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Historias del rap: del corazón al extrarradio de Madrid

Las rimas son una forma de vida para muchos jóvenes en los barrios de la ciudad. Así influye la cultura hip hop en la capital

Rapero Krisan
El rapero Krisan, durante una batalla de freestyle en el parque de Pradolongo, en Usera.David Expósito

“Tío, estabas en el tren del flow y no sé que te ha pasado, hermano, pero te has bajado”. Lo dice solemne un chaval de 19 años a su amigo de la misma edad que acaba de ser eliminado de la batalla de gallos un caluroso domingo por la tarde en el parque de Las Cruces de Aluche.

La luz del atardecer cae sobre la grada tricolor donde hay sentados algo más de un centenar de jóvenes de todas las edades, desde apenas adolescentes a padres de familia. Da lo mismo, en algún momento de la tarde bajarán al ring a batallar. Niños de 13 años contra hombres de 34 en un enfrentamiento verbal para demostrar quién es el más hábil a la hora de improvisar. Todo está permitido salvo una cosa: traerlo preparado de casa.

Cállate en verdad, te voy a matar / yo estoy tranquilo si me monto al beat al rapear / Estos raperos ven en mí una oportunidad / y yo veo una batalla menos pa jalarme un kebab

Esto es una oportunidad de demostrar /que tengo talento al improvisar / y tú después te vas a ir a un kebab / no te importa el rap solo te importa engordar”

El tono es siempre alto en estos duelos. Se gritan burradas, se insultan, mentan a la madre, a la hermana, a la abuela. Pero también a Neruda, a Cervantes, a Rousseau, a Montesquieu. Hay una norma no escrita aquí: lo que pasa en la batalla, se queda en la batalla. Al fin y al cabo el personaje en el ring es distinto al de la calle. Cuando los jueces (chavales que tratan de valorar la creatividad, la rima, el flow) se decantan por uno u otro bando, los contrincantes que hace un segundo se llamaban gordo de mierda ahora se abrazan y se felicitan.

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Cinco horas después, la batalla acaba sin sorpresas. Todo al que se le preguntara señalaban a Tuero y Krisan como los mejores. “Van a petarlo”. Y lo hacen. Jaime AKA Tuero, es un joven corpulento de 23 años de Pozuelo de Alarcón que trabaja como controlador aéreo. Alejado de los focos de la batalla, donde se muestra agresivo y fuerte, sorprende con un tono mesurado y discreto. Lleva cinco años bajando al parque, antes nunca había rapeado en su vida. “No sabía rimar, me daba miedo el público”. Ahora gana la mitad de las batallas a las que se presenta.

Marcos AKA Krisan, sin embargo, es “rapero de toda la vida”. Es de Leganés, tiene 19 años y trabaja de copista en una notaría desde hace dos. Su aptitud en las batallas es de total disfrute, se le ve relajado, sonríe todo el tiempo. “Yo no me lo tomo en serio, a mí esto me da igual”. Krisan tiene su estilo: “Hay gente que se pone a pensar lo que tú le has dicho para contestarte con eso. Yo soy de los que te contesto al momento, te demuestro que rapeo mejor que tú y te insulto. Te dejo peor, es mi rollo”. Alguien le interrumpe para pedirle una foto. Tuero y Krisan son dos de los batalleros más famosos del parque.

Las crews: la hermandad dentro del rap

“Antiguamente al parque solo iban raperos mayores, la gente más dura y callejera de Madrid. Como Natos y Waor o el Jincho. Ahora se ha puesto de moda y baja todo el mundo”, explica Gerardo AKA Yerar, de la crew (colectivo de raperos) Callejón Squad o CSQ. Habla de la FMS, la liga más importante del freestyle en castellano o de la batalla internacional de gallos que organiza Red Bull. Eventos mundiales que han convertido el parque en un fenómeno viral. O a raperos como Sara Socas, Arkano o Bnet, uno de los miembros de CSQ, en auténticas estrellas mediáticas.

Freestyle y litronas de Mahou en una azotea de Madrid. CSQ casi al completo (Bnet no ha venido) improvisan con el sol cayendo como una canica entre las torres de Plaza España. Cuando el altavoz se queda sin batería, se acercan el móvil a la oreja y siguen rimando. Su estilo es el boom bap neoyorquino de los 90: “rap crudo”. “Es como atarse los zapatos, podemos seguir así para siempre”. Son tan buenos que los frees que se tiran parecen temas, canciones escritas previamente. No es casualidad, llevan años practicando.

La crew, la familia, la pandilla es un elemento fundacional en la cultura hip hop. Son “hermanos, bros, panas”, miembros de la misma tribu. Es el sentido de pertenencia a un grupo de personas que comparten la misma locura por el rap, pero sobre todo son nativos de un mismo lugar. Ese espacio de tierra para los nueve miembros de CSQ fue el callejón frente al instituto donde se juntaban para rapear. Han pasado cuatro años y ahora con 21 CSQ y el hip hop son su forma de vida. Y el Madrid ávido de buen rap los escucha. En la calle, un veinteañero se acerca. “¿Eres Minus de CSQ?”. El fan saca el móvil y le da al play: “CSQ Madrid city, toda la vida entre la espada y el graffiti”.

También ellas

Las raperas están cabreadas. Quieren hacer un rap en el que las mujeres no sean el producto o el sexo y tampoco quieren reducirlo a temas protesta. “Ni sexi, ni política: rapera”, declaran. Candela Cuore, Laura Siyahamba, Hudu, Silvia, Duku y un equipo de artistas mayoritariamente mujeres se han unido en el colectivo Freesismafia para lanzarse a la conquista del mundo a base de autogestión y emprendimiento tanto individual como colectivo. “Vamos a tener que reivindicar que somos cinco pavas con aptitudes suficientes para rapear y estar en el top”, dicen en su estudio de Puerta del Ángel.

El colectivo de raperas Freesismafia, en su estudio de grabación de el Alto de Extremadura.
El colectivo de raperas Freesismafia, en su estudio de grabación de el Alto de Extremadura. David Expósito

A las Freesis no les gusta improvisar en los parques “porque las batallas no son espacios seguros para las mujeres”, defienden. El exceso de testosterona es un problema que afecta a los cimientos del género musical, aunque los techos de cristal son los mismos en el rap y en la vida.

A ellas les costó un poco más que a ellos arrancar. El síndrome de la impostora o la falta de referentes de mujeres raperas. Pero tuvieron la suerte de encontrarse y de empoderarse. “Nuestro deber es tener confianza, quitarnos miedos para que las niñas que están empezando tengan un referente de verdad, que se atrevan a cantar eso que llevan escribiendo a escondidas en sus habitaciones desde hace muchísimo tiempo”. Ya lo escriben en sus letras: “Volamos tan alto que no nos veis (we don’t care)”.

La banda sonora de las calles del sur

Alejandro AKA Ill Pekeño y Bobby Nigeria AKA Ergo Pro caminan a paso lento por la avenida Rafaela Ibarra, el nombre de su último disco y la línea que une los puntos cardinales de su inspiración: Orcasitas, Usera, Legazpi. Ellos no se paran ahí, siguen dirección sur hasta llegar al centro de todo su arte: San Cristóbal de los Ángeles, lo más parecido a un gueto que conocen.

Si los bloques de edificios, el asfalto de las plazas o las tiendas de alimentación pudieran contar su historia, se parecería mucho a lo que narran desde hace años estos dos raperos de 26 y 25 años. “Ese chico ya no juega, ahora está pa’l deal / Esquiva los juzgados, tiene pisos okupados / San Cristóbal, Orcasitas, todo igual aquí / Ratas andan a su plín, parece Hamelín”.

Pekeño y Ergo hacen carrera en el under con intención de vivir de la música y creen que van por buen camino porque ya están partiendo la pana. “Si vives en Madrid y escuchas rap, sabes quiénes somos”. A pesar de tomárselo tan en serio, no se ganan la vida con ello y trabajan vendiendo zapatillas en un centro comercial. El más dopado en este circo y no por ello sueno, cantan.

De eso hablan todas sus canciones. Transmiten el orgullo de barrio de quien pasa su vida sudando el cemento de Orcasitas o de San Cristóbal. Y también consciencia de clase. “Reivindico cómo es la vivencia de un chaval hijo de padres nigerianos en España, intento hablar de eso porque yo soy un chaval cualquiera de aquí, pero soy negro. Y es un drama”.

Zenit, la voz de una generación

Zenit es un rapero clásico, de los que sacan discos con su paquetería, su celofán, su libreto de letras. De los que escriben sus temas a papel y boli Bic montado en el Cercanías con los pies apoyados sobre el asiento de enfrente. De los que reivindican su barrio, por eso, a Alcorcón Zenit le debe mucha de su inspiración. “Con la gente de mi barrio nunca romperé los nexos / como prueba dejo estos textos / aunque algún día gane gramis con remixes de mis maxis”, cantaba el MC (maestro de ceremonias, una especie de cantante) hace diez años, haciendo homenaje a esta ciudad de la que ha salido poco en 43 años. Su pronóstico, sin embargo, se cumplió a medias.

DVD 1058  (Junio 2021)
El rapero Zenit, que ha vuelto a la escena después de haber desaparecido en el mundo del rap durante diez años. Madrid. 2021
David Expósito
DVD 1058 (Junio 2021) El rapero Zenit, que ha vuelto a la escena después de haber desaparecido en el mundo del rap durante diez años. Madrid. 2021 David ExpósitoDavid Expósito

2010. Zenit tiene 30 años y está en la cresta de la ola. Vive en la ciudad con más metros cuadrados de grafiti de todo Europa y “una de las cunas del rap en español”. Ha sentado cátedra con sus discos Producto Infinito y Torre de Babel gracias a temas que son leyendas del hip hop en España. No para de hacer bolos (conciertos) y su ego exacerbado sobrevuela cada habitación que pisa. Pero ni rastro de gramis. Ni rastro de money, si apuras. A pesar de su fama, nunca consiguió vivir de la música. Juan González, para ser Zenit, tenía que currar y lo hizo de todo hasta conseguir el que ha sido su puesto más estable: “12 años vendiendo zapas en el Foot Locker”.

Zenit desapareció sin avisar. “Acabé tan harto que no tenía ni ganas de escribir”. Como se fueron, volvieron; abruptamente y hace unos meses. “Intentando ser otra persona, así me perdí / Pero he vuelto a reencontrarme”, canta ahora a su regreso. Zenit abrió la caja de pandora: diez años sin contar nada son muchos años.

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