias. Los jóvenes chapurrean castellano y sonríen ajenos al torbellino racista de la localidad cuando trascendió su llegada. El WhatsApp hirvió con bulos; el discurso político se encendió y brotó una crispación desmantelada cuando la población vio que los inmigrantes no mordían: pasan el día jugando al fútbol, dando vueltas a pie o haciendo talleres en su hotel. Los empresarios cercanos han preguntado por ellos: necesitan mano de obra en una provincia sin población joven y desinteresada en trabajos de baja cualificación.

Las nubes amenazadoras descargan sobre el pueblo. Tres de los forasteros, empapados, se refugian bajo un árbol y agradecen con una sonrisa el ofrecimiento de acercarlos en coche a su nueva casa. El trío procede de Mauritania, llegó al archipiélago canario en patera y lleva siete meses en España, en Mérida antes de su traslado a León, y hablan un potable castellano para lamentar la climatología: cancelado el partidillo de fútbol en el aparcamiento del hotel. Tras el recelo inicial, tertulia. El porche se convierte en foro entre los inquilinos, narrando experiencias entremezclando inglés, francés y castellano y recordando los días de hambre, sed y miedo cruzando el océano. Saben que así han muerto muchos como ellos. Unanimidad al preguntar con quién van en el partido de la Eurocopa de esa noche entre España y Francia: “¡Con España, me gusta mucho!”. La fundación San Juan de Dios se ha hecho cargo y varias trabajadoras destacan el comportamiento impecable: aprenden el idioma, ven películas, hacen deporte y se retan a dar toques al balón. Suleman Kalé, de 20 años, exhibe maña y expresa su sueño de ser futbolista; otros anhelan trabajar de cocineros. “Son buenas”, afirman sobre la plantilla del San Juan de Dios. Ibrahim, de Gambia, enseña un vídeo rapeando afrobeat en su centro de atención anterior, en Alcalá de Henares: “Bien, no problema. Gracias. Poco a poco”. La convivencia fluye aunque en estas semanas de convivencia ha surgido alguna escaramuza: una discusión en el centro se saldó con un interno detenido por “amenazas con arma blanca” y otro fue investigado por presuntas lesiones.

La solidaridad popular, trayendo abrigo contra el relente leonés, contrasta con la furia de redes sociales, grupos de mensajería o incluso en un Pleno municipal. El alcalde de Villaquilambre, Jorge Pérez (PSOE), ilustra en su despacho el estupor ante “burradas racistas, xenofobia y bulos” vertidos aquellos días de finales de junio. Un Pleno, exigido por la oposición, acabó con desalojo policial entre insultos. “Un concejal del PP preguntó si íbamos a dejarlos sueltos, ¡como si fuesen perros! ¡Del PP!”, se asombra el alcalde, a quien le gritaron “¡Eres más dictador que Franco!” al ordenar el desalojo ante la tensión. El regidor pide que el ministerio de Migraciones avise con más margen para dar tiempo a preparar el terreno, aunque sospecha que algunos grupos boicotearían los repartos.

Jorge Pérez, alcalde de Villaquilambre.
Jorge Pérez, alcalde de Villaquilambre.Emilio Fraile

Pérez ha sufrido el manual de la desinformación: vecinos “con incertidumbre” propagando los bulos de “agitadores”, grupos de WhatsApp sin nadie de Villaquilambre pero cargados de patrañas racistas y medios de comunicación replicando esas falsedades. El entonces vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo (Vox), azuzó a las hordas virtuales. Así cuajó un relato desmantelado al comprobar que no hay problemas. También circuló un rumor de que esos refugiados habían agredido sexualmente a una menor… antes incluso de que aparecieran, pero hubo quien se lo creyó o quien no se esforzó demasiado por contrastar. El alcalde celebra el interés de empresarios de agricultura, cárnicas o construcción: León es la provincia con menor tasa de actividad de España, según el INE, y la juventud que evita el éxodo no quiere trabajos de escasa cualificación.

Rubén Peña, de 47 años, despeja la pregunta sobre la acogida: “¡Que estén! Están tranquilos, no pasa nada. Había miedo porque las redes decían que venían a delinquir, pero ya ves”, aprecia el leonés, quien desliza otro argumento: “No hubiera pasado nada si hubiesen venido a esta zona, pero por donde el hotel hay casas de un millón de euros y… ya sabes”. En los bares se oyó de todo, explica una camarera que declina identificarse por si la parroquia se enfada: “No estamos acostumbrados a ver negros, esto no es Madrid. Tienen derecho a estar bien atendidos. Algún cliente decía que guardáramos la terraza porque la robarían”. Por la terraza desgilan José Julio Santirso, de 69 años, y a Nerea Santirso y Elisabeth Ferreiro, de 18 y 19. El hombre los ve “a lo suyo, dando paseos, no dan guerra” y las chicas desinflan esa supuesta amenaza: “Van a su bola sin meterse con nadie, alguno decía que las calles no eran seguras”.

Suleman Kalé y otros jóvenes juegan con un balón en la puerta del centro de acogida.
Suleman Kalé y otros jóvenes juegan con un balón en la puerta del centro de acogida.Emilio Fraile

El episodio ha permitido saber qué parte de la población se muestra más permeable a absorber, y difundir, el odio. Ana Blanco y Eduardo Vázquez, de 46 años, se escandalizaron con mensajes “exacerbados” y, aunque entienden el “miedo” hacia lo desconocido, “hubo quien aprovechó para emitir prejuicios y conductas racistas”. Al matrimonio no le asombra que políticos de extrema derecha actúen así, pero sí que lo hagan “personas que conoces más de cerca”. La cuestión supuso también un desafío para los padres. Las verjas del colegio de Villaquilambre no sirvieron para proteger a los niños del racismo. Los comentarios venenosos penetraron a base de escucharlos en casa y vomitarlos en el patio. Blanco y Vázquez tuvieron que afrontarlo desde la franqueza con sus hijas, Luna y Elia, de 13 y 11 años. La más pequeña se refugia bajo el dintel del portal y la mayor, primero tímida, relata con un hilillo de voz lo vivido. Barbaridades y acusaciones infundadas traducidas en que sus amigas temían pasar por un parque donde estaban sentados varios refugiados. Se atrevieron y no pasó nada. Su madre, orgullosa, lo sintió así: “No puedo educar a los hijos de los demás, pero puedo educar a la mía en que nos pregunte. Tienes que explicarles que no podemos emitir esos prejuicios, que no pasa nada. Lo primero que les dicen es que pasarán cosas horrorosas. Hay que trabajar el respeto, la convivencia y la precaución cuando haya cosas, pero no porque alguien venga de otro país. Siempre les dices en qué tienen que estar prevenidas y en que no, en qué situaciones pueden entrar y en cuáles no”.

Luna confiesa lo que proclamaban sus amigos.

-Que eran delincuentes, que venían de Canarias porque habían destrozado Canarias y que habían matado gente. Yo estaba pensando si fueran delincuentes de verdad no les dejarían salir.

Hotel El Chalet del Pozo, que sirve como centro de acogida de migrantes.
Hotel El Chalet del Pozo, que sirve como centro de acogida de migrantes.Emilio Fraile

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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