
Judeline confirma su ascenso al Olimpo urbano en Razzmatazz
La artista andaluza protagonizó un excelente y sobrio concierto en la sala barcelonesa, repleta
Confirmación. Si es que era necesaria. Judeline, la artista que nació Lara Fernández Castrelo en Caños de Meca hace 22 años, es una estrella urbana en pleno ascenso. Tras su paso por el Sónar, y luego de telonear a J Balvin, este año le espera el Primavera Sound, pero necesitaba un lleno en sala para no ser sólo un nombre más en un enorme listado de artistas. Razzmatazz ha sido la sala, el lleno absoluto y el éxito tan apabullante como merecido. Es diferente a casi todo, tanto en su presencia escénica como en el repertorio, que habida cuenta de su delgadez apenas precisó una hora, duración de resonancias Tik Tok, para dejar al público en ese punto exacto en el que necesita algo más sin dar paso al empacho que lo deja ahíto. Remate perfecto y contemporáneo: el final del concierto, con el grupo y el cuerpo de baile saludando en el escenario, ya sonaba enlatada Romero Santo , el tema que tiene al alimón con Dellafuente. Una canción excelente para comenzar a comentar el concierto que instantes antes se había disipado con el cimbreo de caderas de 2+1, una de las afloraciones de reguetón en la noche.
Judeline estructuró su repertorio, en su único elepé, que además recoge algunos sencillos ya conocidos. Cancionero corto y de canciones que no se extienden más allá de lo necesario, sin vueltas y más vueltas para regodearse en ellas, sorbitos cortos e intensos que huyen del trago largo. La vida tiene la brevedad de una buena canción corta. Lo abordó casi en el orden del disco en un crescendo de identificación entre el público, muy joven, y ella, que no dudó en celebrar “lo bonito de ser joven” en medio de una algarabía hormonal. Y realmente se trataba de una celebración en la cual el amor y el desamor fueron centrales. Aunque en Judeline el amor tiene ese resabio de marginalidad que expresa en letras que podrían ser de rumba suburbial, caso de las espléndidas Tanger y Zahara, canciones que casi son una y en las que conviven alijos que cruzan el estrecho y amores arriesgados. Sonaron en el primer tramo del concierto, coreadas por la sala antes de subir su punto de ebullición con Mangata, término que ella relaciona con el reflejo de la luz en el agua.

Pero ¿a qué suena Judeline?, ¿a qué sonó en Razzmatazz? Pues a siglo XXI, a esa encrucijada de estilos y referentes que impiden definir en un solo término muchas de las propuestas de hoy en día. Pero si hay algo que resuene en todas las canciones de la de Caños de Meca es su tierra, el poso flamenco que podría convertir sus canciones en bulerías o soleás una vez desprovistas de su vestimenta urbana. Porque el entorno sonoro de Judeline, pop en lo melódico, lo aportan los ritmos de club, el house, el funk, el rhythm and blues y su voz filtrada y con ecos, todo ello debidamente retenido en canciones que por lo general no se aceleran en pos del baile, sino que planean ambientales sostenidas por esa voz dulce de tacto cálido que contrasta con graves severos, beats para derribar castillos de arena. Sería, en un acto de atrevimiento, algo así como entrever cómo sonaría una flamenca digital que también se atreve con el joropo, ritmo tradicional de Venezuela y Colombia, en la canción homónima que sonó en el tramo final del concierto.
La puesta en escena se ajustó al tono de retención de la música y, salvando las distancias, recordó al estatismo mayestático que pautó buena parte del concierto de Solange en el Primavera Sound de 2017. Con Judeline, que en ningún momento aceleraba sus movimientos y sólo caminaba, segura de su imagen, los cuatro bailarines, tres mujeres y un hombre, tendían a componer imágenes estáticas, poses de foto que evolucionaban a velocidad de susurro amoroso. Había movimiento sí, pero era siempre sutil, sin el dinamismo atlético de las coreografías gimnásticas al uso. En otro guiño a la cultura popular andaluza, la artista llegó a ser llevada en hombros por las bailarinas, a guisa de costaleras que en un cruce de significados lucían piernas y glúteos descubiertos y ocultaban cabello con una especie de hiyab. Las cosas son lo que parecen pero a la vez no se sabe qué parecen las cosas. La canción en la que esto ocurrió se llama INRI y en ella acentúa su acento andaluz e intercala palabras en árabe.
Feliz en escena, Judeline recordó que en sus comienzos le habían programado un concierto en la sala pequeña de Razzmatazz que hubo de ser cancelado por no vender ni una entrada. Ahora había vuelto por la puerta grande para salir en hombros tras una hora de música elegante, moderadamente bailable, preñada de sonidos digitales para alumbrar una criatura musical con raíces e imaginario en la música popular. Los jóvenes están decidiendo que la identidad es una suma de identidades, una lección que aporta la historia y que algunos niegan con una tozudez obtusa que la realidad arrincona. Otra cosa son los votos.
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