De las violetas de Tiziano a los gordolobos de Patinir: un itinerario botánico por el Museo del Prado
La pinacoteca madrileña dedica, hasta el 30 de marzo, un recorrido especial centrado en las plantas de 26 de sus obras, donde destacan flores que hablan del amor, la familia, la religión católica, la mitología, de tradiciones, de los linajes reales, de colores y aromas o de países lejanos


Las plantas cuentan historias de amor. Hablan de la gente del pueblo, de dioses y de reinas. Cuentan todo lo imaginable, puesto que con ellas el ser humano ha recorrido todo el camino de su mano, desde el comienzo de su existencia. Son relatos botánicos que, muchas veces, nos negamos a aprender, absortos en mundos artificiales con fecha de caducidad; pero, mientras, las plantas siguen creciendo, silenciosas.
Si el arte es el reflejo de la vida, en él también hay cobijo para las plantas, puesto que al menos los artistas de otros siglos sí consideraban que estas debían tener cabida en sus creaciones. La lectura que se hace hoy de esas obras es distinta a la que se hacía cuando se crearon. En otras épocas, las plantas y el conocimiento de sus propiedades y de su simbología ocupaban parte del saber, cada persona debía aprender qué especies podían sanar una herida o bajar una fiebre persistente. En cambio, hoy la mirada hacia las plantas suele ser la de la indiferencia, la de la consabida ceguera vegetal: no se las mira ni se las comprende. Por desgracia, las plantas son invisibles para una gran parte de los mortales humanos, e incluso muchas veces se les niega el rango de seres vivos a los que respetar. Y esta ceguera se extiende también hacia las plantas que aparecen en las obras de arte.
En una apuesta valiente por ampliar la mirada sobre su colección, el madrileño Museo del Prado lleva años generando itinerarios expositivos que permiten un acercamiento diferente a sus obras de arte. En años anteriores, estos itinerarios mostraron distintos enfoques: la realidad histórica de las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo, la astronomía, el papel imprescindible de las mujeres como promotoras artísticas o la maravillosa colección de marcos que guarecen sus pinturas. Desde el pasado mes de octubre y hasta el próximo 30 de marzo, el itinerario expositivo está centrado en las plantas. El papel de estas compañeras vegetales no es irrelevante, y muchas pinturas y esculturas no se entenderían por completo sin el simbolismo que una planta les aporta.
Este itinerario botánico hace un recorrido por 26 obras de la colección del Prado, y abarca un amplio abanico temporal, desde una escultura romana del siglo II hasta un lienzo pintado por Jean Ranc hacia 1724. Muchas de estas plantas eran habituales acompañantes de los artistas, que incluso las podían ver crecer a la puerta de sus talleres. Otras las conocerían bien, por ser remedios para distintas dolencias o por sus distintos usos. Esto último lo muestra bien la primera pintura del recorrido, el Descanso en la huida a Egipto (1518-1520) de Joachim Patinir, un prodigio de óleo lleno de matices verdes. En la parte izquierda del cuadro, en primer término, hay un par de gordolobos (Verbascum thapsus), uno de los cuales está en plena floración. La razón para incluir esa enorme inflorescencia en la obra tiene que ver muy probablemente con su uso como cirio. Para obtenerlo, su vara floral se secaba, se sumergía en sebo y después se le prendía fuego en ceremonias como los funerales, por lo que en la pintura estaría prefigurando la futura muerte de Jesús, así como simboliza la luz que este trae al mundo.

Otro uso botánico que se puede encontrar en este itinerario es el que se le daba a la violeta (Viola odorata). Esta sencilla y admirada flor aromática estaba ligada a la diosa griega del amor, Afrodita. Precisamente, en la antigua Grecia se utilizaba como remedio para la resaca, con tan solo llevar una guirnalda en la cabeza con sus flores y sus hojas. Tiziano pintó con este adorno a un travieso niño que orina en un arroyo por el que fluye el vino en su obra maestra La bacanal de los andrios (1523-1526). Como se ve, las leyendas también tocaban a las plantas, a las que se les atribuían propiedades ciertamente discutibles.
Una tradición que ha llegado hasta nuestros días es la de cultivar malvarrosas (Alcea rosea) en la misma puerta de las casas o muy cerca de ellas. De hecho, al final de este recorrido botánico hay un cuadro de Jan van Kessel el Joven, pintado en 1679, que retrata a una familia a la entrada de su hogar. Pues bien, justo a su lado, varios ejemplares de malvarrosa florecen y fructifican. El porqué de esta querencia por tenerla próxima tiene que ver con su carácter como salvadora, al curar las picaduras de serpientes y de escorpiones. Eso se decía, y desde entonces se quedó con este aura de planta benefactora.

Varias plantas del itinerario expositivo tienen relevancia por su tradición jardinera, al ser especies muy cultivadas. Una muy clara es la bola de nieve (Viburnum opulus var. roseum), variedad que fue extremadamente popular en los jardines. Lo fue hasta el punto de que casi se podría decir que no hay ni un solo pintor de flores barroco que no la incluyera en alguna de sus creaciones, con sus blancas cabezas florales redondeadas, pomposas y bellas.

Para llevar a cabo esta yincana botánica y artística, el visitante tiene que pedir un plano en el mostrador de información del museo y después dejarse llevar por sus salas. En ellas encontrará las cartelas donde se describen y ven 40 especies botánicas que hablan del amor, de la familia, de la religión católica, de la mitología, de tradiciones, de los linajes reales, de colores y aromas o de países lejanos. Todo esto y mucho más es lo que puede contar una sola planta en una obra de arte. Además, se ha editado un pequeño catálogo muy visual que recoge los textos de todas las cartelas, junto a preciosas ilustraciones botánicas realizadas por Juan Luis Castillo. Como extra, en el libro se añaden cuatro pinturas más que completan la treintena de piezas. Entre ellas está el Tríptico del Jardín de las delicias de El Bosco, que no está incluido en el recorrido por la gran afluencia de público en la sala donde se expone.
Cada persona mira las obras de arte de una manera diferente. En este itinerario, el Prado muestra su lado más jardinero y florido, y anima al visitante a valorar y a observar las plantas, ya estén pintadas o esculpidas dentro de una sala del museo o dando sombra con sus ramas en alguna de las calles de la ciudad. Aprender de ellas siempre es un placer, en cualquier caso.
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