En busca de los alimentos con poder
Bueno, pues ya has llegado a Burkina Faso. Ouagadougu es una ciudad casi tan fea como difícil de pronunciar. Tu habitación de hotel equivale a la de una pensión cutre española, aunque seguramente es de lo mejor que ofrece esta desvencijada capital. El baño te da un poco de miedo: los has visto mejor mantenidos en casas de asesinos de películas de terror. Y tus amigos los mosquitos anofeles te están esperando ahí afuera para darte un besito de buenas noches y contagiarte la malaria. ¿Quién coño te mandaría venir?
Eso me decía mi yo europeo de clase media en las primeras horas que pasé en el África tropical. Por suerte, allí estaba también mi yo concienciado para replicarle: has venido a hacer algo bueno para gente que lo necesita, así que deja de pensar como un occidental malcriado. Compórtate como un hombre. Adáptate como si fueras un aventurero. Y sobre todo, barnízate de repelente contra los insectos.
Situado en el interior oeste del continente -sí, yo también tuve que mirar en Wikipedia-, y sin apenas recursos naturales, Burkina Faso no es precisamente Suiza. Tiene 17 millones de habitantes, el 86% de su población activa trabaja en el campo y la mitad de ella vive en condiciones cercanas a la miseria. Mi misión en el cuarto país menos rico del planeta era la de protagonizar un vídeo para la campaña Alimentos con poder de Oxfam Intermón, una organización no gubernamental de cooperación para desarrollo y lucha contra la pobreza a cuya filosofía siempre me he sentido muy cercano. No sé si muy sensatamente, pensaron que yo, como periodista/bloguero gastronómico medio famosillo, era la persona adecuada para ver y después contar que un puñado de arroz puede enseñar a leer, una mazorca de maíz puede prevenir el cólera y un mango puede luchar por los derechos de las mujeres.
Me explico: no se trataba de asistir a ritos de magia ancestral africana ni de ponernos a hacer vudú con cuatro patatas. En nuestro mundo, llamamos “hambre” a sentir el estómago vacío y, como mucho, cierta debilidad pasajera. Pero el hambre con mayúsculas tiene otros efectos más devastadores. No te permite hacer nada. Ni educarte, ni trabajar, ni sobreponerte a las enfermedades, ni luchar por tus legítimos derechos, ni prosperar por mucho que te esfuerces. El hambre es un callejón sin salida, un no future más grande que el del punk. Por ello el arroz, la cebolla, el maíz y otros alimentos tienen el poder de permitirte llevar a cabo todas esas actividades que en nuestro opulento universo se dan por sentadas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.