Woody Allen: “La infidelidad solo es buena en la ficción”
El cineasta presenta en Barcelona su última película ‘Golpe de suerte’ y actúa con su banda en el Festival de Jazz de la ciudad
Woody Allen por partida doble en Barcelona: el cineasta ha presentado en la ciudad su nueva película, Golpe de suerte, asistiendo el domingo al preestreno en el cine Aribau, y hoy ofrece el primero de dos conciertos con su banda (el segundo mañana martes) como arranque del 55º Voll Damm Festival de Jazz de Barcelona en el Teatre Tívoli. Golpe de suerte es un filme sobre el azar en la vida, con parte de comedia romántica, de comedia negra y de thriller, y centrado en una infidelidad, la de la protagonista Fanny, casada con Jean, un hombre rico de fortuna turbia, que se encuentra por casualidad en la calle a un excompañero del instituto, Alain. La existencia bohemia de él la cautiva y empiezan una relación que desata una imprevista serie de situaciones hasta un final digno de la bola que se pasea por el borde de la red en Match point, filme con el que guarda relación Golpe de suerte. “La infidelidad solo es buena en la ficción, en la vida real no: siempre causa muchos problemas”, responde el cineasta al preguntarle sobre ese tema de la película. “En la literatura, en el teatro y en el cine, la infidelidad es uno de los grandes temas, de los más emocionantes e interesantes, pero en la realidad siempre es horrible y causa dolor”.
El cineasta, que ha dejado abierta la puerta a rodar otra película, que sería la 51ª, ha recibido a la prensa esta mañana en el hotel Me, en el que se aloja justo enfrente del Tívoli. Se ha mostrado amable y comunicativo, y encantado de volver a Barcelona, una ciudad por la que siente especial cariño (“una de las mejores ciudades del mundo”, a la que volverá “siempre que me quieran”). Aunque antes de comenzar las entrevistas se ha advertido que no contestaría preguntas sobre su vida personal o el Me Too. Vestido con pantalón de cintura alta y camisa, obviamente mayor a sus 87 años, pero con la misma expresión de perplejidad que tanto juego le dio en sus papeles de actor, ya fuera el confuso espermatozoide de Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo o el patoso ruso dostoyesvskiano de La última noche de Boris Grushenko, Woody Allen se ha pasado todo el rato con su célebre gorrita en la mano, apretándola con esos dedos que hubieran querido ser la reencarnación de las yemas de los de Warren Beatty.
El director ha dicho que no le costó rodar Golpe de suerte, originalmente Coup de chance, en otro idioma (el francés). “No es difícil, lo parece, pero no lo es para nada. Además, los actores hablaban inglés y podía emplearlo con ellos. Es lo mismo siempre, te presentas por la mañana, los actores han leído el guion, saben lo que tienen que hacer, si hacen algo mal se los digo. Se puede ver cuando un actor está actuando bien. Incluso en una película en japonés. Siempre se nota que las emociones son falsas si no lo están haciendo bien. No ha sido distinto a trabajar en una película estadounidense”.
Allen no está de acuerdo en que Europa se haya convertido en un refugio para su cine. “No es así, yo escojo hacerlo en un sitio u otro y mis filmes se proyectan en todo el mundo. Para mí es lo mismo un lugar u otro”.
Woody Allen ha explicado cómo se convirtió en director de cine: “Fue de manera accidental, solo porque era guionista y cuando das tu guion a otro para que lo ruede siempre te parece que no ha hecho un buen trabajo, así que quieres hacerlo tú mismo. Hace muchos años escribí el guion de Pussycat [1965] e hicieron con él una película terrible, aunque muy popular. Nunca más he escrito un guion a menos que yo fuera el director”.
Ha dicho que como en los argumentos de Golpe de suerte o Match point, considera que en su carrera la suerte ha sido siempre muy importante. “Mucha parte de lo que he hecho se debe a haber tenido suerte, estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Me han sucedido muchas cosas por suerte. También es cierto que me he esforzado mucho. Pero hace falta tener suerte. Como un deportista, entrenar ayuda, pero si tienes mala suerte… En la vida hay muchas cosas fuera de control. Yo he tenido una gran cantidad de buena suerte”.
En su última película, el marido de la protagonista está obsesionado con los trenes eléctricos y tiene una gran maqueta de los clásicos trenes Märklin. ¿Le interesan? “No, nunca me han interesado, mi padre me compró un tren eléctrico, pero nunca le vi el punto a aquello, que daba vueltas y vueltas”. En cambio, reconoce su fascinación por la gente rica, que abunda en sus películas, como en Golpe de suerte. “No sé por qué me interesan. Los pobres son igual de interesantes. En mi familia éramos pobres aunque no muy pobres, mi padre hacía pequeños trabajos, taxista, camarero. En cambio, en la escuela la gente que conocí eran de clase alta. Pero descubrí que podían ser igual de infelices e insatisfechos. Ser rico no te garantiza la felicidad. Los ricos pueden sufrir igual”.
Ha señalado Allen la fortuna que ha tenido de contar con buenos directores de fotografía, el último Vittorio Storaro. “Mi cine ha estado bendecido por ellos, les doy mucha libertad para crear como a los actores y hace una gran contribución a la película. Me gusta que la gente que trabaja conmigo se sienta muy libre. Ese es mi método. Dejar que la gente haga bien su trabajo”. El cineasta ha destacado que sus filmes “tienen buen aspecto”.
Al preguntarle si eliminaría algo de sus películas, ha contestado: “A ver, el problema es que siempre estoy insatisfecho, nunca vuelvo a verlas y si por casualidad dan una en la televisión cuando estoy haciendo ejercicio, la apago. Pienso que todo lo podría haber hecho mejor. Entre las pocas que me gustan están Match point, Vicky Cristina Barcelona, Medianoche en París, La rosa púrpura de El Cairo… He hecho 50 y quizá me gustan 10, las otras 40, no”.
¿Habrá 51? “Es posible. La verdad hacer una película que dure dos semanas en los cines y pase ya a las plataformas no me parece tan carismático ni emocionante, pero si me dicen ‘aquí tienes el dinero’, yo siempre tengo ideas. No me gusta buscar la financiación, es la peor parte, pero si me lo facilitan…”.
Ese barniz suave que tienen últimamente sus películas, esa levedad pese a que puedan pasar cosas dramáticas, hasta asesinatos, ¿es cosa de la edad, de haber vivido y relativizar? Woody Allen mira a su interlocutor y contesta con el aparente desapasionamiento del Nat Ackerman de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura retando a la Muerte a jugar al gin rummy. “Es accidental, tengo muchas ideas, algunas de cosas bonitas, otras terribles, he podido convertirlas en historias, en prosa, en libros, en teatro, en cine. Es un accidente feliz, algo que sé hacer y se me da bien. De joven hacía reír a la gente, con mis cosas cómicas. Pero no es algo premeditado, no soy responsable de hacerlo. Es algo que sé hacer y que tengo la suerte de poder hacer. En otras circunstancias habría sido como mi padre, o botones de hotel. No soy abogado ni empresario, así que estar aquí ha sido cosa de suerte”.
Woody Allen afirma sentir más responsabilidad ahora que en los momentos anteriores de su carrera. “Sí, mucha más, siento que le debo algo a mi público, como mínimo el esfuerzo de hacer algo diferente y mejor, no irme repitiendo continuamente, y no decepcionar”. Sin embargo, ha dicho no temer al fracaso. “Hay que aceptar que a veces vas a fracasar, nadie es lo suficientemente bueno como para estar arriba todo el rato. Pero fracasar no es tan terrible, no va a venir nadie a pegarte un tiro por hacerlo. Te recuperas y vuelves a intentarlo”.
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