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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La independencia no es una estrategia

¿Hay estrategias que no sean humo y delirios? Ante todo, está la recuperación de la salud y de la economía de los ciudadanos. A la vez, naturalmente, los indultos y la mesa de diálogo

Independencia Cataluña
Quim Torra y Pere Aragonés, entre otros, aplauden la intervención por videoconferencia de Carles Puigdemont.Andreu Dalmau
Lluís Bassets

El genio del país es inagotable. Con humo se han hecho construcciones imaginarias. De la nada hay quien ha sacado petróleo. Todo se ha probado y se ha hecho todo el ruido posible. Hemos invocado y sacado a pasear la musa de la historia, grávida del futuro de Cataluña, pero al final no ha parido ni un humilde ratón, menos todavía que aquel célebre parto de los montes. Se diría que Cataluña se ha convertido estos años en una especie de Quijote —¡cruel paradoja, un hidalgo castellano!— que creía ver gigantes y ejércitos enemigos en todas partes y salía siempre apaleado y escarmentado, aunque nunca desengañado respecto a sus ideales, enamorado de su dama como los catalanes soberanistas de la independencia.

Ahora ya lo saben incluso los creyentes de la fe del carbonero aunque hagan como si no lo supieran. No habrá independencia. Era una quimera. Los caminos que se habían dibujado en las pizarras del voluntarismo procesista eran imaginarios. La última excusa para explicar la derrota es la denuncia de la cruel represión del Estado enemigo. Pero en los tiempos de George Floyd, de Navalny, del genocidio uigur o de la represión desatada en Hong Kong y en Myanmar, estos sufrimientos y estos presos difícilmente sirven para construir un caso internacional contra la dictadura española. Después de los indultos y del diálogo político, el tiempo y una caña, muy poco quedará de todo esto en la memoria del mundo. Una pequeña y tartarinesca historia local, en definitiva.

No hay estrategia alguna que lleve a la independencia. Las que hubo fracasaron y nada las ha sustituido. Solo queda la estrategia del ‘pollo’ que Puigdemont prometió para España, propiamente más jurídica que política, organizada por Gonzalo Boye para sacar el máximo partido de los errores y las grietas del sistema judicial español y de su legalidad constitucional. No la tiene Esquerra. De hecho, nadie la tiene. Una vez fracasado el intento de 2017, en condiciones objetivas probablemente difíciles de repetir, hay que decir claramente que la independencia sólo es un deseo, un sentimiento, un sueño, y que cuando gente políticamente tan despierta como Jordi Cuixart dice que lo volverá a hacer, está diciendo sencillamente que nunca dejará de desearla, ni dejará de sentirse independentista, ni se permitirá soñar en nada más que no sea la independencia, como Alonso Quijano hacía con su Dulcinea. Y hará bien: no se debe renunciar a los sueños.

De lo que siempre se ha tratado era de conseguir la difícil alquimia que convierte los deseos, sentimientos y sueños que habían estallado popularmente a partir de 2012 en resultados electoralmente tangibles, en poder real dentro del mundo real. También en esto el cálculo era malo. Una apuesta tan alta se ha traducido en una derrota sin remedio. Del esfuerzo independentista no ha salido ni una mejor financiación, ni un incremento del poder económico y político de Barcelona y de Cataluña dentro del paisaje español y europeo, ni una mutación constitucional que hiciera avanzar el autogobierno en dirección federal o en la todavía más improbable dirección confederal. Nada. La fuerza interior de Cataluña también ha disminuido. Dividida en frente de la independencia, ahora ofrece menos impulso y energías para negociar una sencilla mejora de la autonomía.

Se entiende pues la demanda de estrategia, expresada con tanta verbosidad como sea necesario por el invento del Espacio de Coordinación, Consenso y Dirección Estratégica Colegiada, el artefacto imaginado por Pere Aragonès y Jordi Sànchez como paliativo al desacuerdo sobre el papel del Consejo de la República. Su creación permite entender que tenía razón aquel mosso sancionado por haber dicho que la república no existía. En lugar de Consejo tenemos pues un Espacio, construcción verbal mucho más modesta y confusa. Y en lugar de República, tenemos tres tareas algo imprecisas como son la coordinación, el consenso y la dirección, de las que se ocuparán las tres fuerzas independentistas y las dos entidades implicadas en el proceso: si las reuniones no fueran discretas y no quedaran “fuera del foco mediático” tal como se propone en el acuerdo de gobierno, el espectáculo quedaba garantizado.

Entre las tres tareas destaca la dirección. La coordinación y el consenso son unos conceptos tan nebulosos que permiten dar por buena una cosa y la contraria. La dirección es de otra envergadura, y sobre todo si es estratégica y además colegiada, un adjetivo que tiene como principales destinatarios a los dirigentes, para mirar que ninguno de ellos, ni Puigdemont ni Aragonés, tengan la última palabra. Pero la piedra de toque es el adjetivo ‘estratégico’, dado que esta dirección podrá dirigir muchas cosas, periódicos y televisiones incluso, que de eso sí que hay experiencia, pero no puede dirigir una estrategia que no existe ni existirá.

¿Hay estrategias que no sean humo y delirios? Ante todo, está la recuperación de la salud y de la economía de los ciudadanos, es decir, vacunar a todo el mundo e invertir correctamente los fondos de recuperación europeos. A la vez, naturalmente, los indultos y la mesa de diálogo. Sin los pies forzados imposibles de la amnistía y la autodeterminación, pero con el objetivo de obtener con las reformas que se propugnen el máximo nivel de autogobierno posible, la máxima participación en la vida política española y europea, quizás la bicapitalidad barcelonesa e incluso el reconocimiento constitucional de la lengua catalana.

Todo ello, al final, no es una estrategia para la independencia, pero podría conducir a una estrategia mejor que la independencia. O como mínimo, más tangible y práctica que los sentimientos, los deseos y los sueños y sobre todo que aquel misterioso ‘embate democrático’ que nos prometen para el caso harto probable de que todo falle.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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