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carles puigdemont
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Puigdemontia, ni república ni gobierno

Tergiversar las instituciones existentes para crear otras nuevas que duran cuatro días es una irresponsabilidad más entre las muchas del independentismo frívolo que hemos conocido

Lluís Bassets
Carles Puigdemont interviene, por videoconferencia, en el congreso de Junts en octubre.
Carles Puigdemont interviene, por videoconferencia, en el congreso de Junts en octubre.Gianluca Battista

Todo era puro humo. Impostura. Comedia. Fue huida, no exilio. No hubo gobierno exilado en Bruselas ni Generalitat paralela como algunos imaginaron, sino artefactos sucedáneos amparados en expresiones rimbombantes. Solo faltaban los últimos metros para culminar la marcha inexorable al Estado en forma de República, una vez se daba por bueno que los catalanes ya habían sido consultados y habían decidido. Eso decían el influencer en jefe y sus partidarios.

Para esto se creó el Consell de la República, la falsa institución abandonada ahora por Carles Puigdemont, el fundador y factótum, después de su fallido retorn y de recuperar la presidencia de Junts. Sin república, con el Consell arruinado y en pleno ajuste de personal y de cuentas con su vicepresidente Toni Comín, poco hay que esperar de esta ocurrencia para vestir el falso exilio, el mientras tanto y el futuro prometido de tantas ambiciones puigdemontistas.

Si alguien quiere información de este nuevo tropiezo lo tiene crudo. El Consell se ha ausentado sin despedirse. Ignoro si han recibido alguna comunicación los 103.459 afiliados al organismo, poseedores de un documento de identidad expedido por la República de Puigdemontia. Para el común de los catalanes es imposible obtener noticia alguna de este falso gobierno en el exilio puesto que su página web ya no tiene quien la ponga al día. Bajo la rúbrica Notícies gira sin fin la ruedecita, metáfora perfecta de la eterna espera a que está sometida aquella independencia proclamada y nunca aplicada.

Dimitido Puigdemont y el entero Consell, el tinglado está ahora en manos de una comisión gestora que elegirá no se sabe cómo ni cuándo un nuevo presidente y unos nuevos consejeros. Todo en la más absoluta oscuridad. Ni las webs más nacionalistas son capaces de dar cumplida cuenta de lo que está sucediendo, probablemente porque no está sucediendo nada después de que Puigdemont tratara al organismo que inventó y presidía como un objeto desechable, como tantos otros objetos de consumo.

Toda esta peripecia, cada vez menos gloriosa, quiso ser una imitación, pero ha resultado una caricatura de significado exactamente opuesto al modelo a imitar. Las instituciones son fundamentales para la democracia y para la estabilidad política. Tergiversar las existentes para crear otras nuevas que duran cuatro días es una irresponsabilidad más entre las muchas irresponsabilidades del independentismo frívolo que hemos conocido.

Exilado fue Tarradellas. Con sobrios recursos mantuvo viva la institución. Supo negociar con dignidad y clarividencia estratégicas. Su regreso marcó un hito para la democracia y para el autogobierno. Situó muy alto el listón de la autoridad y del prestigio de la Generalitat. Sus torpes imitadores han hecho cuanto estaba en su mano para destrozar su legado, pero finalmente nadie podrá decir que han triunfado, ni siquiera los entusiastas fans de la derecha hispánica y castiza que necesita a Puigdemont tanto como Puigdemont los necesita a ellos para seguir alimentando la falsa noticia de esa España que se va a romper cada día cuando sale el sol.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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