La esponja vegetal que aspira a limpiar el mundo de microplásticos crece en Galicia
Un ingeniero forestal decidió apostarlo todo hace 15 años al cultivo de luffa, una cucurbitácea que descubrió en Paraguay. Hoy es el mayor exportador de este material cosmético en Europa

Hace unos años alguien robó varios frutos de una de las plantaciones ecológicas de Ibérica de Esponjas Vegetales, en Caldas de Reis (Pontevedra). Lo hizo con la idea de aprovechar las semillas, unas pipas similares a las de la calabaza porque la luffa, o esponja vegetal, es una cucurbitácea. El propósito de este ladrón de ADN era copiar el negocio de producción de estropajos y esponjas naturales algo más al sur, en otro de esos microclimas benignos, de vegetación feraz, que existen en el suroeste gallego. Pero algo falló. Llegada la temporada de la cosecha, que empieza en agosto y acaba en diciembre, las plantas anuales no habían dado absolutamente nada. Juan Carlos Mascato, fundador y director técnico de la empresa de Caldas, explica —sin querer enredar con tecnicismos— que las suyas son semillas H3, un híbrido resultante de mejoras genéticas en las que la firma gallega lleva trabajando desde incluso antes de su estreno, hace 15 años. Cualquier intento de obtener plantas directamente de las semillas de los frutos es estéril. La simiente que sí vale hay que producirla todos los años en la sede de Caldas. Y desde aquí se distribuye a las otras plantaciones de la empresa en Egipto y en Portugal, posiblemente a medio plazo también en Estados Unidos, un mercado que planean conquistar. Quien quiera plantar la luffa seleccionada por la marca gallega, capaz de prosperar en estas latitudes (y de la que se obtienen las esponjas más grandes, las más mullidas y también las menos ásperas del planeta) tiene que utilizar sus mismas “técnicas de cultivo y procesado respetuoso” con el medio.
“Somos un poco enfermizos en eso”, advierte Mascato. Y acto seguido se levanta de la silla y se va a buscar un rollo de la cinta de embalar que utilizan para empaquetar los pedidos. No es de plástico, sino de papel reciclado. Y el adhesivo, que se activa al mojarlo con agua, es fécula de patata. Las cajas de cartón llevan impreso este lema en verde: “Un mundo sin plástico”. Junto a la luffa, en la fabricación de todas sus versiones de esponjas y estropajos la mayor empresa del sector en Europa no emplea más materiales que el esparto, el algodón y el lino. En Nueva Zelanda le dieron un premio por sorpresa, e Ibérica de Esponjas acabó saliendo en las noticias por el envío de un palé en el que todos los elementos del empaquetado eran naturales y reciclables. “La mejor empresa del mundo en no contaminar nuestro país”, les reconocieron. “No nos basta con lo biodegradable, todo el material que producimos, todos los recortes que se desechan al troquelar las esponjas, son compostables, vuelven a la tierra”, comenta el ingeniero agroforestal, de 48 años.

Hijo de una alemana y un gallego afincados en Hamburgo, Mascato estudió Ciencias Forestales, una carrera que en Alemania dura seis años y en la que se abarca el ciclo natural completo, desde la genética de las plantas hasta los procesos de descomposición y transformación en nutrientes de los restos vegetales a cargo de los microorganismos de la tierra. En su país materno, empezó a trabajar en una empresa con cultivos de pino paraíso en Paraguay. “Y me mandaron a mí, porque hablaba español”, recuerda. Fue así cómo a finales de los 90 conoció la luffa: en el país americano era un cultivo ancestral, pero se había abandonado cuando, “desde los años 40, se produjo el bum de la esponja plástica”.

Su familia poseía terrenos en Caldas, “el último clima”, apunta, bendecido por la influencia del sur y de la costa: “Somos tropicales a nivel botánico”, asegura Mascato. Aquí, en la finca de A Touza, ya crecían los camelios, los rododendros, los limoneros, los magnolios plantados por su tío, y se conservaba el imponente emparrado de piedra de un viñedo abandonado. A ello sumaron, por casualidad, el agua termal que hace famosa a esta localidad con balnearios. El proceso por el que la luffa se despoja de su piel y su entramado interior queda limpio para usarse como esponja pasa por una fase de fermentación sumergida en agua. Surgen de manera natural unas microbacterias que realizan la tarea, pero comprobaron que el agua que en Caldas mana del subsuelo a 43 grados aceleraba esta evolución. Actualmente, Ibérica de Esponjas Naturales está construyendo una nueva nave en Galicia para centralizar allí la transformación de sus cosechas.
En Alemania sería impensable cultivar luffa, pero es allí donde, desde el próximo marzo, otros miembros de la familia llevarán a cabo su nuevo proyecto de venta online y distribución desde un almacén. Los productos de Ibérica de Esponjas cuestan “entre tres y cinco euros” y, según el empresario, “duran 10 veces más” que sus rivales de plástico. En sus cultivos, el único nutriente que se utiliza es el trébol, que aporta nitrógeno a la tierra, y los fungicidas no se emplean jamás, “ni siquiera los ecológicos”, recalca el director. Y por si las muestras de su conciencia verde no son suficientes, Mascato aporta un dato más: “Nuestra factura mensual de luz son 50 euros. Hay que ser coherentes en todo... la energía contamina, tuvimos que invertir para transformar todas nuestras máquinas, pero ahora es todo digital, y conseguimos poner en el mercado un producto sin impacto en el medio ambiente”.

El comentario no sorprende demasiado hasta que Mascato lleva a la sala de las máquinas de troquelado. También estas son recicladas. Y junto a ellas, llama sobre todo la atención un precioso artilugio de hierro de 1810. La prensa con la que compactan la fibra de las luffas es, en realidad, una vieja secadora de ropa, con dos rodillos de madera y manivela, fabricada en Estocolmo. “Nosotros somos la prueba de que se puede producir a gran escala sin contaminar”, concluye, “solo hay que tener convicción y ponerse a ello”.
Ibérica de Esponjas Vegetales se fundó cuando casi “nadie hablaba del peligro de los microplásticos” y ahora tiene patentes en Estados Unidos, Canadá, China y Europa. La otra alternativa natural, la esponja marina, es un animal, un porífero, y además es necesario para la salud de los océanos: realiza una función filtrante del agua. “En 2010, al salir al mercado, y en los años siguientes, nos arruinamos”, reconoce el empresario, “pero en 2015 se empezó a debatir en serio sobre los microplásticos, y nos vino muy bien”, sigue.
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De todas formas, España no es, ni de lejos, su mejor mercado. Fabrican 200.000 unidades al año y exportan el 90%. “Corea, Taiwán, Nueva Zelanda, Suecia, Finlandia, Noruega, Oriente Próximo... Nos conocen más fuera que aquí”, enumera Juan Carlos Mascato, “y también hacemos marca blanca para grandes cadenas de tiendas y alguna hotelera”. Varias productoras de Estados Unidos “vinieron a hacernos reportajes”, recuerda, e incluso “estuvieron aquí rodando un capítulo” en el que Bob Esponja no era una criatura marina, sino un cuadrado de luffa troquelado en Caldas.
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