El barrendero fallecido por un golpe de calor en Madrid tenía un contrato de un mes y le había cambiado el turno a un compañero
El hijo de José Antonio González, que murió en una calle de Vallecas a las cinco de la tarde mientras trabajaba, pide en EL PAÍS mejorar las condiciones de todo el colectivo: “Es inhumano trabajar a 42 grados, sin sombra y con esa ropa”
El viernes, José Antonio González no madrugó. Un compañero del trabajo le pidió unas horas antes cambiar el turno. Que si no le importaba, porque a él le venía mucho mejor hacer la mañana. González no dudó ni un segundo. En vez de entrar a las siete de la mañana y salir a las dos de la tarde, comenzaría a las dos y terminaría sobre las diez de la noche. González, un tipo de barrio simpatiquísimo y guasón según sus allegados, aguardó esas horas de espera en su vivienda de Orcasitas. A las dos terminó de almorzar, se refrescó y salió por la puerta pitando con su uniforme verde de poliéster de trabajador de la limpieza. Al salir, el asfalto de Madrid registraba cerca de 40 grados. Era peor que abrir la puerta del horno de casa. Tres horas más tarde, pese a llevarse de casa dos botellas de agua de dos litros y un pulverizador casero para rociarse la cara cada dos por tres, falleció. Los servicios de emergencias llegaron alertados por un vecino que lo vio desplomarse en la calle de Vallecas que barría día tras día. La temperatura de su cuerpo superaba los 41 grados. Un golpe de calor lo dejó inconsciente. Más tarde, murió en el hospital tras un infarto. Tenía 60 años.
González nació en Medina de las Torres, un pueblecito extremeño de poco más de 1.000 habitantes, a una hora en coche desde Badajoz. Con el tiempo y como muchos de sus paisanos, terminó en el círculo obrero de la capital. Primero en Móstoles, donde conoció a su mujer, Mari Ángeles, con la que tuvo dos hijos, Miguel, de 21, y Laura, de 19. Y más tarde, en el barrio madrileño de Orcasitas, donde se compró una vivienda que todavía cuenta con letras pendientes en la hipoteca. A la limpieza llegó por necesidad. Durante gran parte de su vida se dedicó a ofrecer las mejores manzanas, peras, sandías y lechugas en una frutería de Aluche. Le gustaba tanto despachar con sus clientes que le dijo a su jefe que se quedaba con el negocio. A la frutería, eso sí, le cambió el nombre: Miguel y Laura; por sus hijos. Hasta que la crisis llegó, como llegan todas, sin aviso. Cerró la persiana. González encontró un hueco en una cadena de supermercados que hace un año le despidió de manera improcedente. Hace unos meses, sin embargo, encontró trabajo en Urbaser, donde, poco a poco, trataba de hacerse un hueco con contratos pequeños como barrendero. El que firmó ahora, por ejemplo, era solo de un mes.
El viernes, a las seis de la tarde, un amigo llamó a su familia. Les dio la peor noticia posible. Su hijo, Miguel, publicó un mensaje en su cuenta de Twitter horas después: “Se fue el mejor padre que he podido tener, siempre llevaré conmigo el ejemplo de mi padre, una gran persona, currante hasta la muerte. Ten por seguro que los tuyos te tendremos siempre con nosotros y sé que, en donde estés, nos darás esa fuerza que transmitías en vida”. Inmediatamente, recibió el pésame de la mayoría de portavoces del Ayuntamiento. El alcalde, José Luis Martínez-Almeida, sin embargo, ha guardado silencio en sus redes sociales desde entonces. Pese a ser muy activo, no ha hecho ningún comentario al respecto.
El jueves, durante una entrevista con la Cadena SER, el alcalde reconoció abiertamente que desconocía el material con el que trabajan los operarios de la limpieza de la capital, pero que trataría de mejorar esas condiciones. Este lunes, Almeida no ha programado ningún acto en su agenda. Tampoco ha convocado ninguna rueda de prensa con los medios. Sí ha acudido a un acto del PP en la sede de Génova, donde ha dicho: “No conocíamos que hubiera quejas acerca de los uniformes”.
Miguel, el hijo del fallecido, cuenta este lunes por teléfono a EL PAÍS que Almeida se puso en contacto con él el sábado. Que este lunes, sin embargo, ha escuchado esas palabras del alcalde en la televisión. “Eso no es verdad”, contesta. “En relación con lo que ha dicho en la SER y esto que ha dicho hoy… pues no es verdad. Hay que asumir responsabilidades por parte de todos. El Ayuntamiento tiene que hacer más, por encima de excusas, no hay que echarle la culpa solo a la empresa. Nadie más tiene que vivir lo que estamos viviendo”. Urbaser no ha querido contestar a ninguna pregunta de este diario. Este martes están citados los sindicatos y la empresa a las doce del mediodía para tratar de mejorar las condiciones.
Miguel dice que ahora se le vienen a la cabeza algunas de las frases que su padre le dijo hace unos días: “Me contó que le costaba hablar del calor que tenía encima”, dice. “Yo pienso que trabajar a 42 grados, sin sombra y con esa ropa... es inmoral. No debe ocurrir. Todos sabemos que esto se puede evitar, pero hasta que no pasa algo así, no se dan cuenta”. Dice que su padre, lo primero que hacía nada más llegar a casa, mucho antes que beber, almorzar e incluso saludar, era darse un chapuzón en la piscina de la urbanización. “Llegaba destrozado. Sé que era consciente de que esto le podía pasar, pero lo hacía porque quería conseguir un contrato largo. Estoy convencido de que él no paró de limpiar esa calle hasta que se desmayó. Pensaría que no le iban a renovar y estaba dándolo todo con tal de demostrar que valía. Esto, para mí, es inhumano. Esto debe hacernos a todos reflexionar. No son condiciones. Y mi padre lo ha vivido”. Hace unas horas, ha vuelto a encender el ordenador de su padre. En el historial de Google se ha encontrado una búsqueda muy reciente: “Qué hacer ante un golpe de calor”.
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